Es muy sencillo dar consejos sin conocer la realidad de la otra persona. Nos parece siempre ser únicos poseedores de la verdad absoluta y tener la solución para los problemas de otros, que siempre son absurdos. Sin embargo pensamos esto estando embarrados hasta el cuello por cosas que, cuando les contamos a otros, parecen no entendernos.

Efectivamente es mucho más sencillo solucionar los problemas cuando los vemos desde fuera y no estamos implicados emocionalmente ni tenemos lazos personales que nos aten o coarten nuestras reacciones. Pero entonces… Te tropiezas con alguien que te habla claro y aprendes a callarte.

Yo soy muy partidaria de la validación emocional. Es decir, aunque lo que te pone triste o te ofende a mí me parezca una tontería, intento ponerme en tu lugar y te apoyo en tu proceso sin juzgarte. Porque dar una solución rápida a un problema que trae de calle a otra persona puede hacerla sentir todavía peor… Así que entendí, con el paso de los años, que en la mayoría de los casos, escuchar, apoyar y validar su dolor ayuda mucho más que aportar soluciones sin conocer desde dentro el contexto.

Por eso, cuando mi amiga María me dijo estar pasando un momento muy difícil, fui a su casa y la escuché el tiempo que necesitó para desahogarse. Al día siguiente volví a su casa. Su actitud había cambiado, estaba más apagada, parecía menos dolida con el mundo, pero eso no era bueno porque daba la sensación de estarse rindiendo.

Había sufrido mucho en su adolescencia con situaciones que nadie debería vivir jamás y eso la había hecho crecer y madurar con un miedo constante a expresar sus emociones, con desconfianza en su entorno, llena de inseguridades personales y sintiéndose incapaz de salir adelante sin ayuda.

Me asustó verla tan mal. Sentía que en cualquier momento se metería en la cama hecha una bola y no saldría más y yo no podía hacer nada y, aunque suena a uno de esos consejos vacíos y absurdos, le tenía que decir que buscase ayuda profesional.

Llevaba ya un tiempo con mediación prescrita por su médico de cabecera (no por un especialista), pero no tenía cita con salud mental hasta tres meses más tarde. Además le dijeron que primero la vería un psiquiatra y después se decidiría si le daban cita con el psicólogo o no.

Mi vecina había ido hacía poco con su madre al psicólogo de la seguridad social y me contó que, además de haber tardado casi 4 meses en verla la primera vez, la siguiente cita se la dio para dos meses después y ya no era la misma persona. Dijo que su madre no quiso volver después de la tercera sesión porque tenía que comenzar de nuevo cada vez que iba y sentía que no se la tomaban en serio.

Yo, con toda mi buena intención, le dije que yo podía recomendarle a alguien realmente bueno que pudiera ayudarla. Pero entonces me di con la realidad de cara. Para mí, mis sesiones con la psicóloga eran un golpe a la economía familiar, pero cuando debo ir con más frecuencia ajusto la economía por otro lado, y cuando estoy mejor ponemos las citas más espaciadas porque yo no quiero dejar de ir. Pero aunque sé lo que supone para mí, que no es poco, hay mucha gente que no tiene de dónde quitar ese dinero.

Ella ahora mismo no podía pagar ni una sola sesión y sabía que durante un tiempo debería ir cada semana o quince días como mínimo, porque la situación era bastante extrema. Pero si lo hacía tendría que dejar de pagar el piso y eso la llevaría a otra nueva situación extrema que no le permitiría salir del agujero, sino que la metería en otro nuevo.

Debía elegir entre poder comer o ir a algún sitio donde la ayudasen a seguir con su vida, literalmente, pues no me extrañaría nada que cualquier día cometiese un acto extremo.

Ella estaba sola en el mundo, desde que su madre murió no le quedó más familia y ahora que la empresa le había reducido las horas, no podía permitirse ni siquiera tener internet en el teléfono. Con su sueldo pagaba el alquiler, las facturas y le quedaba para todo lo demás lo que yo gasto en mi casa en yogures y fruta para los niños.

¿Cómo vamos a salir adelante si no podemos ni siquiera permitirnos el pagar a alguien que nos ayude cuando no podemos más? La situación de la salud mental pública es horrible, la situación económica de una gran parte de la sociedad parece increíble, pero todavía no vemos el nexo entre ambas situaciones…

Y es que una persona que debe calcular al milímetro sus gastos mensuales para ver si puede comprarse una botella de aceite este mes ¿no puede tener que ver con que sienta una ansiedad extrema? ¿Y que no pueda pagarse un terapeuta? ¿Y si consigue un terapeuta más económico que no entiende que no pueda por ejemplo pagarse un gimnasio para eso de las endorfinas?

Es todo mucho más complejo de lo que lo vemos desde fuera, pero yo con mi amiga María he aprendido lo realmente jodida e injusta que puede ser la vida cuando se ensaña con una misma persona.

Conseguí un terapeuta que la atendiera gratis pidiendo favores, pero todavía falta mucho para que su situación esté cerca de la normalidad. Pero mientras María pelea, hay miles de Marías por ahí, invisibles a la sociedad.

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

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