Cómo el rencor me hizo perder al amor de mi vida

 

Tengo más de 50 años. Estoy divorciada, tengo dos hijos de mi anterior matrimonio y me voy a casar este verano con mi pareja actual. Debería estar feliz. Emocionada; pero soy incapaz de sentir dicha desde que mi exmarido me traicionó. Su culpa o la mía, a día de hoy no lo tengo nada claro. 

Yo ERA feliz

Me casé enamorada. Mi marido era un hombre maravilloso. Atento, detallista, romántico. Nunca tuvo una mala palabra ni aumentó indebidamente los decibelios de su voz. Tranquilo, pacificador, era imposible discutir con él. El día de mi boda con él fue, sin duda, el más bonito de mi vida. Por delante del nacimiento de mis hijos, ya que mis hijos fueron consecuencia de ese amor tan puro que decidimos consumar con nuestro enlace. 

¿Existen los cuentos de hadas? Sí, yo vivía en uno. No tengo ni un recuerdo negativo de mi relación con él. Ni uno, salvo uno. El más importante, el que me decepcionó para siempre. 

Llegó LA traición 

Con mi marido nunca me hizo falta trabajar. Pude dedicarme en cuerpo y alma a mis hijos, pero cuando crecieron decidí incorporarme al mercado laboral. Montamos un pequeño negocio familiar, que se volvió mi obsesión. Echaba mil horas en el curro, de sol a sol. Disfrutaba muchísimo de mi nueva faceta como empresaria. Además, veía que a más trabajaba más dinero hacía y pronto la avaricia me absorbió. 

Descuidé mi relación, lo sé. Mi marido intentó advertírmelo mil veces, pero hice oídos sordos. Mi trabajo se convirtió en el centro de mi vida y, por ejemplo, el sexo era lo último de lo último. Una vez, mi pareja me recordó que llevábamos más de seis meses sin relaciones sexuales y yo ni cuenta me había dado. 

Entonces, me engañó. Aunque sé que tuve parte de culpa, el engaño no lo consideré justificado. Se lio con su secretaria, aunque suene a cliché. ¿Cómo me enteré? Él mismo me lo confesó; yo, tan focus en mi faena, jamás me hubiese dado cuenta. A él la culpa le invadió de tal manera, que tuvo que decírmelo. 

Fui INCAPAZ de perdonarle 

Me aseguró que fue solo una vez, que más nunca, nunca más. Me pedía perdón cada día de mi vida, pero yo no soportaba que me tocase, que me besase. Me inspiraba asco y repugnancia. 

Aguanté cinco años más a su lado por mis hijos, pero odiándolo. Él había aceptado el hecho de convivir con mi versión más antipática y sin sexo. Lo tomó como un castigo, como una respuesta del Karma, y luchó por reconquistarme. No lo consiguió. Desde que mis chicos crecieron, le pedí el divorcio. 

Rehíce mi vida; él no

Empecé a salir con otros hombres, hasta que uno me conquistó. No era mi exmarido, no tenía su sonrisa, no hacía sus chistes, no me tocaba como él lo hacía, pero le di una oportunidad. Otro buen hombre, por el que no consigo sentir ni la mitad de lo que sentí en mi anterior matrimonio. Me dejo llevar, sin más. Hasta el punto de que estoy organizando mi boda para verano con la ilusión justa para mover los papeles, carente de ganas de convite ni parafernalias. 

A mi ex jamás se le conoció pareja. Siempre que hablábamos por los chicos, insistía en que él me esperaría el tiempo que hiciese falta. Lo repitió tantas veces, que sus palabras dejaron de tener significado. 

Hasta hace un mes, que falleció. 

Él murió, y mi felicidad con él

Fue un infarto, fulminante. Estaba cerca de cumplir los 60 años y, de un día para otro, nos dejó. Se marchó con la culpa en su corazón, sin creerse con el derecho a ser perdonado por mi parte. Me duele muchísimo. Con su muerte me di cuenta de que durante toda la vida el orgullo había creado un muro entre nosotros. Mi cabezonería fue más fuerte que el amor que sentía por él, que siento a día de hoy y que sentiré siempre. 

Al ir a su entierro me di cuenta de la poca relevancia que realmente tiene un polvo puntual hace tropecientos años, y qué precio tan caro le hice pagar. 

Yo hoy solo vengo a desahogarme. A contar que, a veces nos equivocamos: mi marido cometió el error de traicionarme; y yo el fallo de no perdonarle. Yo descuidé la relación, él me engañó y se arrepintió y mi orgullo me impidió ver más allá. Así fue como perdí al amor de mi vida…, ahora ya de manera definitiva y para siempre. 

Anónimo

 

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