El 1 de septiembre decidí empezar a hacer deporte. Como me conozco y sé que la fiebre del fitness me dura cuatro telediarios, pasé de apuntarme a un gimnasio y aproveché estas piernas que la naturaleza me ha dado para salir a correr por mi ciudad. Me enfundé en unos leggings del Decathlon, me puse mi musiquita maquinera a tope y me fui trotando por el caminito que está al lado del río. Seré sincera, no aguanté mucho, pero me sentí tan orgullosa al acabar de hacer deporte que volví a casa dando un paseo y disfrutando del paisaje. El problema es que mi pequeño momento de felicidad se truncó cuando me crucé con dos tíos de mi edad más o menos que no solo se me quedaron mirando como si no hubiesen visto a una tía sudada en su vida, sino que además uno me soltó un comentario que todavía resuena en mi cabeza:

«Yo sí que te haría sudar, morena.»

 

Hace años habría agachado la cabeza, cerrado la boca y continuado mi camino, pero la edad me ha hecho sabia y me ha quitado la vergüenza, así que me giré y ni corta ni perezosa le dije que yo también le haría sudar, pero de una hostia. Luego llegaron los insultos: «malfollada, feminazi, no eres para tanto, puta», música para mis oídos.

Me quedé con un sabor de boca horroroso, pero sinceramente creía que esto se quedaría en una situación desagradable aislada. Sorpresa la mía cuando el jueves salí a correr y un señor de la edad de mi padre me dijo que «con esos pantalones se me marcaba el coñito». No puedo describir con palabras el asco que me dieron sus palabra y su mirada, lo violentada que me sentí y las ganas que me entraron de teletransportarme a mi casa, ponerme algo holgado y no volver a pasar por ese tramo del río jamás.

¿Por qué las mujeres tenemos que aguantar el acoso de desconocidos cuando intentamos vivir nuestra vida libremente? ¿Acaso merezco menos respeto por ir con unas mallas ajustadas, con un top deportivo y con un trozo de mi carne al aire? ¿Por qué mi madre me dice desde pequeña que no salga a correr sola, que no vaya con los aurículares a todo volumen o que no me meta por caminos oscuros, pero a mi hermano no? Todo esto demuestra que seguimos siendo las mujeres las que tenemos la responsabilidad de evitar las miradas, comentarios y tocamientos de los hombres y no ellos los que deberían guardarse la polla entre las piernas.

Según el estudio Running While Female, un 43% de las mujeres han sufrido algun tipo de acoso mientras practicaban running por la calle, subiendo esta cifra a 58% en menores de 30 años. Sólo queremos correr tranquilas, pasear sin miedo, volver a casa sintiéndonos seguras, vivir con libertad y que se nos trate como lo que somos: personas. ¿Es tan difícil de entender?

 

Anónimo