Yo nunca me planteo lo que gana o no gana alguien ni cuánto dinero tendrá en su cuenta bancaria. Ni siquiera con las personas con quien estoy iniciando una relación. Supongo que no puedo evitar hacer una valoración inconsciente. Quiero decir, en función de a qué se dedique, es inevitable hacer una estimación de sus ingresos, acertada o no. A lo que voy es a que el nivel económico de la gente no es determinante para mí en ningún sentido ni en ninguna situación.

Pues bien, cuando conocí a este chico y me contó que era comercial, todo lo que pensé fue que le pegaba un montón. Con su labia y aquella sonrisa embaucadora, me daba el perfil. Y creo que no miento si digo que durante esas primeras semanas de conocernos más a fondo ni en los primeros meses de nuestra relación, no le dediqué ni un pensamiento a su nómina. Para mí, como para cualquiera, era mucho más importante lo que me hacía sentir y lo a gusto que estaba con él.

Él también debía de estar bien conmigo, digo yo, porque fue quien planteó la opción de irnos a vivir juntos. A mí la idea me agradó y nos pusimos de inmediato a buscar vivienda en alquiler. Hasta ese momento, yo compartía piso y él vivía con sus padres.

Recuerdo perfectamente que me preguntó cuánto dinero podía destinar a la renta y que, cuando le contesté, me dijo que era justo lo mismo que tenía él en mente. De acuerdo, todo guay. Establecimos la zona, los requisitos que buscábamos y el rango de precios y, aunque tardamos un par de meses, encontramos el que iba a ser nuestro hogar común. Nos mudamos el día que hacíamos año y medio juntos. No es toda una vida, pero tampoco era lo nuestro un rollo sin importancia. Se suponía que había un cariño y una confianza mínimas, ¿no?

Yo entiendo que sí. Y, aunque es verdad que nunca nos comparamos las nóminas a ver quién la tenía más grande, sí es cierto que nos sentamos a hablar de finanzas. Además de la partida destinada al alquiler, establecimos qué gastos queríamos asumir además de los ineludibles, y acordamos cuánto dinero ingresaríamos en la cuenta común.

Ahora me doy cuenta de que todo se hizo en función de mi nivel de ingresos. Y de que yo no hice preguntas y me limité a asumir que nuestras nóminas eran parecidas. Tuve mis sospechas cuando, con el día a día, observé que gastaba en ropa, colonias, ocio e incluso deportes mucho más de lo que yo me podía permitir. Pero mucho. Y recuerdo que se lo llegué a preguntar. Sin ninguna maldad ni ninguna intención oculta, le pregunté si tenía bonos u objetivos variables.

Me respondió un poco a la defensiva que sí los tenía, pero que casi nunca ganaba ninguno porque eran objetivos inalcanzables. Y luego medio me dejó caer si tenía algún problema con lo que hacía con SU dinero.

Le dije que podía hacer con su dinero lo que le diera la gana, me prometí no volver a sacar el tema y me dije a mí misma que lo que pasaba es que el chaval llevaba trabajando y viviendo con sus padres y con 0 gastos mogollón de años. Lo normal era que tuviera un buen colchón del que tirar para sus caprichos.

Por lo que no me sorprendió cuando me contó que quería cambiar el coche. Ni que todas sus opciones superaran los 50000€. Le acompañé a varios concesionarios, le di mi opinión cuando me la pidió y le felicité cuando se decidió por uno de los vehículos que también probamos juntos.

Por lo que me había informado, necesitaba financiar la mitad, así que tampoco me llamó la atención que me llamase para pedirme que le llevara al concesionario una carpeta que se le había quedado olvidada en el recibidor. Sé que no está bien, pero me pudo la curiosidad, eché un vistazo al interior… Y así descubrí que cobraba mucho más de lo que me decía. Porque en la carpeta había un recibo, una copia del DNI y tres nóminas impresas, todas diferentes y todas por más del triple de la cantidad que ganaba yo. ¡El triple! Que se dice pronto, pero, aunque mi sueldo es muy normalito, multiplicado por tres me parece la hostia.

No sé explicar por qué, pero me molestó que me lo hubiera ocultado. Me daba la sensación de que lo hacía por desconfianza y eso me dolía. De modo que, esa misma tarde, le confesé lo que había hecho y le pregunté por qué me lo ocultaba.

Igual se nos fue un poco de las manos a ambos, pero aquella noche se fue a dormir a casa de su familia y ya no volvió. Porque yo tenía razón.

Me escondía lo que ganaba porque se lo habían aconsejado sus padres. Y, si lo había mantenido con el paso del tiempo, era porque creía que me iba a aprovechar de él y de su dinero, ¿no? Ni que fuera el puñetero Jeff Bezos.

 

Anónimo

 

Envíanos tus vivencias a [email protected]

 

Imagen destacada