¿Podéis imaginaros la vida sin internet?

Yo no.

Me gustaría poder decir que sí, que sin problema. Pero lo pienso y me dan escalofríos.

Es triste, pero necesito un móvil con datos. Necesito wifi en mi domicilio.

Quiero acceder a mis redes y webs favoritas al instante en cuanto me apetezca.

Quiero elegir desconectarme, pero tener la posibilidad de conectarme si surge la necesidad.

Lo peor de todo es que yo no pertenezco a la generación Z — los ‘Centennials’, esos chavales nacidos por wifi en la década 2000-2010 —, sino que soy millennial y por los pelos, para más inri.

Vale que los millennials somos la generación hiperconectada, a los hechos anteriormente relatados me remito. Pero, coño, somos la última generación que sabe lo que es la vida sin internet, no debería costarnos tanto vivir en analógico.

Dioses, ¿os acordáis de aquellos primeros años de la implantación de la red de redes sobre todas las cosas importantes de este tecnológico mundo?

Yo rememoro, a menudo y con nostalgia, las siguientes cosas entrañables del Internet de los 90-2000:

 

  • Los disquetes. Si querías guardar algún documento o archivo, lo guardabas en un disquete. Los cds tardaron en llegar, las memorias USB eran un sueño y la nube, ¿qué nube? No inventes. Eran un coñazo con capacidad muy limitada, pero tu vida podía depender de encontrar aquel en el que habías grabado el Word con el trabajo más importante de la década. Los guardabas como oro en paño.
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  • El ruido del módem. Los primeros módems emitían un sonido superdesagradable, estridente y prolongado que te dejaba con el culo al aire cuando intentabas conectarte después de haberle dicho a tu madre que de verdad que ya te ibas a dormir. Pero, no sé, el soniquete tenía su punto y hasta cierto ritmillo.

  • Tienes un email. Esa ilusión con la que te conectabas en uno de los ordenadores de la biblioteca para comprobar si habías recibido un correo. Guau, es algo que no se puede describir con palabras.

  • El ciber e IRC. «Mamá, me voy al ciber. ¿A qué? Pues a chatear. ¿Con quién? No sé, con gente. ¿Desconocidos? Algunos sí, otros no. Te juro que no lo entiendo, hija, eso es como levantar el teléfono, marcar un número al azar y ponerte a hablar de cualquier tontería». En parte tenía razón, pero cuando no tenías todavía internet en casa, eso de ir al ciber, pillar el primer pc disponible, entrar en IRC y aporrear el teclado para comunicarte con desconocidos de todos los rincones del mundo, era lo más.
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  • MSN Messenger. Nos pasábamos la mañana juntos en clase, quedábamos para ir a dar una vuelta por la tarde y corríamos a conectarnos al Messenger en cuanto llegábamos a casa. No fuera a ser que nos perdiésemos algo. Nuestros padres no lo entendían y nuestros hermanos eran el enemigo: el que no quería conectarse a internet, quería desconectar tu clavija para poder hacer una llamada. Una casa. Un ordenador. Un cable telefónico. Que empiecen los juegos del hambre.
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  • Los muñequitos del Messenger. Tan sencillos y monos ellos. Cómo giraban mientras cargaban. Cómo cambiaban de color para mostrar tu disponibilidad o incluso tu estado de ánimo. Eran una extensión virtual de ti mismo. En toda tu inmadurez y falta de vergüenza.

  • Los nicks. Ese espacio nacido para mostrar el nombre que la mayoría llenaban con frases y citas más o menos célebres, intercalando mayúsculas y minúsculas, y cambiando el tipo de fuente y los colores. Una fantasía.
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  • El zumbido. Llamar al móvil o enviar un sms no era algo que se hiciera a la ligera, tenían un coste muy elevado en aquella época en la que se pagaban los mensajes y los establecimientos de llamada. ¿Cómo llamar la atención de ese contacto tuyo que está en línea y no te contesta? ¡Zumbido! A veces resultaban molestos, pero también muy necesarios.

 

  • Descargando… Descargar algo por aquel entonces era un verdadero ejercicio de paciencia. Abrir un archivo de cierto peso podían ser horas, descargar una canción podían ser días. Lo bueno se hacía esperar, y tú aprendías a darle a las cosas del internet el valor que tenían.

  • El emule. A ver, yo no lo usaba, eh. Eso era ilegal, por favor. Jamás. De hecho, no sé ni cómo era ni cómo funcionaba ni si podías buscar ahí toda la música que querías, y pasar días descargándola, aprovechando la noche y los momentos en los que nadie usaba el teléfono, ni que a veces lo que obtenías no era para nada lo que buscabas, o que la calidad era una fucking shit… Nada. No sé nada, solo que lo usaba muchísima gente (nadie que yo conociese personalmente).

 

Ains… qué bonito haber vivido aquellos maravillosos años de transición a la era digital.

Y sobrevivir para disfrutarla.

 

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