Que soy una obsesiva de los viajes es algo que sabemos muy bien mis amigos, yo y sobre todo mi madre (que es la que me paga el IBI cuando estoy en la ruina).

Pero la verdad es que no puedo estarme quieta en casa, dicen que es un gen, que a la gente que estamos “living” con ir a lugares lejanos en el mundo nos parieron así, desquiciados con los mapas.

Dromomania dicen que se llama, yo lo llamo “necesidad de irme a tomar por culo de vez en cuando”.

Y a parte de quedarte muy en la ruina y que te la sude, aquí os dejo 10 cosas con las que os identificareis si sois unos fiebres del viajar.

  1. Comprar un vuelo con 3 escalas de 5 horas para ahorrar unos eurillos

 

Yo he llegado a comprar un vuelo con escala de 15 horas en el aeropuerto de Jeddah, Arabia Saudí. Ese país caracterizado por su limpieza y amor por la mujer. Dormir en una terminal entre cucarachas y con un pañuelo en la cabeza es una experiencia que puede que tengas que vivir una vez en la vida, pero una.

 

  1. Me lo imaginaba más grande

 

Y esto es algo que no solo me ha pasado con monumentos, también es aplicable a mis ligues de Tinder.

  1. No mirar el tiempo en el destino

 

Y así es como acabas en Islandia en tirantes o en Malawi con una chaquetita por si refresca.

 

  1. Si, coge ese autobús (cuando no existían smartphones)

 

Acabar a 15 km en dirección opuesta a tu destino original es algo que te habrá pasado sobre todo en Asia. Y es que fiarse de la amabilidad asiática (cuando no existía el 3g) era como apostar todo al rojo, una lotería.

 

  1. Cagarse vivo

 

Si eres como yo, que te gusta comer de todo (y esto también lo puedes aplicar a mis ligues de Tinder), seguro que has acabado calculando tu producto interior bruto en el baño de cualquier país del mundo. Y eso me lleva al punto seis…

 

  1. Cagar en sitios que no creías que pudieras cagar

 

Y es que echarle Avecrem al caldo en medio de la selva de Borneo no permite lujos. Y yo me he limpiado con cantos rodados mejores que el Scottex (post no patrocinado)

 

  1. 100 m lisos en el aeropuerto

Yo es que es ver a alguien corriendo por el aeropuerto con cara de angustia, mochila a cuestas y chanclas y sufrir con él.

 

Y rezar, porque yo soy atea, pero hay situaciones en la vida que hay que volver a creer en algo. Y esa, es una de ellas.

 

Porque cuando llegas el último a la puerta de embarque con el bazo en una mano y el pasaporte en la otra, pero llegas, te aseguro que aún te quedan fuerzas de bailar la Macarena.

 

  1. Odiar hacer y deshacer maletas, pero hacerlas en 5 min

 

La experiencia es un grado y eso amiga, tiene que notarse, y es que yo ya he hecho tantas mochilas que se exactamente lo que tengo que llevarme, de hecho tengo siempre dos mochilas hechas una de invierno y una de verano, por si acaso me surge algo. Mujer prevenida vale por dos.

Eso sí, cuando vuelvo puedo tener la mochila en la habitación, sin deshacer, un tiempo N elevado a n.

 

  1. Perder un vuelo, equivocarse de hora o de fecha

 

Es que cambian la hora en momento que oye mira, no. Vale, los días no cambian, pero yo soy de despiste fácil. ¿quién no?

 

  1. Intentar colar el carnet de estudiante. Aunque tengas 40 años

 

Esto a mí me encanta, ya no es por pagar menos, que no está mal tampoco. Es porque cada vez que lo consigo, la señora de 35 años que tengo dentro de mi siente las arrugas desaparecer, ¡Ríete tú de ácido hialurónico! Y ¡chúpate esa Marie Kondo! ¿qué es eso de tirar las cosas que no usas? ¡Pues úsalas, coño, úsalas! Y viaja, hazte ese favor, ¡VIAJA!