En el año 2014 decidí hacer un parón y pegarme un año sabático como los de las películas. Estuve viajando desde mayo hasta diciembre e iba a pasar las Navidades en Nueva York, que siempre había sido el sueño de mi vida. 

Mi vuelo salía muy temprano en la mañana del 26 de diciembre, así que la noche anterior decidí irme al aeropuerto para no arriesgarme a perderlo. En una zona de butacas, me acomodé como pude y empecé a leer para matar el tiempo. Vi a un chico sentado cerca de mí que dibujaba en un cuaderno. Cuando fueron pasando las horas vi que seguía allí, por lo que empecé a pensar que quizás tomaba el mismo vuelo que yo. Decidí hablarle, aunque no viajáramos juntos quizás podíamos hacernos la noche de Navidad más amena, pensé. Se llamaba Leo y vivía en Nueva York. Tomaba el mismo vuelo que yo para visitar a su familia en fiestas, a la cual llevaba meses sin ver por viajes de trabajo. Trabajaba como diseñador gráfico en una multinacional y tenía unos ojos…Joder, qué ojos. La verdad es que congeniamos mucho desde el principio. 

Las horas se pasaron volando y, cuando me di cuenta, era prácticamente la hora de facturar. Nos levantamos y seguimos charlando, tomamos un café a la espera de saber cuál era nuestra puerta de embarque y me pareció increíble que en más de 4 horas no hubiera silencios incómodos y hubiéramos tenido una conexión tan bestia. A mí personalmente el chaval me encantaba pero no quería quedar como una loca diciéndole eso a las pocas horas de conocerle.

Tomamos el vuelo, que por ser en esa fecha iba prácticamente vacío y nos dejaron sentarnos juntos. Siempre he sido una romántica y no os voy a engañar, me daba pena pensar en la despedida. Cuando llegamos a Nueva York sentía que ambos estábamos algo nerviosos, evitábamos miradas, no sé…fue raro. En la salida estaba la familia de Leo esperándole y sabía que tocaba despedirnos. Hasta ese momento no habíamos dicho nada que indicara interés más allá de la compañía en el viaje, ni tampoco habíamos intercambiado teléfonos por lo que pensé que era mejor no meter la pata diciendo algo que pudiera estropearlo por si él no había sentido la misma conexión que yo.

Cuando se reunió con los suyos empecé a alejarme en busca de un taxi. Estaba jodida por haber conocido a un tío que parecía valer la pena y que la circunstancia fuera tan sumamente random y todavía me jodía más ser tan fantasiosa y enamoradiza. 

Cuando había avanzado un poco, Leo gritó mi nombre y me hizo un gesto para que esperara. Se acercó con su cuaderno y me dio una hoja: era un retrato mío dormida en el avión. Di gracias de no haberme dormido con la boca abierta o con la baba colgando, como me suele pasar, porque la verdad es que el retrato era precioso. En una esquinita, había apuntado su número de teléfono. 

 

-Llámame estos días, por favor. 

 

Emmmmm tías, ESTABA PASANDO. Yo empecé a titubear y FIJO que me puse colorada porque notaba las mejillas súper calientes. Joder, ¡es que me gustaba de verdad! Ya había pasado por la fase de pensar que podía ser un psicópata o tener muchos traumas que en 15 horas no se ven y ahora estaba en la fase de querer besar a ese tío como diera lugar.

Total, que me fui al hotel todo lo rápido que pude para pillar Wifi y escribirle y los días que vinieron después fueron la hostia. Cené con su familia al más puro estilo americano, Leo me enseñó la ciudad y la verdad: ¡Hasta besarse en Nueva York se siente distinto! Jajaja 

Los días pasaban y mi viaje estaba a punto de terminar pero la realidad es que no quería volver. Sabía que estaba viviendo en una burbuja y que seguramente tendría un fin pero en este caso…No lo tuvo. 

Llegó el día en el que tuvimos LA conversación. Ambos habíamos sentido esa conexión brutal desde el primer momento y también habíamos sentido miedo de decírselo al otro pero esos días juntos habían confirmado que lo nuestro podía funcionar y yo tenía claro que Leo era el amor de mi vida. Solo había un problemilla…Nos separaban miles de kilómetros, teniendo en cuenta además sus continuos viajes de trabajo y que mi Visa de turista y mis ahorros tenían fecha límite.

Empezamos a hacer llamadas, informarnos, sobre todo yo por el tema de Visas y gracias a la empresa de Leo pude conseguir un puesto de administrativa en su sede en Nueva York. Fueron meses súper intensos, viajé a España en dos ocasiones para poder organizar las cosas allí pero tenía claro que estaba haciendo lo que de verdad sentía. 

Casi un año después, Leo y yo tomamos la decisión de casarnos. Fue una boda íntima, con mi gente cercana que pudo viajar desde España y, sobre todo, una boda donde había mucho, mucho amor. Decidí ejercer por primera vez como Psicóloga desde que terminé la carrera, abriendo mi consulta de forma online para tener así la libertad de viajar con Leo si surgía la oportunidad y tratar a pacientes sin condición geográfica. Fue mucho esfuerzo que mereció cada segundo. 

Hoy, 6 años después, sigo casada con el amor de mi vida, aquel que me dibujaba dormida en un avión y agradezco todos los días el momento en que decidí tomar aquel año sabático y, por una vez, hacer caso a lo que de verdad necesitaba.

 

Anónimo

 

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