Uno de mis propósitos recurrentes de los últimos tropecientos años ha sido comer más verdura. Yo era la típica niña que no probaba algo verde ni aunque fuera un helado de pistacho y recuerdo con total claridad el día que me comí mi primera ensalada porque no fue hace tanto tiempo. Mi relación con la verdura era muy muy casual, me gustaban los pepinillos y para de contar, y mi relación con la fruta, parecida, pero esa no me ha costado demasiado enmendarla (sobre todo desde que descrubrí los maravillosos smoothies).

No quiero martirizarme porque sé que el progreso ha sido lento pero positivo. Si echo la vista hacia atrás y pienso en la cantidad de verdura que comía hace tres años y la que como ahora… ¡el cambio ha sido radical! Sin embargo, todavía no es suficiente. ¡Parece que con la verdura nunca es suficiente!

He andado un largo camino por el sendero de los hábitos saludables, llevo años esforzándome y he logrado cambios muy significativos, pero no he conseguido mi objetivo final: que comer y cenar verdura sea lo habitual en mi alimentación.

El primer paso es proponérselo, por supuesto. Estas cosas no hay que hacerlas por obligación, porque te lo diga un médico o porque lo hayas leído en la Pronto. Estas cosas hay que hacerlas con convencimiento y por una misma, porque si lo haces por imposición, vas a sentir que comer mejor es un castigo, porque no es lo que quieres.

Una vez que ya estás dispuesta a dar el paso hacia lo verde, probablemente te sientas exactamente igual que me sentí yo durante el primer año: ¡estoy dispuesta a comer verdura, quiero comer verdura, quiero comer mejor! Pero… ¿cómo coño se come la verdura?

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A mucha gente esta le parecerá una pregunta de lo más absurda, pero las que me comprendéis sabréis que dar respuesta a esta cuestión es algo crucial: hay muchas verduras ahí fuera, pero ni sabemos qué son, cómo se cocinan, a qué saben, con qué alimentos combinarlas o qué coño hacer con ellas. No salimos de la fase ensalada, todo alimento que no se pueda picar en crudo y ser añadido a una buena base de lechuga (que ni siquiera nos gusta, pero joder, ¿cómo haces una ensalada sin lechuga?) se escapa a nuestro control.

Sin embargo… las ensaladas tampoco están TAN ricas. ¿No habéis tenido ganas de estrangular a esa gente que disfruta comiendo verdura y se atreve a decir que una buena ensalada es su plato favorito? Yo creía que nos engañaban descaradamente por aquello del postureo, pero cuando me lo dijo mi psicólogo entendí que algo raro tenía que haber detrás de todo esto. Si no nos hemos acostumbrado de pequeños al sabor y la textura de las verduras, es normal que de mayor nos resulte hasta desagradable.

Así que la fase dos no puede ser otra sino acostumbrarse a las verduras. Por mi experiencia, creo que no hay error mayor que obsesionarse con comerlas de la forma más simple posible. Cojo una lechuga, la troceo, y padentro. Cojo una alcachofa, la cuezo, y padentro. Pues mira cariño, así solo conseguirás que comer sea un suplicio y que tires la toalla a la primera de cambio. Como me quise pasar al bando verde por aquello de comer mejor ni se me podía pasar por la cabeza echarle un poquito de queso por encima al brócoli para gratinarlo y disimular así un poco su sabor, pero creedme, disimular el sabor de las verduras mezclándolas con otros alimentos que os encanten es lo mejor que podéis hacer.

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Ponle verduras a cualquier cosa que te guste, como por ejemplo, a Snape

Nada de platos que solamente lleven verduras. Métele verdura a aquello que te guste: tomate natural en la pizza, brócoli en la pasta, lechuga cebolla y pepinillos en tu sandwich o hamburguesa, pimientos en tus fajitas… ¡póntelo fácil, hija mía, que bastante trabajo es ya cambiar por completo hábitos adquiridos durante toda tu vida!

Poco a poco irás descubriendo que hay ciertos sabores que te encantan. A mí me pasó con los pimientos. Un alimento que no me hubiera comido crudo en mi vida resultó ser uno de mis favoritos cuando lo mezclo con carne. Solo todavía no me lo como, pero ya no concibo comer pollo si no le pongo un poco de pimiento o un poco de tomate como guarnición.

Una vez que ya te has acostumbrado a la textura de las verduras y has podido averiguar cuáles te gustan más y cuáles menos (a ver, que ya no tenemos diez años, es normal que haya algunos alimentos que no nos gusten. Si has probado las coles de bruselas de seis maneras diferentes y no hay manera, pues chica, no hay manera, se acabó) es el momento de empezar a experimentar.

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Busca recetas y vuélvete loca cuando descubras que hay miles y miles de formas de comer verdura, que no todo se reduce a fréjoles verdes con patata cocida y un poquito de aceite y pimentón por encima. Empieza con las cremas y purés mezclando cualquier cosa que se te ocurra. Recuerda que a los deliciosos smoothies de frutas también puedes echarle alguna verdurita. Prueba las múltiples opciones para las guardiciones más allá de la ensalada. Aunque, si te encanta meterte una buena ensalada, prueba cada día una diferente, incluyendo ingredientes como frutos secos, fiambres, quesos, frutas o casi cualquier cosa que se te pase por la cabeza. Mételas en el horno. Pruébalas con diferentes especias. Y, ya de paso, entra en el apartado de recetas de Weloversize porque tenemos una buena recopilación de ideas.

Poco a poco te irás dando cuenta de las infinitas posibilidades que te ofrece la verdura y cada vez te costará menos incluirlas en tu día a día hasta que consigas, si es lo que quieres, el mismo objetivo que tengo yo: conseguir comidas y cenas equilibradas, con un cincuenta por cierto de vegetales, un veinticinco por cierto de proteínas y un veinticinco por ciento de hidratos de carbono.

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