ACLARATE CAPULLO. 

Después de aquel primer rollo estuvimos juntos unas tres semanas. Nos saltábamos las clases para ir a besarnos por ahí. Morreábamos durante horas, en cualquier sitio, y volvíamos a casa con unos calentones de la virgen, hasta que un día justo antes de despedirnos, me dijo que creía que era mejor que nos centrásemos en los estudios. ¿Perdona?

No volvimos a besarnos hasta semanas después, en una cena. Después hasta el siguiente beso, pasaron meses, fin de curso.

Nos perdimos la pista y nos volvimos a encontrar una noche de fiesta años más tarde. Más besos. Conversación incómoda. Despedida fea. Y otra vez, un año sin coincidir. Otra noche de fiesta, otro bar. Otra yo, mucho más segura de mí misma. BESOS. Me pide el teléfono, me hago la dura. Semanas. Besos. Intercambio de teléfonos. Mensajes. Cita. SEXO. Cines. SEXO. Playa. SEXO. Tetas. Portales. Pajas. Conversaciones incómodas. SEXO. Reproches absurdos. Confesiones trascendentes. Besos. Conversaciones guarras. SEXO. Reconciliación con el pasado. Abrazos. SEXO.

Y un día, a la salida del cine, después de echar un polvo regulero en la penúltima fila de la sesión de las cuatro, me dice que no me enamore de él. RED FLAG. CAPULLO A LA VISTA. NEXT!

Pero en lugar de eso tiré el condón en la papelera de la salida, entre palomitas y vasos vacíos y nos fuimos. Al despedirnos me preguntó que cuando nos volvíamos a ver.

Empezó a llevarme bolsas de gominolas de fresa cuando quedábamos y siempre me daba un beso al llegar. A mí me ponía nerviosísima. La frase aquella me daba vueltas en la cabeza y cuando me cogía de la mano por la calle o me pasaba el brazo por los hombros para apretarme más contra él me apetecía parar en seco y decírsela yo a él: no te vayas a enamorar de mí ¿eh?  

Me gustaba cuando me miraba con esa mezcla extraña de ternura y lascivia, me decía que no se imaginaba que “fuese así”.

“Así ¿cómo?” le preguntaba yo, sabiendo exactamente a lo que se refería.

Le besaba lento mirándole fijamente a los ojos, mientras le tocaba por encima del vaquero y notaba como le crecía la polla.  “Así ¿cómo?” le volvía a preguntar mientras me sentaba de cara, encima suyo.  Y él resoplaba y me apartaba un poco ¿te gusto? (así, sin acento en la o). Muchísimo, le decía yo, y volvía besarle.

Un día, mientras nos sacudíamos las hierbas que se habían quedado pegadas en la ropa, me reprochó que no sintiese nada por él.

– Pero ¿no fuiste tú el que me dijo que no me enamorase?

– Si, pero no creí que fueses a hacerme caso. 

TOCATE LOS COJONES. ACLÁRATE CAPULLO.

Seguimos viéndonos un tiempo, pero la cosa estaba rara, el último día llovía a mares. Me había pedido que fuese sin bragas y habíamos quedado directamente en la playa. Lo habíamos hecho un par de veces y se había puesto a llover. Me abrazó y me puso su jersey por encima. Caminamos juntos hasta la Acerona y me dijo que por qué no íbamos a cenar algo.  ¿Así? ¿con estas pintas? Mejor no. Nos despedimos con un beso larguísimo, como si supiésemos que iba a ser el último.  

Hubo más llamadas, más mensajes, más conversaciones, reproches nuevos y egos dañados, pero nunca hubo más SEXO.

No sé si le molestó que aquel día no fuese a cenar o él o qué fue lo que pasó, pero empezó a escribirme mucho más de seguido, a llamarme sólo “para ver qué hacía” y a mandarme fotopollas que yo no le había pedido.  Ahí si que RED FLAG. Capullo inseguro a la vista.  NEXT

 

La Vetusta Bloguera