VI ESPÍRITUS EN LA CASA DE MIS ABUELOS

 

Eran principios de los 90. Yo tenía unos cuatro años, y fui de visita una tarde-noche con mis padres a casa de mis abuelos, que queda muy cerca de la mía, porque nos íbamos a quedar a cenar.

En un momento en el que los adultos se entretuvieron hablando, yo me dediqué a husmear la casa en busca de algo divertido para jugar.

Me adentré en el pasillo, y andando por él atravesé el baño y la habitación de mis abuelos, pero no había nada interesante.

Y entonces llegué a la salita. 

La habitación era alargada, con un armario oscuro pegado a la pared derecha, un par de butacas al fondo, y una mesita redonda con un tapete de ganchillo entre ambas.

Y las sombras de dos niñas.

Me quedé petrificada.

Una de ellas movió la butaca de la izquierda con una mano, mientras con la otra me hizo gestos para que fuese a donde estaba ella. 

La otra, que parecía preocupada, me hizo saber con gestos que no entrase a la habitación.

Yo estaba inmóvil en el marco de puerta. No me atreví ni a pestañear.

La niña de la izquierda, al parecer molesta porque no entré, meció la butaca un poco más fuerte.

En ese momento, mi madre interrumpió la escena preguntándome que dónde estaba, y se acercó a mí al verme, preguntándome qué hacía.

Le dije que estaba hablando con las niñas de la habitación.

A mi madre se le puso cara de póker. Echó un vistazo y no vio nada, y yo tampoco. Habían desaparecido.

Al principio tuve miedo y se lo conté a mis padres y a mi abuela, pero me tranquilizaron con lo típico de que son imaginaciones tuyas y tal.

Como entonces era una niña, no le di mucha más importancia y aquello se borró de mi mente más pronto que tarde.

Y es que no volvió a pasar nada hasta varios años después, a mediados de los 2000. Yo era recién una estrenada adolescente que iba de vez en cuando de visita a pasar la tarde con mi abuela. 

Un día, un vecino le comentó a mi abuela que su hijo iba a cambiar de ordenador y que si quería el antiguo para sus nietas. No era gran cosa pero tiraba para lo justo. Mi abuela le dijo que sí y claro, la noticia corrió como la pólvora. Nosotros no teníamos ordenador aun, así que no tardé en correr a casa de mi abuela para estrenarlo. Le instalé los Sims 1 y ya el enganche fue menudo.

Un día, mi tío tuvo que dejar a mi prima, de mi edad, quedarse a dormir en casa de mi abuela porque él y mi tía se iban de cena de aniversario. Como nos llevábamos muy bien, yo me entusiasmé y quise quedarme a dormir con ella. Le enseñé el juego y el vicio fue poco. Tal, que nos quedamos despiertas jugando a escondidas hasta tarde.

La habitación era la misma. En un extremo estaba la puerta y, en el otro, cerca de la ventana, estaba el escritorio con el ordenador, además del armario anteriormente mencionado y una de las butacas a la izquierda que dejó mi abuela para cuando hacía su ganchillo.

 Se nos hizo tarde jugando y estábamos totalmente a oscuras, con la única luz de la pantalla del ordenador como iluminación en toda la casa. Serían aproximadamente la 1 de la mañana.

Mi prima y yo hablábamos, reíamos, y disfrutábamos como enanas con el juego.

Y, de repente, se hizo el más absoluto silencio.

Ambas giramos la cabeza muy lentamente, con total y absoluta sincronía, hacia la puerta.

La sombra de una mujer de pelo largo se asomó desde la parte derecha del marco de la puerta. Se vio perfectamente cómo su pelo se deslizaba hacia abajo al inclinarse hacia un lado para observarnos, y se volvía a posicionar de nuevo al erguirse, desapareciendo la sombra totalmente.

Mi prima y yo nos miramos con terror.

  • ¿Abuela?

Nadie respondió. 

Además, mi abuela no tenía el pelo largo.

  • ¿Abuelo? – dije por decir, ya que si mi abuela no tenía el pelo largo, mi abuelo menos.
  • ¿Has visto lo mismo que yo? – nos preguntamos a la vez. Describimos la escena y era EXACTAMENTE LO MISMO. Las dos habíamos visto jodidamente lo mismo. 

Lo más gracioso es que, aunque quise buscarle la lógica al asunto para no morir de un infarto, no pude. Resulta que la puerta de la habitación daba la esquina de un pasillo que giraba a la derecha también, por lo que se encontraba pegando a la esquina de la pared, así que ahí no cabía ninguna persona.

En ese momento, vino a mi cabeza el recuerdo de aquellas sombras que vi en mi niñez. Un escalofrío recorrió mi columna, y el corazón se me aceleró más aún.

Aquello nos cortó el rollo del tirón. La liamos pardísima para encender la luz, cuyo interruptor estaba al lado de la puerta. Fuimos las dos pegadas, cagadísimas, y encendimos la luz. Apagamos el ordenador y corrimos como si no hubiese un mañana por el pasillo, hasta llegar a las camas. Nos metimos en una junta las dos, cagadas de miedo.

Al día siguiente se lo contamos a mis padres, que vinieron a recogernos, y mi madre nos contó que cuando ella era adolescente jugó a la Ouija con sus amigos en la habitación.

Esa fue la última vez que me quedé a dormir en casa de mi abuela.

 

Juana la Cuerda