Sí queridos, si os pensáis que el motivo por el cual tardamos  tanto cuando nos metemos en un probador, no es que seamos lentas y estemos poseídas por una tortuga y vayamos a su ritmo para probarnos las máximo 6 prendas que nos dejan entrar, no queridos, la verdad no es otra que esta.

1. Pelearnos con la cortina. Sí, lo admito, las cortinas de los probadores son horribles. Pesan un quintal y cuando tiras de un lado porque estás viéndole las bragas a la de delante, entonces pasas a dejar de ver a la vecina de las bragas para pasar a enseñarle las tuyas al novio que está esperando a su chati, osea, tu vecina del otro lado. Y así, entre que tiro de un lado, que tiro del otro… te pegas un buen rato. A lo que al final, acabas llamando a alguien para que te aguante la tela por los dos laos. Y ya que enseñas las bragas, al menos que sea a alguien conocido.

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2. Probarnos la ropa. Algo obvio y el primer motivo por el cual hemos entrado, pero también os digo que el ritmo de despelote va en función de cómo va quedando el trapillo en cuestión. Empezamos muy emocionadas con el vestido que nos ha encantado esperando ver un resultado de: Qué buena que estoy y vaya tipazo tengo, cuando la realidad es que si no nos queda como esperábamos pasamos al  siguiente trapillo que tenemos colgado. Y si éste va por el camino del anterior… la prenda  que hace seis ya ni nos la probamos. ¿El motivo? Estar metidas en una vorágine de soy gorda, soy fea, estoy mal hecha y un sinfín de fustigamientos varios que nos nublan la vista para ver la realidad. El problema no eres tú, es el maldito pantalón en el que todas sus tallas son iguales y solo entra un bicho palo, y según como…ni eso, o la persona que ha tenido la genial idea de ponerle goma al bajo de una camiseta ¿Holaaaa?.

3. Hacernos fotos. Aquí hay varios tipos de fotos. Están las fotos de cuando vas a comprar ropa con tus amigas en plena edad púber y te pruebas vestidos que en la vida te vas a poder comprar o poner, pero que te hace ilusión ponértelos al menos una vez. Las fotos de: Qué buena que estoy y que culazo me hacen estos pantalones. O las fotos de: ¿Qué hago? ¿Me lo compro o no me lo compro? ¿ Me queda bien del todo o no? En las que una vez has salido del probador o desde él mismo, se las envías a tus amigas para que hagan la valoración pertinente.

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4. Mirarnos la celulitis. Bajo esos focos salen a la luz partes y zonas de nosotras mismas que en la vida habíamos visto. Es más, yo ya me planteo que los focos de los probadores los hacen investigadores de la Nasa. ¿En motivo? ¿Por qué esos surcos cual lagos de Marte no se ven en el espejo de mi casa, eeh? Y da igual dónde los mires, en tu habitación, en el baño o en el jardín, con luz fluorescente, led o con una bombilla de toda la vida, que solo te los verás en un probador.

5. Hacer avistamientos. ¿Y qué entiendo yo por avistamientos? Muy sencillo, encontrar espinillas, que por el mismo patrón de la celulitis, en casa no te encuentras. Y  te das cuenta que tienes, y son un huevo, hablando claro. Lo bueno del invierno es que al ir tapadas hasta el cuello (o incluso más), podemos petar todo lo que nos encontremos por nuestro camino porque sabemos que al lleguar a casa, ese punto negro del cuello no lo vamos a encontrar. Y ahí es cuando piensas: total… llevo bufanda…nadie me lo va a notar… y a la que empieza a sonar la sintonía de Benny Hill por tu cabeza, que te lías a quitar puntos negros a diestro y siniestro. Eso sí, luego sales toda digna del probador no sin antes habiendo memorizado todas y cada una de las espinillas que tienes en la cara y que esa noche vas a ejecutar. Cueste lo que cueste.

6. Darte cuenta de la de pelo que sobra en la cara. Sí, es entrar en un probador y decir: Tengo que hacerme el mostacho YA! Madre de dios dónde voy con tanto pelo, y acto seguido, te miras las cejas y más de lo mismo. Parece que tengas a la familia de Chewbacca viviendo entre tus labios y cejas. Que nada más salir es cuando le dices a tu acompañante: Dime la verdad y no me mientas ¿ Se me nota mucho el bigote verdad? A lo que te responden con cara de incrédul@s, no sé, yo no veo nada. Pero en el fondo tú sabes que está ahí, viendo el mundo desde una vista panorámica y disfrutando del airecillo que corre mientras tú notas cómo se mueve al son del viento. Y  hasta que llegas a casa, vas tapándote la cara como puedes y hablas a la gente con un palmo de tela por medio, haciéndoles creer que eres súper friolera y vas muy abrigada, cuando la realidad es muy distinta.

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Autor: Alba Boquet.