Cuando sientas que no puedes más, que la vida te supera, que tu existencia está a punto de ebullición: sí, lo primero es reconocer que hasta ahí, que no puedes más, que has llegado a tu límite y que no pasa nada, pero eso no es todo, reina mora, queda mucho más trabajo que hacer.

Está genial que te hayas reconocido humana, incapaz, mortal. Está genial que te hayas deshecho en pedazos y en lágrimas, pero una vez que has admitido y vomitado todo, ¿qué? ¿Qué haces con tu vida? ¿Qué decisiones tienes que tomar? ¿Por dónde empiezas a organizarte la existencia?

Ojalá tú tengas la capacidad de conocerte tanto y tan bien que sepas perfectamente qué es lo que está mal, qué es lo que te sobra, qué es lo que ya no necesitas. Pero si tienes la desgracia de ser como yo, pobrecita mía, pide ayuda. Pide perspectiva, pide consejo, pide amor.

Habla con personas que te quieran, que te conozcan hasta incluso mejor que tú, que sepan qué necesitas, qué te duele, qué te desampara. Pide ayuda a quien creas que realmente te puede ayudar, no te calles, no te lo quedes para ti, no cargues una vez más tú con todo el peso, deja que te echen una mano, un brazo y lo que sea necesario.

Pide ayuda a tu amiga, a tu madre, a tu abuela, a tu profesora, a tu novia, a tu compañera de trabajo, pide ayuda a quién sea, pero si has llegado a tu límite, si has rebosado la línea, si ya has pasado tu tope, es hora de dejar de jugar sola en tu equipo, es el momento de repartir cargas, pensamientos y dolores, es el momento de pedir ayuda a las personas que están ahí, porque sorpresa: están ahí, siempre están ahí. Y si no lo están, puedes sacar tus propias conclusiones.

Pide ayuda a las personas de tu vida, pero no te conformes con eso, ellos te ayudarán a salir del paso, a sobrevivir, a llevar esta carga, pero eso no es todo lo que necesitas. Necesitas ayuda profesional, necesitas un psicólogo, necesitas a alguien que te ayude a gestionar tus propias emociones, tus propias vivencias, tus propias carencias. Necesitas que te enseñen a ser tu misma en los altos y en los bajos y quererte siempre igual de bonito.

No sabes la paz, la calma, el descanso que provoca compartir tus penas, tus dolores, tus inquietudes. No sabes lo bien que sienta el vomitar todo lo que tienes dentro, no sabes lo bonito que es dejarte querer, dejarte cuidar, dejarte mimar. Pero sobretodo, no sabes lo maravilloso que es el sentir el calor de la gente que te quiere, que te apoya, que te sujeta.

Te hace el doble de fuerte, te hace sentirte digna, te llena el depósito de gasolina para poder continuar con tu vida. La decisión final siempre será la tuya, pero qué bien y qué bonito que te ayuden a tomarla, con respeto, paciencia y tacto. Nunca nos esperamos que se vuelquen tanto con nosotras, que el apoyo que recibamos sea tan grande, que el nivel de atención que nos dedican sea tan elevado. Y qué lástima que eso nos pille por sorpresa, de verdad.

Ojalá seas una mujer valiente, de esas que a la mínima ya está apoyándose en sus seres queridos, de esas que son capaces de contar sus batallas a diario, de esas que no ocultan toda la mierda que llevan dentro para poder seguir adelante. Ojalá que seas libre, abierta y transparente, ojalá que tengas la suerte de ser así. Pero si eres todo lo contrario, si eres como yo, preciosa mía, déjame decirte que en la vida hay momentos y momentos, que ser fuerte está genial, pero que permitirnos la caída de vez en cuando está todavía mejor.

Sé bonita, sé triste, sé feliz, sé lo que te dé la gana de ser. Pero si notas alguna vez que no estás siendo tú misma porque tu propia vida te está superando: pide ayuda. A quien sea, pero hazlo. Te sorprenderá lo maravilloso que es dejarse querer, dejarse cuidar, dejarse amar. Que te mimen, no hay nada malo en eso. Sentirse niña por una vez después de haber sido mujer desde hace tanto… Buah, qué bien sienta.