Vale, te han roto el corazón. Bueno, más bien te lo han descuartizado y enterrado en lugares tan distintos que no estás segura de que alguna vez puedas volver a recomponerlo. Y duele, duele mucho.

Y seamos sinceras: empiezas a cuestionarte todo en tu cabeza y te sientes pequeñita, frágil, y tonta. Tonta por creerte sus excusas, por no haber sabido ver lo que para los demás era obvio y débil por no marcharte cuando aún no era una derrota.

Quizás podrías haber hecho las cosas de forma diferente. ¿Y si hubieses sido más inteligente, más guapa, menos directa, más atrevida…? ¿Y si hubieses sido cualquiera menos tú? ¿Habría cambiado algo?

Al final, entras en una mecánica de odio y culpa hacia ti misma, preguntándote qué es lo que te falta, qué fue exactamente lo que hizo que esa persona no se quedara contigo, que no te eligiera cuando tú sabes a ciencia cierta que hubieras luchado contra viento y marea por ella.

¿Y qué fue verdad? ¿Cómo distinguir lo real de la mentira si todo lo que vivisteis se vuelve confuso?

 

Pero déjame decirte que no. Que tú no tienes la culpa y nunca fuiste el problema. No eran tuyas las mentiras ni tampoco los juegos sucios y sobre todo, no fuiste tú quien utilizó, quién hizo daño a quemarropa, quién desapareció dejando en el aire miles de preguntas sin resolver.  Así que llora si tienes que llorar, llora fuerte hasta que ya no duela y luego, levántate, más alta, más guapa y más fuerte que nunca.

Porque lo que no mata, hace más fuerte y fuerte, siempre estás más guapa.

 

@Pau_aranda21