Escuché por primera vez el término «Mindfulness» hará poco más de un año. Me parecía una práctica interesante, pero desde el principio pensé que no era para mí. ¿Meditar? ¿Poner la mente en blanco? Quita. Hace unos tres meses, sin embargo, una amiga me pasó la información de un taller de «Mindfulness orientado a los procesos de creación». Ya que actualmente estoy trabajando en mi primera novela (¡Glup!) y lo que más buscaba en aquel momento era no poder parar de crear, pensé que podría darle una oportunidad… aunque desde el principio lo vi como algo meramente utilitario que podría utilizar como una especie de hechizo al momento de sentarme a escribir. En aquel momento no sabía que apuntarme a ese taller sería una de las mejores decisiones que he tomado en muchísimo tiempo #latrue

La cara de mis amigos cuando les dije que me había apuntado a Mindfulness

¿Qué es el mindfulness?

El mindfulness es el entrenamiento de un tipo de atención o de cómo percibimos nuestra realidad. A través de sus siete «actitudes mindfulness» nos invita a observar y a reconectar con nuestras emociones y sensaciones:

  • No juzgar. Es decir, si ves o piensas en algo, no etiquetarlo inmediatamente como bueno, malo, agradable o desagradable.
  • Tener mente de principiante. Imagínate que estás comiendo una manzana por primera vez. En vez de hacerlo en automático, ¿no estarías prestando atención al sabor, al olor, a las texturas? Pues eso.
  • No forzar, ya que el forzarnos nos puede llevar a un bloqueo. El mindfulness busca que entremos en un estado de flow evitando distracciones y estando en el presente.
  • Aprender a soltar. Madre mía, lo que me ha costado esto a mí.
  • Aceptación. Aceptar que las cosas son como son, sin resignación.
  • Tener paciencia.
  • Tener confianza.

El mindfulness es, finalmente abrirnos a la experiencia con conciencia plena, en el presente. 

¿Qué NO es el mindfulness?

No es poner la mente en blanco, ni entrar en una especie de trance, ni rehuir de los pensamientos negativos. O sea, no es nada de lo que yo pensaba que era. Tampoco es una experiencia necesariamente agradable: es una auto-observación tanto de lo positivo como de lo negativo, ambas parte de nuestra realidad. No os voy a mentir: hay clases de las que he salido emocionalmente destruida y no ha sido fácil enfrentar esos sentimientos difíciles. Sin embargo, el observarlos con las actitudes de mindfulness, permitiéndome ser vulnerable, me ha llevado por un camino de auto-conocimiento del que yo me creía incapaz. El quitarle a los sentimientos las etiquetas de «bueno» o «malo» ha sido, además, liberador.

¿Cómo se practica el mindfulness?

El mindfulness puede practicarse de manera formal o de manera informal. De manera formal se puede practicar a través de la meditación, centrando tu atención en la respiración, en un pensamiento o en una cosa, y de manera informal se puede practicar en cualquier ámbito de la vida: por ejemplo, comiendo atentamente y siendo conscientes de cada bocado, sabor u olor; o escuchando atentamente y sin distracciones cuando charlamos con alguien. En resumen, se puede practicar haciendo cualquier actividad cotidiana de manera atenta.

¿Qué he aprendido con el mindfulness?

He aprendido a mirar mis pensamientos. Una cosa es pensar, otra es mirar tus pensamientos. Gracias al mindfulness estoy aprendiendo a identificar qué sentimientos o pensamientos tengo cuando, por ejemplo, no me concentro en el trabajo o como por ansiedad. El identificarlos me está ayudando a gestionarlos y a entender cómo funciona mi cabeza. Sinceramente, creo que es algo que todos deberíamos aprender: mucho seno y coseno y mucha hipotenusa pero nos enseñan poco a sentir y a observarnos. Nuestros pensamientos, finalmente, nos configuran como personas:

Así como son tus pensamientos son tus deseos.
Como son tus deseos es tu voluntad.
Como es tu voluntad son tus actos.
Como son tus actos es tu destino. (Upanishads)

He aprendido a dejar ir. Soy de las personas que viven con un espejo retrovisor bien instalado en la cabeza. Me cuesta soltar gente, me cuesta soltar textos, me cuesta soltar el pasado. Gracias al mindfulness estoy aprendiendo a que hay que saber dejar ir para dejar espacio para cosas nuevas. Antes me estresaba enormemente si no tenía mil palabras más de novela al día: ahora un día con mil palabras menos también es un día exitoso, porque he currado en ello. Como comentó una compañera en clase, «una obra nunca la terminas: sencillamente la abandonas».

La de Frozen lo sabe bien

He aprendido a no machacarme. Soy del tipo de personas que es la mar de misericordiosa con el resto y muy, muy mala conmigo misma. Con el mindfulness estoy aprendiendo a dejar ir a las voces que me dicen que soy mala/pésima/lo peor, a no paralizarme ante la página en blanco y a dejar de etiquetar pensamientos como malos o buenos. Una de las palabras que más repitió Ian Ingelmo, nuestro coach en el taller, fue «amabilidad». Dejar ir ciertos sentimientos con amabilidad, volver a centrarnos cuando perdemos el norte desde la amabilidad.

Estoy aprendiendo a estar a lo que estoy. Si estoy escribiendo, estoy escribiendo; si estoy charlando con alguien, estoy charlando con alguien. Hacer las cosas con atención nos implica de una manera mucho más rica que hacer las cosas de manera automática o, peor, hacer cinco cosas a la vez (lo dice la señora que leía, veía la tele, comía y contestaba whatsapps a la vez). Paradójicamente, al hacer una sola cosa a la vez, hago mucho más. Cuando tenemos muchos estímulos a la vez no descansamos, la creatividad se dispersa e, incluso, somos menos felices. Aún no logro cumplir el reto de un día sin móvil… ¡pero ahí llegaremos!

Sí, el mindfulness ha venido estupendo para mi proceso creativo. Me ha ayudado a entender por qué quiero contar la historia que estoy escribiendo, y me ha conectado con un lado mío tan vulnerable y auténtico que, hoy por hoy, estoy reescribiéndola para, al fin, escribir la novela que me gustaría  leer. Sin embargo, el mindfulness ha ido a un lugar mucho más profundo de mi vida, al punto de que creo que es algo que debería aplicar todos los días, toda la vida. Cuando hablo sobre mi experiencia con el mindfulness con amigos, la principal sorprendida por cuánto ha influido positivamente en mí soy yo misma. No me puedo creer que medite media hora casi todas las mañanas y que sea ese uno de los momentos más ricos del día. Si os animáis a practicarlo, os invito a buscar algún taller en vuestras ciudades y a practicar las siete «actitudes mindfulness» en vuestra vida diaria, estando abiertos a la experiencia y con conciencia plena del momento que estéis viviendo. Si tenéis una experiencia como la mía, no os arrepentiréis.

Lo que niegas, te somete. Aquello a lo que te abres, te transforma (Carl Jung)