Estoy muy cansada de las personas de nuestro alrededor que queriendo o sin querer, de manera directa o indirecta sueltan comentarios de mierda sobre nuestro físico. Lo hacen siempre por nuestro bien, por nuestra salud o por nuestro futuro y, sinceramente, se podrían meter todos esos comentarios por el ojete.

Yo siempre digo que cuando se va a hacer un comentario del cuerpo de otra persona siempre hay que hacerlo siguiendo la regla de los tres segundos: ‘si lo que me vas a decir no lo puedo cambiar en tres segundos, no es necesario que me lo digas’. Ejemplos: tienes la bragueta bajada, tienes un moco pegado, se te ha salido un mechón de coleta. Cualquiera de estos comentarios son más que lícitos y de hecho, te los agradeceré. Si lo que me vas a decir no lo puedo cambiar en tres segundos, es infinitamente mejor que no me lo digas.

¿Por qué? Porque seguramente no tienes ni idea de mi vida, de mi pensamiento al respecto de lo que estás planteando, mis complejos, mis inseguridades y los posibles miedos que puedes crear en mi que hasta entonces no existían.

De hecho recuerdo cuando era una adolescente maravillosa muy segura de sí misma que se quería tal y como era, no me había encontrado defectos físicos que me molestaran ni un poquito, cuando de repente una amiga me soltó: ‘¿tía, por qué a la próxima no te compras un vestido aunque sea de manga corta para que te disimule un poco el brazo?’. Yo en verano siempre he ido con vestidos y camisetas de tirantes porque sudo, así sin más excusa. Se me hacen más cómodas, más frescas y más yo. Antes de que esa señorita no me planteara que había algo mal con mis brazos, yo jamás lo había siquiera pensado.

Es cierto que no dejé de ponerme lo que me salía de la pepitilla, pero sí que es verdad que llegué a mi casa y lo primero que hice fue mirarme en el espejo a ver si es que realmente tenía los brazos grandes, desproporcionados con el resto de mi cuerpo. Desde entonces soy incapaz de no mirarme los brazos cada vez que me saco una foto. Me los miro, me los veo, pienso ‘¿son demasiado grandes?’, me respondo que sí, añado que me la suda y subo la foto igualmente, ¿pero qué necesidad tenía yo de encontrarme un defecto que antes no lo era?

Estoy más que segura de que mi amiga, la cual me ama y quiere lo mejor para mí, no tenía intención alguna de herirme, pero a efectos prácticos fue lo que consiguió. Así que, querida persona mía que está leyendo esto, evita esos comentarios que parecen livianos y rutinarios, elimínalos de tu conversación porque, sinceramente, no aportan nada y solo pueden hacer daño. Al igual que cosas como ‘ay, el pelo que llevabas antes te quedaba mejor’, ‘mira esta foto, ahí estabas guapísima’ o ‘¿no crees que igual esa falda es demasiado corta?’.

Si alguien tiene un problema con el físico de otra persona, hasta el punto que tiene la necesidad de soltarlo por su boquita de piñón igual debería ir al psicólogo a darse un par de sesiones intensivas sobre sus prejuicios físicos con los demás. Si mi cuerpo tiene algo que a ti no te gusta, que tú cambiarías o que crees que yo podría mejorar, pero me ves feliz y sin ningún tipo de problema, ya que yo no te he pedido opinión, consejo o algo parecido, te guardas tus pensamientos para ti.

Soy gorda, me gustar estar gorda y amo cada centímetro de mi cuerpo, a mí esos comentarios ya no me duelen, ya no me mellan, ya no me hieren. Pero yo no soy todas las gordas del mundo, todas las mujeres con complejos e inseguridades del mundo, yo no soy cualquiera. Así que, como no sabemos cómo es el otro, mejor nos metemos un papel en la boca y lo masticamos antes de soltar mierda innecesaria por la garganta.

Yo tengo la barriga, tú tienes el complejo. Háztelo mirar.

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