Quiero un encuentro como si nos quisiéramos, como si tu presencia me desequilibrara un poco y como si la mía despertara todas las palomas que habitan en ti. Sin pensarlo mucho, sin meditaciones previas, pero con las ganas de quien lleva mucho tiempo esperándose.

Un encuentro, pero uno donde nos encontrásemos de verdad, con el pechito abierto y los miedos dejados en la puerta; con la piel invitando a rozarse como si ya lo hubiera hecho antes y la mirada olvidara todo lo que sobra en este mismo instante. En esta habitación no va a haber tiempo de juzgarse.

Creyéndonos en un papel que en realidad no existe, como si tú no fueras exactamente tú, ¿me entiendes?; como si por un momento nos alejáramos de todo esto y pudieras ser quien quisieras. Aprovechar lo que nos atraviesa en un segundo, pues al final nada permanece y hasta lo que pesa es tan volátil como un respiro.

Sin consecuencias, ni dudas a posteriori.

Un aquí y ahora porque estamos vivos, porque entendemos que la eternidad es una creencia absurda y el futuro está demasiado cerca del presente. ¿Te imaginas quedarte con las ganas y que la almohada te pregunte por mí?

Te voy a contar un secreto: lo que no se disfruta hoy, se lamenta con una copa en la que el hielo ya ha tenido tiempo de derretirse; y no está la cosa como para derrochar dos hielos en un vaso que ya estás a punto de tirar. 

Vamos a mirarnos como se mira la gente que se quiere, aunque no nos queramos; a sentirnos como quien lleva mucho tiempo sintiéndose, pero sabiendo que no es cierto y que sea esa misma certeza la que nos de la tregua para continuar. Sabiendo que, en un abrir y cerrar de ojos, tú volverás a donde siempre estuviste y yo, cariño, recurriré al recuerdo que ventile toda esta casa.

 

María Merino