Discutir.

Del latín discutĕre: “disipar”, “resolver”.

1. Dicho de dos o más personas: examinar atenta y particularmente una materia.

2. Contender y alegar razones contra el parecer de alguien.

¿En qué parte de la definición hablan de abrir el cajón de mierda, tirar platos al suelo y llorar como un niño al que le acaban de quitar un Huevo Kinder? Discutir, esa palabra que tanto tememos, ese momento que tanto evitamos. Las discusiones en el amor, para algunos necesarias y para otros mal augurio. Las discusiones con los amigos, la tercera guerra mundial a las cinco de la mañana y una gilipollez universal a las resacosas dos de la tarde. Son el pan de cada día, discutimos por todo, en Ikea sobre si es mejor la cómoda Koppang o la estantería Galant, en el pasillo de los dulces sobre si son mejores los cereales rellenos de leche o los de chocolate (siempre ganan los de leche) o en el bar sobre si Cruzcampo es en realidad cerveza o agua para regar las plantas. ¿Por qué algo cotidiano nos acojona tanto?

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El drama de las discusiones surge cuando la cosa se pone seria, mantener la calma cuando la conversación entra en el terreno personal es más complicado. Pero, ¿en el fondo son tan malas? Bueno… Mejor dicho, ¿es posible discutir sin parecer los protagonistas de una telenovela? Pues sí, se puede discutir sin pelear. Puede parecer una utopía, sobre todo cuando la discusión es con alguien con quien tenemos confianza y no nos da tanto reparo sacar nuestro monstruo verde interior, pero un mundo sin broncas es posible –y además muy sano–.

Solucionar conflictos es fundamental para nuestro crecimiento personal y social, especialmente cuando el camino que tomamos para lograrlo es positivo. Por desgracia muchas personas son incapaces de tolerar opiniones diferentes a las suyas –he dicho opiniones, no faltas de respeto–, y como consecuencia les resulta imposible cambiar su punto de vista. Por si esto fuera poco, cuesta mucho reconocer nuestras limitaciones y defectos, y al final la discusión se convierte en un campo de batalla.

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¿Por qué no sabemos discutir?

Tenemos metida en la cabeza la falsa creencia de que discutir es luchar para ganar una batalla, como si se tratase de una competición en la que perder significase ser un perdedor. Nuestra sociedad ya es competitiva de por sí, pero en las discusiones esta actitud se lleva al extremo. Ese afán de superioridad nos lleva incluso a provocar peleas solo para sentirnos poderosos. Si el objetivo de la discusión es “quedar por encima” en vez de “arreglar las cosas” es que algo va mal, por eso es importante mantener una dinámica comunicativa y receptiva, sin herir los sentimientos de la otra persona ni coartar su necesidad de expresión solo para ser el que tenga razón.
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Tips para discutir sin perder los nervios

Dicen que dos no pelean si uno no quiere, pero normalmente el que no quiere se acaba comiendo por dentro toda la ansiedad aunque no la exteriorice, algo nada sano y por eso os aconsejo que no evitéis las discusiones. Una discusión debe orientarse a resolver el problema que la causó o a llegar a un acuerdo consensuado y equitativo, cualquier conducta que se aleje de ese objetivo será perder el tiempo.

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  • Ármate de paciencia y autocontrol. Lo siento pero decir «mira, me callo porque que si te digo lo que estoy pensando arde Troya» no es autocontrol, es tirar la piedra y esconder la mano. Dominar nuestra conducta –y nuestras palabras– en una discusión implica evitar en la medida de lo posible todo lo que puede hacer daño a la otra persona. Aunque creas que te vas a quedar más a gusto que un arbusto soltando toda tu bilis, a las dos horas estarás arrepentido por herir sus sentimientos y para colmo habrás hecho la bola de nieve más grande.
  • Piensa antes de discutir. ¿Realmente quieres solucionar las cosas o vas a sacar el puñal para ganar la pelea a toda costa? ¿Vale la pena? ¿Conseguirás cambiar algo con esto? Si las respuestas son negativas, solo encontrarás gritos y mal rollo. En esas circunstancias es necesario plantearse qué es lo que va mal.
  • Busca el mejor momento para discutir. A veces las discusiones surgen de repente y no se pueden evitar, pero es mejor esperar a que se pase el calentón. Por ejemplo, unas cervezas de más pueden anular el buen juicio, o una mala noticia puede perjudicar nuestra toma de decisiones, así que lo mejor es dejar pasar unas horas para que factores externos no influyan en la discusión.
  • Comunícate de forma clara y directa. Evita dar rodeos o acusar a terceras personas para justificarte, es mejor quitar la tirita de golpe que ir dando tirones. Eso sí, una cosa es ser claro y otra un gilipollas que no tiene tacto, no hace falta herir a la otra persona para hacer alarde de tu sinceridad. Algo fundamental para que una discusión sea sana es centrarnos en las soluciones y no en lo que el otro hace mal.

¿Qué hacer cuando estás atascado en una pelea?

Es prácticamente imposible permanecer tranquilo cuando te gritan, te provocan o te recriminan, y acabas saltando. Al final nos enfadamos, terminamos peleando como tertulianos de Telecinco y decimos cosas de las que nos arrepentimos después. Lo peor de todo es que a menudo la causa del problema es completamente absurda, son esas broncas que se las cuentas a tus amigos y te preguntan cómo has discutido por esa tontería. Pues sí, empieza por una gilipollez y acabas preguntándote cómo has llegado a ese punto. Por suerte no todo está perdido, aunque te encuentres en el ojo del huracán todavía puedes salir airoso.

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  • Cálmate y respira. Tómate un par de minutos para encajar lo que te acaban de decir, intenta buscarle sentido y evita los malos entendidos. Si la discusión se vuelve cíclica volved a empezar evitando gritar y acusar.
  • Pregunta. Pídele que te explique lo que quiere sacar de esa discusión o pregúntale lo que está pensando y cómo arreglaría las cosas, pero exige que no haya gritos ni faltas de respeto.
  • Evita determinadas palabras. Sustituye frases como “eres egoísta” por “te estás comportando de forma egoísta”, ya que en el primer caso estás etiquetando a la otra persona y añadiendo carga negativa a la discusión.
  • No te endioses. Cuando discutimos, somos propensos a pensar que no hemos hecho nada mal y pecamos de arrogantes. A veces no nos damos cuenta del daño que hacemos porque no es intencionado, por eso es importante pedir perdón, ceder en la medida de lo posible y reconocer que no somos perfectos.
  • No más interrupciones. Espera a que la otra persona termine de hablar, si no dejas que se explique es imposible comprender su punto de vista. Si acaba su turno y no has entendido algo o has interpretado sus palabras de forma negativa, pídele que se explique mejor o comparte tus dudas.
  • Ponte en su lugar (y pídele que se ponga en el tuyo). Pregúntale qué quiere y qué le gustaría que tú hicieses, y comparte lo que a ti te gustaría que cambiase.
  • Nunca aceptes faltas de respeto. Si te agrede psicológica, verbal o físicamente, aléjate de esa persona. Por muy alterados que estemos en una discusión, no se puede justificar la violencia.

¿Qué hacer si nada funciona?

Si la otra persona se empeña en gritar y no deja de provocarte para que tú también entres al trapo, lo mejor que puedes hacer es decir hasta luego Mari Carmen y dar la conversación por acabada. No se trata de una guerra que gana el que grita más, y en esas circunstancias es imposible encontrar una solución. Retoma la discusión cuando se relaje, pero deja claras las reglas. Tolerancia cero a la violencia, ni una falta de respeto, mantener la educación, y buscar el bien común. Al fin y al cabo las discusiones son un ejercicio cooperativo, no competitivo.

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Vivir enfadado es como sujetar un clavo que arde con la intención de lanzarlo a otra persona, pero al final eres tú el que se quema.