A ti, que desde hace meses intercambias conmigo un saludo insípido en el momento más insignificante de tu día. A ti, que te vi salir sonriente durante semanas de tu casa a pesar del mal tiempo y de lo temprano que nos vemos a diario. A ti, que se te ha apagado la sonrisa con el paso del tiempo como se gasta la luz de una linterna a pilas, lentamente con algún parpadeo de esperanza a modo de estertor del fin. A ti, que hace semanas te he visto ocultar tus preciosos ojos tras unas oscuras gafas a pesar de estar nublado. A ti, que usaste manga larga en los días más calurosos del verano. A ti, que se te han olvidado los colores en el armario, junto con los escotes y las faldas y vas siempre vestida igual, floja y de negro. A ti, que has cambiado el canturreo de cada mañana por un suspiro de alivio al salir del portal. A ti, que has bajado tanto la mirada que ya no me regalas ni tu saludo desinteresado por vergüenza a verte en mi mirada reflejada… A ti, vecina mía…

Prometo dormir cada día con la ventana abierta para poder dar la voz de alarma que en tu edificio no tienen a bien dar cuando te oyen chillar. Prometo ofrecerte mi ayuda si la necesitas y mis desconocidas orejas para que tu desahogo sea menos duro. Prometo pararte mañana por la mañana para decirte que, aunque no me conoces, he visto tu historia de amor en tu piel, en tus ojos ahora apagados y en los cuchicheos del super y yo no soy ellos, yo no lo voy a dejar pasar, estando yo presente no dejaré que mi barrio salga en las noticias y todos digan que él saludaba al pasar y a ti se te veía tan feliz… Hasta ahora no había analizado todo lo que veía en ti, simplemente eras esa chica sin nombre del edificio del fondo que sale a las 8:10 de casa y que solía tener una sonrisa guardada en un bolsillo. Ha pasado muy poco tiempo desde la primera vez que te vi pasar de su mano bajo mi ventana y me pareció preciosa la forma que tenía de abrazarte, como si tuviese miedo a que te escaparas. Ahora me doy cuenta de que era una posesión violenta, tóxica, insana, enfermiza y totalmente machista. Pero nos han enseñado bien de pequeñas a ver el romanticismo incluso donde no lo hay y, cuando mi vecina del 2º te vio pasar con flores una tarde, envidió tu suerte ahora que ella se estaba separando. Y fíjate, qué más quisieras tu ahora que la soledad que a ella le habían regalado.

Vecina, amiga, hermana, mañana será otro día, y esta vez que sé cual es la verdad y que se me ha caído de los ojos el manto de “tu ve a lo tuyo que ya bastante tienes” voy a mirarte, voy a hablarte con el corazón y voy a darte el apoyo que necesites, si lo quieres, y si no, seguiré de guardia con mi ventana abierta para ser la primera en pedir ayuda cuando lo necesites y que no vuelvan a quedar tus gritos en el eco de la memoria de tus vecinos para el cotilleo del día siguiente.

 

Escribí esta carta de desahogo una noche tras un día de mierda que empezó escuchando en la cola de la panadería a dos señoras hablar de los golpes y gritos que se oían en la casa de aquella chica. Nadie llamó nunca a la policía porque no era asunto suyo. A la mañana siguiente la vi y me paré delante de ella, le di mi teléfono y, apretando con suavidad su brazo, le ofrecí mi ayuda, si la necesitaba. Esa noche oí ruidos en la calle y distinguí un grito, llamé a la policía y, veinte minutos más tarde sonó mi teléfono. Era ella. Empezó con un “No sé por qué te llamo, pero…” Me faltaban pies para correr a su casa. La policía se lo había llevado. Todas las señoras del edificio salieron al rellano a decir cuánto se alegraban e insinuando que el mérito de aquella detención era suyo, tras meses de pasividad y de haberla criticado durante a saber cuanto tiempo por “dejarse pegar así”. Entré en su casa como si la conociese y cerré la puerta con autoridad. Solamente entraría quien ella pidiese mientras yo estuviese allí.

A veces es más fácil hablar con una desconocida que contarle estas cosas a una madre, una hermana o una amiga. El miedo a ser juzgada, a no ser creída, a ser culpada, disminuye cuando quien te escucha es alguien que no sabe nada de ti.

Aquello había empezado como una hermosa historia de amor, como tantas otras y, como tantas otras, no era amor. Mi vecina es ahora mi amiga e intenta recomponer su vida como puede. La orden de alejamiento no le asegura nada, pero es algo. Mientras tanto la terapia, el cambio de amistades y la libertad le están ayudando a reconstruirse. Es horrible cuando alguien le dice con muy buena intención que aquello la hizo más fuerte porque no puedo evitar pensar que ojalá nadie tuviese que ser tan fuerte.

 

Basado en una historia real contada con mucho cariño.

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