Quien consideró que las arrugas o que las muelas del juicio eran signos de madurez no tenía ni puñetera idea de cómo iba la vida.

Así que déjate de cremitas antiarrugas y de hacer pucheros y limpiezas intensivas los domingos porque las verdaderas señales de madurez son mucho más sutiles y han llegado cual ninjas a tu vida. Así. ZASCA. Sin que te hayas dado cuenta.

1.- La opinión de gente que apenas conoces te importa una soberana mierda.

Sin paliativos. Hace 8 años te viene una señora de tu pueblo y te dice que te has puesto “más lozana” agarrándote una molla y te hunde en la miseria. Ahora mismo, te dice eso y tú le sueltas un “pues no sé por qué será… si ahora follo más” y te vas haciendo la croqueta.

Te estás convirtiendo en la versión 3.0 de tu madre. Lo sabes. Y no es la genética, es la edad, que nos hace darle a cada cosa la importancia que merece y eso es BUENO porque dejas de lamentarte por cosas que son absurdas. Al que le parezca mal: puerta.

2.- Confías mucho más en ti mism@

Como dice el refrán “la experiencia es un grado”. Con los años has empezado a confiar más en ti mism@, lo cual no significa que tus ideas valgan más que las de los demás si no que has aprendido que tus conocimientos en determinadas cosas son tan válidos como los de otros en lo suyo. Que sí, siempre habrá gente más lista y más guapa que tú pero ojo, también la hay peor.

3.- El físico deja de ser tan importante

Con esto no quiero decir que con la madurez te descuidas y te dejas a monte. No. Quiero decir que con el tiempo empiezas a pasar menos horas delante de un espejo y quizá más delante de un buen libro, en un parque paseando o delante de un ordenador. Te vistes CÓMOD@, porque es más importante estar a gusto y no sentirte embutid@, que ir mona. Y en cuanto a los tacones…están totalmente sobrevalorados, donde haya unas zapas, que se quiten los tacones.

También dejas de obsesionarte con el pelo. Es cierto, no está igual de liso que cuando habías salido por la puerta de casa pero chica… una goma del pelo y a correr. Sigues estando igual de guapa, coñe.

Y lo mismo ocurre con l@s ti@s en los que te fijas: pelazo con cerebro debajo (que diría La Vecina Rubia).

4.- Las noches de sábado de desenfreno se convierten en comilonas de carnecita a la parrilla (churrasco ¡qué carallo!) con copitas de vino o ir a tomar los vinos o el vermut los domingos.

Ves a las chiquillas los sábados de invierno con su ropa, todas monas, con sus tacones, sus piernas sin medias, sus crop top y piensas ¿qué necesidad hay? Y tú, con tus vaqueros pitillo, tu jersey de punto, tus zapas, tus gafas de pasta y tus morros rojos te sientes la más guapa del garito. (Ahí asoma la frase, muy de madre, de “son etapas”).

Y el sábado noche vas a cenar de tranquis a un garito chulo, tomas una copa y a las 2-3 estás en casa para poder levantarte el domingo fresquita cual lechuga e irte a tomar lo que se tercie con los colegas. Eso no es vida, es un vidón.

5.- Asumes tus defectos y no los ocultas.

Hace unos años pedir perdón por una cagada (culpa tuya al 100%) era impensable. Lo hacías a regañadientes. Ahora, el tiempo te ha hecho ver que nadie es perfecto y que quizá tu fuerte no es la paciencia, o el ser discreto o quizá ser cariñoso (yo que sé) y por eso sabes que tus “defectos” no tienen por qué sufrirlos los demás.

Pero cuidado, no debemos confundir “asumir los defectos” con usarlo de excusa para todo lo que hagamos mal. Por ejemplo, si me huele el sobaquillo a la mínima y llevo 2 días sin ducharme no vale eso de “ay, es que soy así”. No sé si me explico…

6.- Disfrutas mucho más todo.

Estar con los amigos en una terraza, salir a pasear al sol después de 15 días de lluvia, el olor a las noches de verano, abrir un buen vino y bebértelo sin prisas, llenar la bañera y meterte dentro 15 minutos o comerte un Magnum Caramelo en la playa (incluso con niños gritando y tirándose arena en la toalla de al lado).

Y aunque pueda parecer que cuando eres un adolescente es cuándo más se vive todo de forma más intensa, yo creo que no. Ahora somos más disfrutones. Lo paladeamos más, lo hacemos más nuestro, con más consciencia.

7.- Te curras mucho más las cosas.

Te esfuerzas mucho. Muchísimo. Incluso a sabiendas de que quizá no dé frutos. Ahí sigues. Peleando. Y de repente (quizá) algo brota… ¡que gustazo! ¡que orgullo! Lo has parido tú. Con esas manitas. Con el sudor de tu frente. Eso llena más que cualquier nómina (y sabéis que llevo razón)

Has pasado de hacer las cosas para “ir tirando” a hacer las cosas a largo plazo. Con cabeza. Pensando en algo más grande. No quieres un 5 raspado, vas a por el p* 10 en la vida.

8.- Eres mucho más sincero.

Has aprendido que sólo debes dar tu opinión cuando te la han pedido y por tanto ha de ser sincera (pero sin ser hirientes, que tampoco es cuestión de decir lo primero que se te pasa por la cabeza).

9.- Tus amigos se cuentan con los dedos de las manos.

Has aprendido a distinguir entre amigos y colegas. Los buenos amigos están SIEMPRE y los otros son para los tiempos de ocio y de buen rollo ¡y no pasa nada! La clave es darle a cada uno el lugar que le corresponde en tu vida.

Y los que no quieran estar: ellos se lo pierden.