Una de mis mejores amigas acaba de ser madre. Se estrena en esto de la maternidad en pleno verano, cuando todo el mundo a su alrededor está haciendo planes de vacaciones y mil viajes. A mí en su día me tocó exactamente lo mismo. Lo recuerdo con cariño pero todavía sudo a mares pensando en los termómetros a punto de explotar y el verme cuidando de mi pequeña e intentando no pegarla demasiado a mi sudoroso body.

El otro día me comentaba algo melancólica (un poco llevada por la fuerza de las hormonas) que es realmente feliz viendo a su hija a su lado pero que también va a echar mucho de menos esas escapadas veraniegas en pareja.

Nosotros no éramos de esos que planean las vacaciones a meses vista, sino de los que se hacían su mochila y hasta donde nos llevase el viento‘ me decía bastante emocionada mientras daba el pecho a su retoño. ‘Tengo la ligera impresión de que con la maternidad he ganado mucho pero que también he perdido un poco‘.

No la juzgué en absoluto, de hecho suscribo sus palabras una por una. Ser madres nos regala millones de cosas buenas y especiales, pero también se lleva por delante una parte de nosotras que quizás jamás deberíamos perder. Y una de ellas es el tiempo de ocio con nuestras parejas (o amigas, o adultos en general).

 

Hay que ser consecuentes, por supuesto, y si traemos hijos al mundo es para hacernos cargo de ellos al cien por cien. En lo bueno y en lo malo, en las discusiones y en las celebraciones, un hijo es para siempre y es nuestra responsabilidad cada día de su vida. ¿Pero qué habrá de malo en tomarse un respiro una vez al año para saborear durante unos días nuestra vida adulta sin niños de por medio?

Tres años llevo siendo madre y en las pocas ocasiones que he pedido una mano amiga que cuide de Minchiña durante una noche, me he sentido la mujer más culpable del planeta. Porque cada vez que he necesitado un plan en pareja me ha dado esa ligera impresión de que no estaba haciendo lo correcto. Es como una presión autoimpuesta incontrolable. Una mierda, vamos.

Cuánto peor sería si en algún momento me planteo viajar unos días sola con mi marido (o con mis amigas). Ya sea para tomar aire o simplemente pensar en otras cosas que no implique ninguna responsabilidad. ¿Os imagináis? ‘¡Qué madre del averno! Tener hijos para eso…

Nos han vendido en tantísimas ocasiones que tener criaturas nos ata de pies y manos, que la mínima necesidad de tiempo solo para nosotras parece convertirnos en madres terribles. Y el valorar unas vacaciones solo para adultos ni se contempla en muchísimas familias.

¡Pues yo reivindico mi derecho a reencontrarme con mi yo libre! Y que me tachen de lo que quieran. Sí, tengo una hija, y disfruto como la que más a su lado. Pero mi cuerpo también me pide un fin de semana de playa y cóctels sin mirar el reloj. Sin tener que escuchar el archirepetido ‘pues no haber tenido hijos‘.

Durante 355 días al año me desvivo por mi familia, soy una autómata de la crianza. Pediatras, cole, obligaciones… Nadie merece sucumbir a la rutina. Y tener descendencia es una responsabilidad pero no un castigo.

Creo firmemente que es hora de dejar de culparnos por precisar de tiempo de calidad para nosotras. No nos convertimos en malas madres por ello, sencillamente somos conscientes de que tenemos límites. Mientras contemos con el apoyo incondicional de los que nos rodean, ¿qué más nos dará lo demás?

Os deseo a todas un gran verano, ya sea con vuestros retoños o escapándoos unos días de lo cotidiano. ¡La vida es una, amigas!

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada