Amar bonito y bien a “la chica de los donuts”

Hacía ya 13 años que no celebraba un San Valentín en pareja. Por aquel entonces, yo era una chiquilla de 19 años que quería lo que (creía) quería cualquiera: que mi caballero de armadura brillante y blanco corcel me trajese mi ramo de rosas de rigor, unos bombones y un osito de peluche con un corazón que dijese “Te quiero” o algo por el estilo. 

No tuve ramo de rosas, pero oye, lo demás lo tuve. Y me parecía bien, más que bien. Ni me planteaba si aquello era lo que quería o era solo lo que se hacía aquel día. Mi novio de aquel entonces tampoco reflexionaba mucho sobre ello. Lo sé porque aquellos regalos no los había hecho pensando en mis gustos, sino basándose en lo que abundaba en las tiendas. Aunque… ¿acaso sabía lo que me gustaba? ¿Acaso YO sabía lo que me gustaba?

Ahora, con 32 años y en otra relación, puedo decir que la situación es bien diferente. Ahora aborrezco los bombones porque ya me como mi onza de chocolate todos los días. Los ositos de peluche crían polvo que no veas y acabo donándolos para que algún crío sea todo lo feliz que yo no soy con un trasto más en casa. Y los ramos de rosas no están mal, aunque prefiero unas margaritas, ya que era la flor favorita de mi mejor amiga de la infancia y ya hace años que nos dejó. Noelia, te seguimos echando de menos. 

Sin embargo, hay algo que me encanta: comer. Cuando conocí a mi chico, salir a comer, merendar y cenar se convirtió rápidamente en uno de nuestros planes de pareja por antonomasia. También hemos empezado a incluir en nuestros planes los “cursos de cocina”, aprovechando que él es cocinero de formación. Nos vamos de fin de semana y aprovechamos para que me enseñe a cocinar. Plan que ya han aplaudido todas las mujeres de mi familia, que ya están preguntando que para cuándo un tupper. 

Sois muchas las que compartís historias de tíos que os rechazan por vuestro peso o que inicialmente os aceptan, pero luego os dan la turra con que adelgacéis. Siguen circulando vídeos o viñetas en los que, aunque sea en modo humorístico, sale la típica primera cita en la que ella come delicadamente hasta coger confianza. Entonces y solo entonces, la chica come lo que quiere y como quiere. Solamente entonces se permite el lujo de ser ella misma con la comida. 

Con mi pareja, nunca fingí ser más delicada o cuidar más mi dieta. Siempre he comido lo que he querido, tanto en términos de cantidad como en calidad. Nunca ha habido ni un solo comentario negativo respecto a mi peso ni sobre mi forma de comer. La única vez que me medí fue en la primera cita, que tomé un chocolate caliente. No iba a arriesgarme a tener una primera mala cita y encima palmar un pastón. Soy disfrutona con la comida, pero me gusta cuidar mis finanzas. 

El tema de no fingir ha sido fundamental para mí. Cuando me he enamorado anteriormente, he caído en la trampa de intentar ser lo que pensaba que gustaría más a la otra persona, en lugar de ser yo misma y dejar que pasase lo que tuviera que pasar. La consecuencia directa de ganarme un Goya a la mejor actriz una relación tras otra es que he llegado a odiar mi “yo enamorada”. Hasta ahora. Ya no quiero ser la enamorada complaciente. Prefiero ser una mezcla entre oveja negra y perro verde.

Hoy ha sido mi primer San Valentín en pareja después de 13 años. Mi primer San Valentín sabiendo lo que realmente me gustaba, lo que realmente me apetecía. No quería flores, ni bombones, ni osos de peluche. Yo quería donuts. Donuts con forma de corazón, rellenos de mermelada y chocolate, con decoraciones y mensajes románticos. 

Mi chico tiene horarios laborales complicados, así que di por hecho que no habría nada especial ese mismo día. Además, no es demasiado fan de San Valentín. Ni de Navidad. Ni de su propio cumpleaños. Aproveché el sábado anterior para pedirle que me regalase un donut con un “I love you”, relleno de mermelada de fresa de una cadena que, sin ser mi favorita, te ayuda a quitarte el antojo. El muchacho aceptó porque no le gustarán ciertas fechas, pero le gusta hacerme feliz. 

Cuál ha sido mi sorpresa que hoy, 14 de febrero, le he felicitado San Valentín. Él ha respondido con un igualmente y preguntando mi dirección exacta. Cara de póker. “No, mira, es que hay algo en camino para ti”. Cara de repóker. Si bien es cierto que le enseñé fotos de unos donuts de una cadena que me flipa, había dado por hecho que me los iba a comprar yo o no los iba a catar. Y lo primero era poco viable porque en toda la ciudad hay una sola tienda de esa cadena y a la altura de donde Cristo perdió la sandalia. 

Al rato, me llama por teléfono. “En un minuto, abre la puerta”. Nunca imaginé que un repartidor llegado en moto fuese pieza clave a la hora de mantener viva la llama de nuestro amor. Pero ahí estaba, bolsa de papel en mano. Dentro, un paquete con 6 delicias azucaradas. 

Estoy por usar una de esas rosquillas como anillo de compromiso y pedirle zampar juntos hasta el fin de nuestros días. Como seguro que me estás leyendo, ¿aceptas, rey? 

Mia Shekmet