En el momento más vulnerable de mi vida, llegó un compañero nuevo a la empresa.

Hacía varios años que yo no sentía pasión con mi marido. Llevábamos diez años juntos y teníamos dos hijos en común. Todos nuestros amigos nos ponían como la pareja de referencia, los que llevaban muchos años juntos y nunca se separarían. Pero la realidad era que yo había perdido esa chispa y solo lo veía como un amigo. 

Pero, como os iba contando, no me di cuenta de eso hasta que apareció Lucas. Él se incorporó en otro departamento diferente al mío, pero por cuestiones laborales nos teníamos que ver bastante a menudo. Además, mis compañeros de trabajo habían hecho piña con él y al final formamos un buen grupo para pasar el rato en las horas muertas y para salir por ahí: a veces íbamos a cenar, al cine o a la playa.

Vamos, que yo estaba encantada con el compi nuevo. Vale, vale, me hacía tilín. Era un poco más joven que yo, y tenía una inocencia y una amabilidad que me encantaban. Parecía muy buen chico. Y también estaba muy bueno, no nos vamos a engañar.

Como había muy buen rollo, hicimos un grupo de whatsapp y entre coña y coña, Lucas y yo nos hablábamos por privado para hacernos bromas o para hablar de cosas del curro. 

En el trabajo, cuando yo tenía un rato libre, iba a verlo, y cuando él podía, venía a verme a mí. En una de esas estábamos solos y empezó a haber más roce de la cuenta, hasta que nos besamos. Yo estaba fascinada por su personalidad; cómo lo diría, parecía muy inocente, pero a la vez avispado. Sabía cómo hacerse desear, cómo tocarme, las palabras que debía utilizar. Y yo, que estaba casada y con dos hijos, poco a poco me vi involucrada en una relación clandestina con él.

A veces quedábamos en nuestros días libres y nos íbamos por ahí, y, aunque él era bastante cerrado en cuanto a su vida privada, nos lo pasábamos genial y sentía que estaba con un amigo en el que podía confiar. Nos volvimos muy cercanos, y no sé cómo, acabé adoptando un rol demasiado protector con él: a veces le compraba la comida, o le cosía un pantalón, o le iba a buscar una camiseta porque se había dejado el uniforme. Él también estaba muy atento a lo que yo necesitaba, aunque debo decir que yo estaba bastante más pillada que él. 

El caso es que nuestra relación era tan estrecha y tan bonita que empecé a replantearme la relación con mi marido. Ya solo lo veía como un amigo, un amigo con el que había compartido gran parte de mi vida, pero no me daba lo que necesitaba en aquel momento. La pasión había muerto. Y, no me preguntéis cómo, pero me armé de valor y decidí dejar la relación con mi marido. Me arriesgué. Él se lo tomó fatal, de hecho, aún sigue enamorado. Pero la cuestión es que me las vi canutas para irme a vivir sola con todos los gastos y un solo sueldo. Aunque valdría la pena. Por fin podría estar con Lucas.

Todo iba viento en popa entre Lucas y yo. De hecho, seré totalmente sincera: fue Lucas quien me dijo de dejar a mi marido. Me preguntaba qué hacía con él, si no le quería. Me decía que le dejara para estar con él. Lucas fue ese empujón que me hizo abrir los ojos. Él me aseguró que quería estar conmigo y que “lo nuestro” era de verdad. 

Un día, mientras Lucas estaba en mi casa, tuvo que salir a trabajar unas horas extra y se dejó el móvil. Yo nunca había cotilleado su móvil, pero empezó a sonar y no paraba. Era un número que no tenía guardado. Y sonaba y sonaba sin descanso. Al principio pasé, pero luego pensé que quizás era él desde otro número, o algún asunto del trabajo. Pero no. Al otro lado del teléfono se encontraba una mujer, una mujer que decía ser su esposa. Hablé con ella y le expliqué nuestra situación. Me dijo que estaban casados, que incluso ella le mandaba dinero a él porque se lo pedía. Que él se había ido de la ciudad donde vivían porque no encontró trabajo, pero que seguían juntos.

Me quedé de piedra. Todo el castillo de naipes se vino abajo. Cuando llegó del trabajo se lo solté, y él me dijo que era verdad, lo admitió todo, pero me dijo que ya no la quería, que solo la había utilizado, que era muy mayor para él y que ya solo quedaba el cariño. Me quedé asombrada de cómo podía tener esa cara tan dura, y encima ocultándonos a las dos toda la historia. Estuvimos hablando varios días y él me dijo que la iba a dejar, y que igualmente, lo suyo ya estaba acabado.

Me aseguró que la dejó y que ya no había problema. Yo seguía ilusionada, tonta de mí, hasta que un día, cuando estábamos de vacaciones, vi que hablaba mucho por el móvil. Le pregunté quién era, y me dijo que nadie importante. Entonces, se fue a la piscina y vi otra vez que le llamaba el mismo número que la vez pasada: era su mujer. Yo lo cogí, y le dejé las cosas claras: que estábamos juntos y que él la había dejado. A lo que ella me respondió que no, que él no la había dejado a ella, pero que ella estaba dispuesta a hacerlo, porque estaba sufriendo mucho con la situación. Así que nos pusimos de acuerdo para dejarlo las dos. Me dio mucha pena aquella mujer, incluso me dio más pena que yo misma.  Os lo prometo. Era una mujer mayor, había puesto mucho esfuerzo y esperanza en su relación con Lucas, y ahora se encontraba tomando ansiolíticos y su vida se había derrumbado por ese hombre.

Os prometo que me dolió mucho la situación, pero al final conseguí dejarlo. Y me dolió, pero sé que fue el mayor sinvergüenza que me he topado y me toparé en la vida. Eso sí, no me arrepiento de haber dejado a mi marido, porque la verdad es que lo nuestro ya no tenía razón de ser. A veces la vida te da unas sacudidas que no te esperas, pero a pesar de que lo he pasado muy muy mal, he salido adelante como he podido y con la frente bien alta. He extraído mis lecciones y he vivido una experiencia que me tocó vivir. Y eso es todo. La vida sigue y no pienso detenerme. 

Lunaris