Os voy a contar la historia del día que tuve suerte (o morro). 

Llevaba dos meses en el paro. Aun me faltaban unos cuantos antes de que se me terminase, pero me daba miedo y me agobiaba no conseguir trabajo. 

Todas las mañanas me recorría la ciudad preguntando en los negocios, buscando carteles de ofertas de empleo, dejando mi curriculum… y siempre acababa en el mismo bar. 

Allí almorzaba y luego me iba para mi casa, a seguir con la búsqueda, pero por internet. 

Esta era mi rutina diaria, hasta el día que una oferta de empleo se me sentó justo detrás. 

Entraron tres hombres, dos de ellos arreglados, se pidieron unos cafés y se pusieron a hablar de sus cosas. Yo no presté atención hasta que escuché que uno de ellos preguntaba si ya habían contratado a alguien. 

El que parecía el jefe, dijo frustrado que no, que no le gustaba nadie. Los demás se quejaban y le decían que debía derivar el asunto a recursos humanos, porque para él nadie era nunca lo suficientemente bueno. 

Él les dijo que no, que prefería seleccionar él a la plantilla porque calaba muy bien a las personas y que hasta ahora nadie le había convencido. 

Uno de ellos hizo referencia a una persona que parecía muy válida y él les dijo que, a la hora de la verdad, no tenía la actitud que buscaba. Le preguntaron que actitud era esa y él dijo, textualmente:

  • No voy a contratar en ventas a una persona que no se sabe vender. 

Explicó que mucha gente venía con sus curriculums y sus estudios, pero que realmente no tenían actitud para dedicarse al marketing. Que los estudios eran lo de menos, que lo importante era conocer el producto y tener carácter. Y que todas las entrevistas que había hecho, eran a gente que se hacía pequeña en la silla y que no era capaz de sobreponerse a algunas de las preguntas que él les hacía. 

Los demás le reprocharon un poco y después pasaron a otra cosa. No conseguí entender donde trabajaban, pero iban controlando la hora, así que supuse que estaban en un descanso. 

Pagué y me esperé fuera, dispuesta a seguirles. Al rato salieron y se fueron andando los tres en la misma dirección, hasta que entraron en una agencia de viajes. 

Me fui para casa y busqué información sobre la agencia, encontré el anuncio donde buscaban personal, adapté un poco mi currículum y escribí una carta de presentación en la que, entre otras cosas, les invitaba a conocerme para explicarles por qué yo era la persona que debían contratar. 

A todo esto, yo no soy así. Es más, jamás hubiera escrito algo tan soberbio ni me las hubiera dado de nada, pero como escuché lo que dijeron, decidí tirar un triple. 

Al día siguiente me llamó una chica de la empresa y me concertó una visita para esa misma tarde. Fui para allá y, efectivamente, me entrevistó el mismo hombre que yo había visto en el bar. Él no pareció conocerme, me dio la mano y procedimos a la entrevista. 

Me dijo que le había llamado la atención mi carta y que quería saber cuales eran esas aptitudes que hacían que yo me mereciese el puesto. Le dije que ya había leído mi curriculum, así que sabía que no había estudiado ventas, pero que no creía que eso fuese necesario, porque con un buen producto e iniciativa, lo importante era tener carácter. 

Me preguntó cual era ese carácter y aproveché la situación. Le dije que, por ejemplo, yo era muy observadora, algo que era muy necesario cuando hablas con el cliente, para saber qué ofrecerle y como. Que podía decirle con certeza, que él era el jefe, no alguien de recursos humanos, que se le veía alguien exigente y perfeccionista, y que por tanto tenía criterio, que seguramente había rechazado muchas candidaturas y que, tanto él como yo, sabíamos que habría sido por falta de actitud. También le dije un par de detalles que había averiguado de la empresa y finalmente, con todo el morro, le pregunté qué podía ofrecerme a mí esta empresa y ese puesto. 

Él estuvo todo el rato con cara de satisfacción, y antes de que me preguntase cuando podía empezar, yo ya sabía que estaba contratada. 

Empecé una formación en la que me enseñaron los packs que vendían, sobre todo a escuelas, equipos, agrupaciones, ancianos… y el método de ventas. 

Lo cierto es que el mundillo del marketing y la venta es jodido, pero si se te da bien, te sacas muchas comisiones. Así que me esforcé mucho y empecé a afianzarme en la empresa. 

Echando la vista atrás, tengo claro que este es un trabajo al que, de entrada, jamás me hubiera presentado. Por considerarme poco cualificada o sin experiencia. En caso de que lo hubiera hecho, tampoco habría escrito una carta así ni hubiera ido tan de sobrada en la entrevista. 

Todos estos impedimentos y cosas que no hubiera hecho, para luego desempeñar un trabajo que se me da muy bien y para el que resultó que estaba preparada. 

A veces, nuestra cabeza es nuestro peor enemigo y solo necesitamos un golpe de suerte cuando nos estamos comiendo el bocadillo.

 

Anónimo

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