Ser vegana y estar gorda es toda una odisea. Parece que la gente no es capaz de comprender que dejé de alimentarme de animales no porque quisiera adelgazar (algo absurdo, porque el veganismo no es ningún tipo de dieta milagro), sino porque quise dejar de pagar y alimentarme de sufrimiento. Parece que les cuesta comprender que mis muslos y michelines no tienen nada que ver con las hamburguesas del McDonalds. Parece que son incapaces de entender que cuando como una ensalada en un restaurante, no es porque esté a dieta, es porque en la mayoría de restaurantes piensan que lxs veganxs somos conejos, y no tienen más alternativas que comer lechuga. Parece que no entienden que aunque me lleven a la marisquería más buena o al asador más caro, no conseguirán que vuelva a alimentarme de sufrimiento animal. Porque “no se me pasará la tontería”.

En el instituto es más difícil todavía, si se me olvida el almuerzo no puedo comprarme nada de la cantina, porque todo lo que venden lleva huevo, leche, mantequilla, carne o pescado. Absolutamente todo. Y, por si fuera poco, si en algún momento a alguno de nuestrxs profesorxs se les ocurre llevarnos chuches (cosa que solo ocurre a final de curso, y si le caemos en gracia a la profesora o profesor) no puedo decir que no me quiera comer esa gominola (porque seguramente uno de sus ingredientes sea de origen animal) si no quiero empezar el eterno debate de “por una no pasa nada”. ¿Perdona? No pasará nada para ti, pero a mí solo pensarlo me provoca arcadas.

Y no, no se me olvidan esas agradables y armoniosas comidas familiares en las que no sólo tengo que escuchar que debería ponerme a dieta o apuntarme a un gimnasio (no, la gente no entiende que me guste mi cuerpo tal cómo está. Parece que las lorzas son pecado), sino también llevar mi propio taper y soportar las miradas de la típica tía anticuada que no sabe que hay comida más allá del cocido y la paella. Porque claro, si comemos paella, no puede ser de verduras, ya me llevaré yo mi comida, que para eso soy la rara, ¿no? Y luego no comprenden por qué me siento incómoda en las bodas y comuniones, ¡pero si hubo una vez que me tocó pedir falafel (al turco de la esquina) porque se negaron a que mi menú fuera vegano!

En casa por lo menos puedo estar tranquila, mi madre es vegetariana y le encanta experimentar en la cocina (a mí también, pero mis experimentos suelen salir mal… que lástima cuando me toque vivir sola). Salvo los perros, que parecen ser los únicos que echan de menos la carne en casa, todo va genial. Merezco no sentirme una coneja en algún lugar, ¿no?

Nadia García.