Cuando el machismo viene a cenar

 

Hace unos años, salí con un encanto de persona, pero cuyas costumbres familiares eran tan antiguas que se habían apolillado y olían a moho. Sus padres estaban en lo que yo llamo “edad de la pasa” porque ya has madurado y lo que te queda, es pasarte. ¿Hay personas mayores modernas? Por supuesto que sí, pero este no era el caso. Con lo cual, se entiende que hayan tenido cierta educación y estilo de vida machista, empezando por el trabajo del hombre fuera de casa y la mujer dentro, y terminando con ese señor no moviendo un dedo dentro de su hogar, aunque los dos estuvieran jubilados casi desde la llegada del hombre a la Luna.

Para que os hagáis una idea de la situación, mi novio no había salido nunca de su casa y pronto descubrí que tampoco había leído mucho sobre el mundo exterior. Por ejemplo, él pensaba que cierta cadena de supermercados estaba solo en su pueblo y, cuando lo vio en el mío que está a unos 650 km del suyo, flipó como si hubiera visto un hipopótamo volando.

En esa casa, cada miembro de la familia votaba desde siempre al mismo partido que votaba el padre, con lo cual no sé por qué me extrañé de que, en general, todo se hiciese “como se ha hecho siempre” y nadie discutiese nada. Incluidas las cenas de Navidad. Menudo panorama, señoras.

Unas 16 o 17 personas apretujadas en un salón, supongamos que la mitad fueran hombres de edades comprendidas entre los 10 y los 70, en la que TODAS las mujeres mayores de 18 años, iban y venían a la cocina para poner la mesa, mientras que los hombres se quedaban charlando. Ahí ni el más moderno de los señores hacía el amago de ayudar. Eso sí, si alguna de nosotras nos sentábamos, las demás se encargaban de hacernos sentir mal. Y lo digo porque, algún año, incapaz de luchar con el sentimiento de injusticia que me provocaba, me senté. Esa fue una estrategia fallida.

Probé de todo: decirle, por lo menos, a mi novio que moviera el culo; quejarme con la más moderna de mis cuñadas; poner todo tipo de caras de incredulidad…Nada funcionó porque, aunque alguna persona estuviera de acuerdo conmigo, ya habían librado esa batalla antes de que llegara yo a la familia y la habían perdido. Venían de vuelta. Cuando tú vas, yo vengo.

Y me fui. Al final me fui de esa familia, porque las cosas no salieron bien con mi chico. Pero mira, las cenas navideñas, desde entonces, me dan menos dolores en mi estómago feminista.

 

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