He tenido dos embarazos muy buenos, los partos no tanto, y los niños… ¡Buenísimos también! Aunque eso de dormir no iba con el pequeño. Físicamente, tardé un poco en encontrarme bien después de dar a luz. La primera vez porque me hicieron una cesárea de urgencia y estuvo doliéndome durante varios días, además porque la medicación me dejó una migraña que tardó en irse.

El segundo fue un parto vaginal, pero después estuve sin poder sentarme bien durante semanas. No tuve ningún seguimiento médico en ambos postpartos, más allá de la protocolaria visita a la matrona.

Gracias a que empecé a relacionarme con grupos de asesoramiento a madres y padres tras mi segundo hijo, y también por temas laborales, empecé a aprender bastante sobre embarazo, parto y crianza. Hubiese sido genial haberlo hecho antes y no después, lo sé, pero así fue.

Por eso, cuando recientemente mi hermana, que acababa de dar a luz, me comentó que no podía saltar en la cama elástica porque se hacía pis encima, le urgí a que visitara a una especialista en suelo pélvico. Sabía que era muy importante llevar un control de todos esos músculos y ligamentos, ya que tienen una función fundamental en el cuerpo de la mujer (¡y también en el del hombre!).

Le expliqué que durante el embarazo y el parto esa musculatura se debilita, y que si no se ejercita, puedes sufrir diversas complicaciones como incontinencia urinaria o fecal, estreñimiento, dolor, alteraciones en la función sexual… Mi hermana me hizo caso y en seguida fue a una fisio para ponerle remedio.

Pero, poco después, fui yo la que me animé a saltar en la cama elástica un día de juegos. Los primeros saltos los di sin problema, pero después noté que se me empezaba a escapar el pis a mí también. ¡Y no era una gotita! No me lo podía creer, mi hijo pequeño ya tenía cuatro años y nunca había sentido ningún síntoma de que mi suelo pélvico estuviese debilitado. Me asusté bastante, y rápidamente pedí cita yo también para una valoración.

Nunca me han gustado los masajes, cuando sufría dolores de espalda me resistía a que me tratase un fisio y, afortunadamente, no estoy acostumbrada a ser la paciente porque gozo de buena salud. Así que no me apetecía nada ir a que pusieran a prueba mi suelo pélvico ni a que me hurgasen a través de la vagina. ¡Y no era por vergüenza! No soy nada pudorosa y me tomo estos temas “íntimos” con mucha naturalidad, pero no me gusta que me toquen, en general (salvo excepciones, claro).

Afortunadamente, la fisio fue muy maja y me hizo una valoración completa de mi suelo pélvico. En primer lugar, me preguntó sobre mis antecedentes y hábitos de vida para poder realizar la historia clínica: los embarazos y partos, mi manera y frecuencia de ir al baño, si hacía ejercicio, sobre mi trabajo, enfermedades, intervenciones quirúrgicas, acerca de mis relaciones sexuales, si refería molestias o dolor en la zona abdominal, etc.

Después me explicó qué era el suelo pélvico, me ayudó con respiraciones a localizarlo y a empezar a ser consciente de su existencia. Después realizó la valoración física, tanto por fuera como por dentro.

Necesitaba que yo siguiera sus indicaciones para contraer y relajar la zona. Además, también me hizo una ecografía. Tuvo muchísima delicadeza, no sentí nada de dolor, salvo en una zona en la que insistió masajeando para tratar de descontracturar un punto que me molestaba en ciertas posturas durante el sexo.

El diagnóstico fue mejor de lo que me esperaba, sobre todo después del incidente con el pis en la cama elástica. El tono y la fuerza de mi musculatura estaban bastante bien, pero sería beneficioso trabajar la toma de conciencia sobre mi suelo pélvico para integrarlo en mi día a día. Y eso podía hacerlo a través de ejercicios hipopresivos.

Me explicó una rutina sencilla para iniciarme, y la idea era ir complicándola a lo largo de varias semanas junto a revisiones periódicas.

Al principio, sobre todo, lo que más me costaba era sincronizar la respiración durante los ejercicios y sentir que movía los músculos adecuados. Pero, poco a poco, fue surtiendo efecto y notaba que realizaba la rutina con más eficiencia.

Lo mejor de todo, y lo que se busca conseguir en personas sin patologías, es que aprendí a cuidar los movimientos de mi suelo pélvico en actos más inconscientes como al estornudar, al ir al baño, al correr, al levantar peso… ¡Hasta noté mejoría en mi postura corporal parada de pie! Y aunque yo no soy mucho de saltar en camas elásticas, si se tercia, me lanzo a dar unos cuantos botes ya sin escapes.

Anónima