En Física, se llama ley a todo principio teórico deducido de unos hechos concretos, aplicable a un grupo definido de fenómenos y que se puede enunciar como que un fenómeno en particular siempre ocurre si se presentan ciertas condiciones. Os pongo un ejemplo, que aquí la primera de letras soy yo y sé de primera mano que estas cosas de las ciencias a veces cuestan: la ley de gravitación universal, formulada por Newton, es la que explica todo ese rollo de la gravedad. La gravedad es que si tiras algo, pues ese algo, se cae, porque los objetos con masa se atraen y esa fuerza de atracción se llama gravedad y supongo que aquí todo el mundo tiene el graduado escolar así que ya no le vamos a dar más vueltas a esto.

Bueno, pues una vez entendido qué son las leyes físicas, yo vengo aquí a formular otra, así que cuidao no vaya a ser ahora WeLoverSize un espacio para la revolución científica. Veréis: para poder llamar a «algo» ley universal, hay que, primero, observar mucho. ¿Por qué? Porque las leyes universales pueden aplicarse en cualquier lugar del universo, es decir, definen las reglas de la naturaleza, cosas que pasan siempre y punto, por decirlo en el idioma de la calle, de la gente que lee la Cuore y le gusta Quién quiere casarse con mi hijo.

Pues bien. El pasado octubre yo me apunté a un gimnasio. Al final me he tragado todo ese rollo de que hay que estar sana y de que lo más importante es la salud y bueno, qué os voy a contar yo a vosotros que no sepáis. Y llevo ya unos meses llevando una vida más o menos saludable, con sus comidas saludables, sus horitas de gym saludables, sus paseos saludables y sus, de vez en cuando, pizzas familiares saludables.

fat gym

La cosa es que me apunté yo sola, porque era algo que quería hacer de verdad y no quería tener que depende de otra persona, que luego pasa eso de que si cuándo vamos, de que si ahora no puedo, de que si vámonos a tomar unas cañas mejor, tía, que hoy no me apetece. Y como sola me apunté, sola empecé a ir prácticamente a diario, acompañada solamente de mis auriculares y mis canciones de petarlo que me ponen muy arriba para quemar bien de grasa en las maquinitas. Y como hay que entretenerse en un contexto en el que a mí, por lo menos, me resulta tan aburrido, me puse a mirar a mi alrededor.

Y así conocí a la fauna del gimnasio: chanán chanán chan chan chanán chanán chan chán Amanece en cualquier gimnasio que huele a sudores de la Península Ibérica. Inician la jornada los depredadores, y carroñeros, las gordas y las señoras mayores. Y entre ellos, el más hermoso de nuestros mamíferos de pesas: el musculitos. Podríamos llamarle, la verdadera fiera del gimnasio.

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Como si de un episodio de El hombre y la Tierra se tratase, cada día y ante mis ojos se sucedían cientos de acciones que poco a poco se fueron convirtiendo en rutina, y raro era el día que no veíamos al machito con camiseta de tirantes muy suelta, para que se vea bien el músculo, emitiendo gemiditos cada vez que levantaba un peso; la señorita que dedica más horas a esculpir su cuerpo que a leer a Faulkner y eso se nota, objeto de las miradas de muchos de los varones de la sala; la señora mayor con su diabetes que viene al gimnasio porque se lo manda el médico y aprovecha a hacer ganchillo mientras hace bicicleta; y, por supuesto, la gorda de la clase de zumba.

La gorda que va a clase de zumba es una ley universal. No existe, en el mundo que hasta ahora conocemos, un solo gimnasio en el que no haya una gorda que se haya apuntado solamente para ir a zumba. Y, queridos lectores, la gorda de la clase de zumba de mi gimnasio he resultado ser yo.

Aunque al principio miraba yo el zumba desde lejos y con ojos de «anda que… ya os vale, bonitas, qué poca vergüenza», poco a poco empecé a comprobar que los alumnos de la clase de zumba solían salir bien sudaditos, tan sudaditos como yo, que después de treinta minutos en la bicicleta habría perdido muchas calorías, sí, pero estaba más aburrida que Kiko Rivera viendo La 2.

¿Qué nos pasa a las gordas con el zumba? ¿Por qué nos gusta tanto mover el culo a ritmo de canciones latinas modernas que dan tanto repeluco y que nos harían vomitar una noche de fiesta? Estas son preguntas que intentaré contestar mediante las pruebas empíricas, a base de tiempo, ya que por ahora solo puedo decir que las gordas somos un pilar imprescindible de cualquier clase de zumba que se precie, como lo son también las señoras mayores, el grupito de amiguitas tontas, y la señora a la que se le da todo genial y no se pierde nunca en ninguna coreografía.

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El zumba es lo nuestro. Las gordas tenemos un talento natural para menear el bullarengue, y solamente en clase de zumba podemos brillar como merecemos. El aerobic es demasiado para nosotras, el yoga se nos queda corto y además tanta teta nos impide realizar correctamente algunas posturas. La clase de zumba es nuestro territorio, y por eso nos jode, o qué coño, me jode a mí, en primera persona, el grupito de niñas monas que toda clase de zumba tiene también, que suele disfrutar más de las canciones que suenan durante la clase porque es lo que les gusta bailar en la disco, que tienen un sentido del ritmo que deja bastante que desear, que tienen menos salero que las cocinas de un hospital, que se mueven menos que el Cristo Redentor de Río de Janeiro y encima tienen el descaro de decir siempre, al terminar cada clase, «que el zumba no sirve para nada porque ellas no sudan». Os metía la cara a cada una en mi sobaco para que tuviérais sudor por algo.