Lo que nos gusta un amor como el de Ghost y lo poco que mola un ghosting, ¿verdad?

Que parece que está de moda con esto de que le hemos puesto nombre anglosajón, pero vamos, el ghosting ha estado ahí toda la vida, amparando a cobardes, personas con inteligencia emocional cero o simplemente cabrones sin sentimientos ni ningún tipo de empatía.

Nadie está exento de sufrirlo y no hace distinciones, pero hay grados. No es lo mismo que te lo haga un tío con el que llevabas unos días hablando después de un match de Tinder, que alguien con quien tenías una relación en toda regla y hasta planes de futuro.

Aquí os transcribo algunos ejemplos porque hemos hecho investigación sobre el asunto y tres amigas nos han contado los peores ghostings de su vida:

 

  • EL AGOBIADO. Nos conocimos de fiesta en nuestra ciudad y, aunque esa noche no hicimos nada, nos dimos los teléfonos para seguir en contacto porque ambos estudiábamos fuera. Tonteamos durante meses y quedamos unas cuantas veces para enrollarnos, sin mucha intención de ir más allá. Pero cuando regresamos a casa a final de curso lo primero que hicimos fue quedar y, en cuestión de días, hacíamos vida de pareja. Nos pasamos todo el verano juntos, ilusionados y felices. O eso creía yo. En septiembre volvimos a nuestros respectivos pisos de estudiantes. Hablábamos mucho, hacíamos planes y nos veíamos todos los fines de semana. Todo muy guay y bonito. Pero el último finde de octubre me dijo que se tenía que quedar, que tenía cosas que hacer. No le di importancia, me fui a mi casa, salí con mis amigas y ni siquiera le llamé para no molestarle. Le mandé un whatsapp el lunes para contarle mi finde y preguntarle qué tal el suyo. Vi el check azul pero no hubo respuesta. No respondió a ese ni a los siguientes ni me cogió el teléfono cuando le llamé. Aunque tampoco se molestó en bloquearme ni en desactivar la visibilidad de su última conexión. Así que yo sabía que seguía vivo porque la veía. No volví a saber de él hasta que me topé con su cara dura el verano siguiente en un centro comercial. Por algún motivo que se me escapa fue entonces cuando sintió que me debía una explicación. Estaba agobiado, me dijo, se había agobiado con los exámenes y necesitaba centrarse. Tócate las narices.
Imagen de thought Catalog en Pexels
  • LA REPRIMIDA. Pongamos que se llamaba María. Llevábamos casi un año trabajando en la misma oficina y a mí me hacía tilín desde el primer día. Pero, entre que cuando alguien me gusta me vuelvo aún más tímida, y que no sé qué le pasa a mi radar que siempre me acabo pillando de chicas hetero hasta la médula, pues vamos, que me cuesta la vida animarme a entrarle a una chica. Con María no fue diferente, me sonrojaba cuando me hablaba en la máquina de café y me ponía muy nerviosa cuando venía a mi mesa por algún asunto del curro. Estaba convencida de que la chica debía pensar que yo era tonta perdida. Hasta que llegó la convención de la empresa. Hasta que nos tocó compartir habitación. Y de pronto ella se mostraba más cercana y simpática y habladora. Desayunábamos, comíamos y cenábamos en la misma mesa. Y nos lanzábamos miraditas cómplices durante las tediosas reuniones. El viernes, en la fiesta que marcaba el final de la semana de duro trabajo, bailamos juntas toda la noche. O casi, porque nos retiramos cuando puso un repentino dolor de cabeza como excusa y me pidió que la acompañara a la habitación. Aún no había cerrado del todo la puerta detrás de mí cuando me besó. Menudo fin de semana, yo no me lo podía ni creer. El sábado no dormimos. Estuvimos hablando hasta que salió el sol. Me contó que se había criado en una familia ultra religiosa y homófoba y que todavía le costaba ser ella misma. Yo le dije que tenía la suerte de tener unos padres maravillosos que me querían tal y como era, pero le confesé mis problemas para relacionarme. Nos despedimos en el aeropuerto y… nunca más la volví a ver. El lunes descubrí en la oficina que se había cogido unos días de vacaciones y antes de terminar la semana nos comunicaron que habían aprobado su solicitud de traslado a la delegación de otra comunidad. Ni siquiera llegué a tener su móvil para llamarla y, aunque estaba muy dolida y enfadada, no la iba a contactar en el teléfono o correo del trabajo. Poco después supe por un compañero que había ido contando que yo me había obsesionado con ella y que la incomodaba porque ella no era lesbiana. Con el tiempo superé el ghosting en sí, pero mi inseguridad con las chicas se multiplicó por diez.

  • EL RAJADO. Conocí a un chico en internet, un español que trabajaba en Alemania. Llevábamos manteniendo esa ciber-relación más de dos años cuando, a pesar de sus reticencias, decidimos que era el momento de vernos en persona. Él decía que me quería, pero que tenía miedo de que le rechazara cuando le viese porque no era un tipo guapo. Yo no lo entendía, me había enviado fotos y solíamos hablar por Skype, pero intentaba comprender sus miedos y me esforzaba en hacerle ver que a mí me daba exactamente igual su físico. Fijamos una fecha y compré billetes de avión para pasar con él un fin de semana, ya que ninguno de los dos podía coger vacaciones hasta el verano y aún faltaba mucho para entonces. Me extrañó que no me deseara buen viaje cuando le escribí desde el aeropuerto. Me preocupé mucho cuando le llamé desde la terminal de llegadas de Berlín porque él no estaba allí y no obtuve respuesta. La preocupación pasó a ser miedo cuando me bajé del tren en la estación y él seguía sin cogerme el teléfono. Habíamos acordado que vendría a buscarme al aeropuerto por lo que no me había dado su dirección. Estaba a punto de presentarme en una comisaría de policía, sin tener ni jota de alemán, cuando recibí un whatsapp que decía: ‘Lo siento, no puedo’. Y eso fue lo último que supe de él. Me dejó colgada en una ciudad que no conocía, sin hablar apenas inglés y sin alojamiento. Intenté cambiar los billetes para regresar antes, pero me salía tan caro el cambio que me compensó pagar un hotel. Ojalá hubiera aprovechado para hacer turismo, y no para pasarme dos días enteros llorando. Han pasado años y sigo sin saber si despareció por culpa de sus miedos o si me había engañado desde el primer día.

 

Cuesta comprender por qué algunas personas prefieren marcarse un Casper antes de dar la cara y ser sinceros, pero está claro que, si tiene su propio palabro para definirlo, es porque es un fenómeno habitual.

Y a vosotras ¿os han hecho ghosting alguna vez?

 

Imagen destacada de Thought Catalog en Pexels