Me negaba a aceptarlo pero, ha llegado ese temido momento. Me he hecho mayor.

Apenas paso los 30 y hasta ahora nunca lo he llevado nada mal pero, algo a mí alrededor ha cambiado. Sí. Ese momento en el que, la vida empieza a darme vértigo y me siento muy lejana de sentir mi vida encarrilada. No sé si a mi alrededor hay un “baby boom” o una especie de pacto secreto que, a partir de los 30 te obliga a casarte. Pero últimamente, cada vez que me encuentro con viejas amistades o compañeras del colegio es para saber que se casan, están embarazas o enterarme de que tienen ya hasta dos hijos.

Imagen de La Vólatil. Agustina Guerrero

Y yo, no puedo sentirme más lejana a todo eso. Más allá de mi infancia nunca he soñado con una preciosa boda vestida de blanco, aunque, soy la primera que veréis llorando en una. (Y no me avergüenzo).

Apenas siento que mi vida está empezando, a pesar de que el tiempo se pasa volando y hasta hace dos días aún salía del cascarón del hogar con el miedo como compañero de viaje.

 

Hace poco os contaba que hay un millón de cosas que aún no he aprendido. ¿Cómo voy a estar preparada para ser madre? Si apenas consigo que no se me pegue un simple arroz blanco, vivo preocupada por llegar a fin de mes y mí trabajo da más altibajos que una montaña rusa.

¿Y sabéis que? Poco importa. No todas tenemos que pasar por lo mismo, ni tener esa ilusión que parece contagiosa.  Cada persona ha de decidir como vivir su vida y que, priorizar en ella. No es egoísta no querer tener hijos, no tener que casarse para saber que puedes compartir tu vida con quien tienes a tu lado. Después de todo, hay muchos modos de ser una familia y todas ellas son válidas.

Ahora, es mi momento. Cuidarme y quererme me parecen compromisos más que suficientes. Puede que algún día llegue el momento de buscar un vestido blanco y hartarse de biberones y pañales. Pero no ahora.