Cuando tienes un marido que todos los meses pasa al menos una semana de viaje por trabajo, asumes ciertas cosas. Como que siempre hay una maleta por hacer o deshacer en el dormitorio. Que hacer planes contando con él es complicado. Y que, cuando tuviéramos hijos, sería madre soltera unas quince semanas al año. Por poner algunos ejemplos. Son cosas que ambos aceptamos y con las que podemos vivir. A mi chico le apasiona su trabajo y está muy bien pagado, o sea que, de momento, y si todo va bien, la situación es la que es y todos contentos. Aunque es cierto que a veces esta situación resulta inconveniente. En concreto con el tema de los hijos, puede resultar frustrante. Nos dimos cuenta desde el mismo instante en que decidimos intentar concebir. Porque resultó que mis picos de ovulación coincidían mes tras mes con sus estancias fuera de casa. Tardamos casi dos años en conseguir el embarazo, pero no creo que hubiera ninguna causa más allá de que casi nunca podíamos tener relaciones en el momento adecuado.

Al final lo conseguimos. Me quedé embarazada y tuve que darle la feliz noticia varios días después de haberme hecho el test para poder hacerlo en persona. Pudo ir a la primera ecografía, aunque se perdió las del segundo trimestre. Estaba en casa cuando tuve un pequeño sangrado que se quedó en un susto, pero por el que estuve un par de días hospitalizada. En fin, que a veces estaba y a veces no. Y yo me emparanoié mucho con que no quería dar a luz sola. Me daba pánico. Pese a que sabía que su participación en el parto no era ni mucho menos crucial… quería tenerle allí conmigo. No quería que se perdiera las primeras horas de la vida de nuestro hijo. Ni estar sola con mis miedos y movidas de primeriza asustada durante esos primeros momentos.

Así que se pidió vacaciones a partir de la semana 38 para poder estar en casa. Y, cuando nos acercábamos a esa fecha, adelantó un viaje de trabajo para dejar algunos asuntos atados y evitar riesgos.

Ley de Murphy: me puse de parto estando de 37+2 y con el padre de la criatura a 3921km de distancia. Yo no me lo podía creer. Me fui sola al hospital rezando para que me dijeran que aquello no eran contracciones y que aún estaba muy verde, tal y como me habían dicho en la sesión de monitores del maldito día anterior.

No hubo suerte, estaba de parto y dilataba tan rápido que, si quería la epidural, era el momento de ponerla. Llamé a mi marido llorando tanto que no me entendía, fue la matrona la que cogió mi móvil y le informó de lo que pasaba.

Estaba segura de que lo habíamos calculado todo a la perfección, todo el mundo me decía que los primeros hijos no nacen antes de la semana 39 o 40. ¡O con parto inducido en la 41! Me bloqueé, me puse tan nerviosa que ni se me ocurrió llamar a mi madre o a mi hermana. Ni quise hacerlo cuando me lo sugirió la enfermera. Aunque llegarían antes que el padre, ellas tampoco llegaban a tiempo porque viven en otra provincia.

No podía parar de llorar, estaba ocurriendo justo lo que había intentado evitar por todos los medios. Me tuve que comer las contracciones sola, estar en la sala de partos sola, cagarme en todo lo cagable porque la epidural solo me cogió de un lado sola. Y chillar, resoplar, pasarme por el papo lo aprendido en las clases preparto y maldecir el trabajo del padre de la criatura yo sola. Llorar sola y morirme de miedo sola cuando sentí que el bebé salía de mi cuerpo, pero no se escuchaba nada y el silencio se adueñó de la sala. Y volver a llorar sola cuando, como seis horas más tarde, que quizá fueron solo unos segundos, mi niño se puso a maullar como un gatito.

Estaba sola mientras me cosían los bajos y cuando me pusieron a mi bebé en el pecho. Cuando pasó mil millones de engancharse a él y cuando le di su primer minibiberón.

Mi familia llegó antes del segundo bibe y mi marido por fin estuvo allí cuando nuestro hijo consiguió engancharse al pezón. No habían pasado ni 24hrs, pero fueron las más largas de mi vida. Ahora estoy embarazada de nuestro segundo hijo y aún no sabemos muy bien cómo lo vamos a hacer para que no vuelva a suceder. Pero, por mí, como si se tiene que pedir una excedencia.

 

 

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