ANORMALMENTE NORMAL

 

¿Os acordáis de cuándo éramos adolescentes y nos preparábamos para el baile de graduación mega chachi del insti?

Spoiler: yo tampoco.

Mi vida adolescente ha sido normalucha, si es que alguna es normal entre tremendismos, traumas, inseguridades, vello corporal y risa tonta.

Seguro que os sentís identificadas con muchas de las cosas que me pasaban (y con las que aún a mis treinta y pocos sigo lidiando):

Normal, porque tenía una familia que me quería y que en esa época yo toleraba, pese a molestarme hasta el más mínimo comentario que no encajara en mi momento vital transcendental.

Normal, porque tenía un círculo de tóxicas, digo de amigas, con las que salía de fiesta, y vivía buenos momentos. A día de hoy solo conservo a una y según pasan los años, nos hemos nominado varias veces a salir una de la vida de la otra.

Normal, porque iba a un instituto en el cual había bullying e injusticias a tutiplén y aún se consideraban “tonterías de chiquillos”. Suerte la tuya si crees que no lo has sufrido. Dale una vuelta a tu memoria Ram y te darás cuenta de que todas esas “putaditas” que se supone que eran “normales” en realidad eran politraumatismos a tu vida tía.

– Normal, porque cuando yo, entusiasmada viva, iba a comprarme modelinchis para el finde, me estampaba con la cruda realidad: la guerra infinita entre ropa molonga y que me entrara. Aquí tengo pasajes tan variopintos como ir a una tienda Levis y que en mi carita redondita me dijeran “aquí no hay ropa para ti”, como cuando ibas con tu amiga la “todomevaleymequedabien” y te soltaba las grandes perlas como “buah si me vale a mí, seguro que a ti también”, ó “tia vamos a comprarnos los mismos vaqueros, que seguro que te entran” y tú cara seta perdida, pensabas, “si la mato, me quedo sin amiga guay, ale otro día que le regalo a esta ameba”.

– Normal, porque cuando salía de fiesta, me autoimponía no poder fijarme en según qué chicos porque obviamente nunca iban a estar en mi línea de alcance. Y lo mejor, cuando alguno se acercaba a hablar conmigo (pero ¿cómo puede ser eso?), siempre pensaba que venía a burlarse, reírse o tomarme el pelo. Ahora, adulta inmadura e insegura me sigo preguntando “¿me habré perdido yo muchos rollos por ser semejante pava de adolescente?”.

– Normal, porque “como había que ponerse a dieta”, tenía que fingir no tener hambre cuando salía a merendar o cenar con mis amigas, y pasarme el rato mirando como se ponían gochísimas a comida basura ultramegahiperapetecible. ¡Ojo aquí!, que esto me ha costado verlo mucho tiempo, y desde hace años, me doy cuenta de cómo lo sigo arrastrando cuando me entran unas ganas brutales de comer mierdafood, y me pongo tibia sin sentido. (Os animo a rebobinar y trabajarlo con profesionales).

– Normal, porque obviamente era lógico que fuera capaz de sacar buenas notas, tener mis inseguridades a full, sentirme un trozo de papel arrugado y cubierto de mierda con cada disgusto, (o al salirme un nuevo pelo en el cuerpo), y a la vez sonreír, ser la “simpática” y lo mejor… la “pero qué guapa eres de cara”.

En fin, tropecientas cosas “normales” que muchas hemos vivido (y seguimos pagando), que nos han causado problemas que ahora como adultas arrastramos y extrapolamos a otros ámbitos y que cuando por suerte acudimos a un buen terapeuta, nos hacen ver que esa normalidad, era una basura.

La normalidad no existe, ni ahora ni nunca. Esto no es un mensaje bodypositive o de culto a la individualidad. ¡Simplemente es un “eh tía, yo estaba igual!”, en el que muchas puede que os sintáis reflejadas o al menos removidas.

Cuando llegas al momento en el que puedes hacer balance de situaciones y épocas que has vivido sin que te quiebren por dentro, te das cuenta de que la etapa adolescente no es todo mariposas, nervios de los buenos, maquillaje barato y chungo sin límite y buen rollo.

Mi adolescencia no fue un libro de terror, pero me dio miedo muchas veces, no fue la revista Súper Pop, pero me sentí en las nubes en los buenos momentazos, y tampoco un manual de autoayuda, pero me hubiera venido bien que mi yo adulta me dijera “tranquila, va a pasar, te va a quemar por dentro, te bajará de la escalera de super Diosa invencible en la que te subes, pero asentará los cimientos de la mujer (debuti) que algún día serás”

Al final, cuando ya debes ser una “tía de provecho”, caes en la cuenta de que todas esas cosas normales, que veías con pasividad, que te machacaban o te encumbraban, han significado mucho. Te conviertes en la persona que hoy eres como consecuencia de lo que has sido, o, mejor dicho, de lo que has conseguido superar.

Mi normalidad adolescente, no la cambio por nada, si no hubiera sido esa, hubiera sido otra, y qué quieres que te diga, mejor malo conocido…

 

VERÓNICA R.D.