Y nube y oveja; y la mula.
Yo también fue aquella niña que estaba sentada esperando ansiosa el papel de Virgen María cuando llegaba noviembre. Era de las que cerraba los ojos y me veía hasta con el pelo rubio, largo y liso aunque yo lo tuviera moreno y encrespado. Siempre sabía que jamás me darían el papel pero una parte de mi pensaba: jo, igual innovan y no se lo dan a la rubia pedorra de siempre.
Además, es que San José era taaaaan guapo.
Pero no, la niña a la que todos los niños le mandaban notitas y por la que todos perdían el culo volvía a ser la Virgen María. Y a ti te tocaba el puto árbol. Bueno, árbol por no decir seto, porque con mis dimensiones era digna de estar colocada en cualquier chalet adosado. Eso sí, un árbol monísimo al que tu madre decidía poner dos maravillosas manzanas a modo de coloretes. Digna de ver.
Los días previos hasta te llegaba a molar el asunto de ser un árbol, al fin y al cabo lo que estaba chachi era el tinglado que se montaba. Ese día no había clase, todos estábamos contentos y pronto venían las vacaciones. Era un día perfecto a no ser que tuvieras pánico escénico, que no era mi caso porque yo siempre he sido muy de la farándula (Gracias papá)
Así que yo ese día me colocaba mi traje de pino-manzano-seto y salía de casa sintiéndome la puta ama del bosque porque no me quedaban más cojones.
Hasta que veías a La Virgen al lado de San José, hasta que veías que todo el mundo comentaba lo guapa que iba La Virgen y lo graciosa que estabas tú. Hasta que te dabas cuenta de que la profe te había colocado detrás del todo porque claro, si tú te ponías delante no se veía a tus compañeros, ¡quién me mandaba a mi medir 1.60 con 9 años eh!
Pero es que hubo un año que todo cambió. Y no, no fui La Virgen, fui la fucking narradora. ¡Oh yeah! ¿Cómo os quedáis? Ser narradora implicaba que era la que más hablaba en toda la función, que estaba en una esquina en primer término y que todo el mundo iba a tener que estar pendiente de mi porque si no iban a perder el hilo. Jódete Virgen María que tú solamente dices: gracias.
Y pensaréis bueno, chica, que tampoco es para tanto. Pero yo os juro que me sentí la diosa más diosa del universo.
¿Dónde coño había estado escondido ese papel todo este tiempo? ¿Por qué los profes se limitaban a representar el portal de Belén con 346 pastorcillos y 924 árboles? ¿Por qué solo molaban la Virgen María y San José?
Pues yo te lo digo: porque nos limitamos a ver la vida en blanco o negro. O molas o no molas. O estás cañón y te dan el papel prota o te jodes siendo un árbol; y queridos profesores, estáis muy confundidos. Querida sociedad: los árboles algún día nos convertiremos en narradores y lo petaremos. Puede que con 9 o con 42 años, pero nuestras ramas darán más frutos que la siesa de la Virgen.
Así que si tú también fuiste un árbol en la función de Navidad, si a ti también te ponían en la última fila porque eras gigante, si aún a día de hoy vives escondida detrás del telón, haz el favor de empezar a prepararte el guión de la próxima función porque lo vas a petar. Porque no queremos ser árboles por los siglos de los siglos amén. Porque ningún profesor va a marcar cuánto debemos lucir o si nos tiene que tapar el telón; porque ser rubia (que me perdonen las rubias, es que icónicamente se representa así a la Virgen, que nos conocemos) no es más chachi que ser morena y tener caracolillos.
Así que Feliz Navidad y que vivan las mulas raquíticas, los árboles sin hojas, las vírgenes calvas y el niño ¡Jesús de poliespan. Muerte a la porcelana.
¡Qué vivan los narradores!
Foto de portada: Abigail Breslin