Así superé el síndrome del nido vacío

 

Hace exactamente un año, mi hijo me comunicó que quería independizarse.

A priori, era una buena noticia. Tenía trabajo relativamente estable, ganaba dinero suficiente para poder alquilar un piso… Y es que es ley de vida, antes o después iba a ocurrir.

Pero a mí se me cayó el mundo encima.

Me guardé esa información solo para mí, pero empecé a pasarlo fatal. Todavía vivía conmigo y yo ya lloraba por las esquinas. Me parecía que la vida perdía un poco de sentido, por dramático que suene. Porque para drama el mío, que llevaba veinticinco años viviendo por y para él, y ahora se iba a ir.

Me iba a dejar sola en aquel piso demasiado grande para mí. ¿Qué iba a hacer? ¿Para qué iba a tener ganas de llegar a casa si estaba vacía? ¿Para quién iba a cocinar? Me iban a comer las paredes.

Fuera como fuese, no me quedaba más remedio que aceptarlo, por lo que me tocaba cambiar el chip. Y así fue como superé el síndrome del nido vacío:

 

  1. Asumir que se iba de casa, no de mi vida

Mi hijo no tenía la culpa de que me hubiera quedado viuda cuando él era apenas un bebé. Ni de que, desde entonces, me hubiera volcado por completo en él. Como madre, sabía que tenía que estar feliz de verle echar a volar. Pese a que, como madre gallina un pelín traumatizada, me hubiera gustado tenerlo bajo mi ala hasta el fin de los días, me obligué a convencerme de que, en su viejo cuarto, o en su nuevo piso, íbamos a mantener intacta nuestra relación.

Así superé el síndrome del nido vacío
Foto de Cottonbro en Pexels
  1. Fingir que me encantaba la idea

Podía gruñir y hacerle sentir mal, o ser madura y mostrarme proactiva. Me decidí por la segunda opción, aunque supusiera fingir y ponerme una careta con la que tapar mi sufrimiento. Al final, de tanto fingir, terminé por sentirlo de verdad. Acompañé a mi hijo a ver pisos, le ayudé a hacer cálculos, a escoger muebles. Y lo disfruté un montón. Luego llegaba a mi casa y me daba el bajón, pero eso fue solo al principio.

 

  1. Tomármelo como una experiencia nueva

Yo había pasado de vivir con mis padres a vivir con mi marido, y luego a vivir con mi niño. Nunca había experimentado lo que era vivir sola. Lo de ser absolutamente independiente y libre, por así decirlo, era algo nuevo para mí. Me empeñé en buscarle las ventajas y lo cierto es que las encontré.

 

Así superé el síndrome del nido vacío

 

  1. Hacerle saber que sigo ahí, pero sin agobiarle

Me dolía el estómago solo de pensar que dejáramos de hablar, que pasaran las semanas sin saber de él, sobre cómo le iba en el trabajo… Traté de hacerle saber que estaba ahí para lo que me necesitara, sin que sintiera que me tenía en la chepa todo el día. No me fue fácil contenerme, pero mereció la pena. Fue así como descubrí que él también me echaba de menos y que le gustaba pasarse a verme al volver del gimnasio, por ejemplo. Y no siempre para llevarse un táper.

 

  1. Buscar el lado positivo cuando me sobrevenía la angustia por la soledad

Me metía en la cama temprano porque no me gustaba ver la tele sola y el silencio de la casa me ahogaba. Empecé entonces a buscar las ventajas de estar sola en casa. Por cada momento angustioso me obligaba a ver algún aspecto positivo. Lo que fuera. Me decía, por ejemplo, ‘como no tenía hambre he pasado de preparar nada de cenar’. O ‘llevo dos días sin poner la lavadora porque aún no hay ropa suficiente’. Y me dormía más tranquila.

 

  1. Redecorar

El dormitorio de mi hijo se había quedado vacío y a mí me hacía hasta daño pasar por delante; lo mismo que la salita en la que ya no estaba su ordenador ni sus libros y otras historias que, como es lógico, se había llevado. Así que me puse a revolver, a mover muebles y me monté un saloncito cuqui en el que ver la tele (el salón se me hacía muy grande). Con el tiempo también me monté una especie de taller en la otra habitación. Y como ya no había nadie con quien ponerme de acuerdo, compré cojines floreados, decoración en tonos rosas. Entraba en casa y me daba la sensación de que estrenaba piso.

Así superé el síndrome del nido vacío
Foto de Cottonbro en Pexels

 

  1. Salir y estar con gente

Dar paseos, tomar cafés con mi hermana, cañas con una compañera… Mi vida social siempre había estado en un segundo plano al que pocas veces me permitía acceder y no era ni medio consciente de que apenas si tenía amistades. De modo que me propuse cuidar las pocas que tenía e incluso hacer otras nuevas.

 

Así superé el síndrome del nido vacío

 

  1. Apuntarme a todo lo posible

El club de lectura de la biblioteca municipal, cursillos gratuitos del ayuntamiento, excursiones, etc. Todo lo que pudiera permitirme según mis horarios y mis ingresos. Y que me ayudara a estar ocupada, distraída y a interactuar con otras personas. Fue algo progresivo, pero cuanto más hacía, más cosas quería hacer. Me di cuenta de lo mucho que había cambiado mi vida el día que le dije a mi hijo que ese sábado no podíamos comer juntos porque iba a estar fuera hasta la noche. ¡Llevaba una semana sin verlo y no pasó nada! Vino ese miércoles a cenar a casa y a contarme sus novedades mientras yo también le ponía al corriente de las mías. Una experiencia nueva para los dos, pero tremendamente satisfactoria.

 

Poco a poco fui haciéndome con la situación y al final hasta le pillé el gusto. De hecho, aunque las puertas de mi casa estarán siempre abiertas para mi hijo, sé que, hoy por hoy, me costaría volver a compartir mi hogar con otra persona.

 

Maca

 

Envíanos tus vivencias a [email protected]

 

Imagen destacada