Mi vecina Rosa tiene diez tiernos añitos recién cumplidos. Sus padres se separaron cuando tenía apenas un año, así que nunca tuvo una convivencia prolongada con su padre. Y digo esto porque su padre renunció desde el principio a una custodia compartida y le costó mucho cumplir con el régimen de visitas.

Aunque ahora la sociedad se empeña en dar visibilidad a lo contrario, lo cierto es que hay un número ingente de padres que no aparecen las tardes y/o fines de semana que le corresponden y me hace gracia que en todos los casos que conozco se escudan en que ellos van si quieren, que es un derecho que ellos tienen y pueden acogerse a él o no. Y no, amigos, el derecho es DEL MENOR O LA MENOR a estar con su padre. Es decir, que cuando tienes a la niña preparada con su vestido precioso, peinada, ansiosa con su mochila lista para pasar el finde con papá y no aparece, no solamente es una putada para la autoestima de la niña y su relación con su padre, sino que no está cumpliendo con una obligación legal. Además de ser un padre negligente con sus funciones.

El caso es que mi vecina Rosa ya hace años que no espera ansiosa a su padre en la puerta de casa porque su madre, a escondidas, peleó porque no fuera así. Acordaron reducir las visitas para reducir el número de veces que la niña se quedaba en casa con su madre sin saber por qué. Nunca preparaba la maleta hasta saber que su padre estaba a punto de llegar a su visita MENSUAL (a mi me sigue alucinando, pero…).

Pero es curioso cómo, a pesar de no haber acudido a una sola reunión del colegio, de no saber ni siquiera dónde está (porque vive en otra ciudad), se siente con potestad de hacer exigencias sobre la vida cotidiana de la niña, sus actividades y, sobre todo, su alimentación. Para él ser un buen padre no pasa por estar presente en la vida de su hija, por darle cariño, prestarle apoyo, jugar con ella, pasar tiempo y saber si tiene una gripe, una otitis o se meten con ella en el cole. No, ser un buen padre para él es encargarse de que su hija no sea una gorda. Ya solamente escribirlo aquí me produce escalofríos, no entiendo cómo no es capaz de ver el daño que hace. Pero claro, si la niña en su casa a cientos de km de él está enferma, se siente triste… a él  no le afecta, pero si sus vecinos y la familia de su nueva pareja la ve en esos días que pasan juntos y no ven a una niña que cumple con las exigencias estéticas que ellos consideran, él puede verse juzgado, por lo que se empeña en demostrar cuanto se preocupa por la niña poniéndola a hacer ejercicio en cada visita. SI, como lo lees. Pasa con su hija dos días al mes. La recoge, la lleva a su casa y sabe que, al dejar la mochila en la entrada, debe ir directa a la bácula. Tengo que decir, aunque me parece lo menos importante aquí, que la niña NO tiene sobrepeso en absoluto, pero realmente, aunque lo tuviera, no creo que sean las formas, y menos viniendo de quien no se preocupa de su salud diaria ni de si su madre puede o no pagarle una consulta con el dentista.

Obviamente la niña vuelve a casa encantada por haber pasado un fin de semana de aventura. Todo el día en la calle, corriendo, en la piscina nadando, en el parque jugando al baloncesto… Es maravilloso hacer todo eso con una niña, pero no cuando el objetivo es que, antes de salir, se vuelva a pesar y poder enviarle un mensaje a su madre de “Ahí te va de vuelta, con 500gr menos, ahora sigue cebándola”. Porque, insisto en que la niña no tiene ningún problema de salud, pero si lo tuviera, sería culpa de su madre, que trabaja como una jabata para poder pagar todas las cosas que esa niña necesita.

Rosa empieza a tener una edad en la que ya se da cuenta de las cosas y sabe que su padre, cuando la mira de arriba abajo no es para decirle cuanto ha crecido si no para hacer el plan de ejercicios de ese fin de semana. Ella sabe que no es casualidad que jamás coman fuera de casa, que todo esté siempre cocido, que jamás se saque en su presencia absolutamente nada que pueda “empeorar la situación física de la niña”. Sin embargo, él, con su enorme barriga, cuelga orgulloso en redes sociales fotos comiendo hamburguesas grasientas que no le caben en la boca. Porque cuando un hombre tiene sobrepeso no tiene que esconderse de nadie para comer cosas no del todo sanas. A pesar de esto,  ya está dejando claro a su hija que ella no tiene derecho a disfrutar de la comida sabrosamente insana, porque su físico si es fundamental para el mundo exterior, a ella si pueden criticarla y, de llegar realmente tener sobrepeso, jamás deben verla comiendo algo que no sea una ensalada, porque entonces no será solamente una niña/mujer con sobrepeso, además será débil, sin fuerza de voluntad, poco consciente de su cuerpo, no merecerá el amor de alguien pues no se ama a sí misma… Y nos sorprende ver que las nuevas generaciones sigan trayendo estos pensamientos, pero es que, los padres como el de Rosa, están ahí, a la vuelta de la esquina. No todo son redes sociales y estigmas del colegio, son también familiares que, sabiendo que son figuras de apego primario (o deberían serlo) juzgan y estigmatizan a las crianzas en unos roles que cada vez parecen más difíciles de romper.

Rosa es una niña guapísima, pero sobre todo, una niña con un corazón de oro e inquieta que, gracias a ella misma y a la lucha de su mamá, podrá llegar muy lejos. Y su padre, posiblemente sea mejor que venga todavía menos, pues a su ausencia ya está acostumbrada, pero sus críticas pronto podrán empezar a dañarla de verdad.

 

 

Basado en una historia Real.

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