Conocí a Raúl en un web de citas. ¿Tinder? No existía. ¿Badoo? ¡Ja! Todo lo que os imaginéis se queda en bragas. Raúl y yo nos conocimos en una web de contactos adultos excesivamente explícita, no se andaba aquello con tonterías. Estábamos más calientes que el pico de una plancha y, sin embargo, empezamos a hablar de música y de libros. Me soltó con sorna un «me acabo de enamorar de ti» antes de que le hubiera visto el rabo.

Tuvimos que quedar un par de veces para dar algún paso, se notaba que nos gustábamos, pero no nos atrevíamos. Yo ni siquiera me había fijado bien en su físico, además, vestía con ropa ancha. Pero, cuando nos acostamos por primera vez, me di cuenta de que tenía en la barriga una pila donde se podía lavar la ropa a mano. ¡Señor! No había visto yo nunca tanto abdominal junto, ni suelto. Lo gracioso es que no era mi tipo, ni yo el suyo, pero había química y nos reíamos mucho en la cama.

Nunca me comentó nada sobre que debía perder peso, parecía que me aceptaba tal cual era. Quizá tenía que ver que él era un exgordo reconvertido a deportista profesional y era capaz de ver más allá de un físico cincelado. Parecía que le gustaba mucho y me consideraba sexy, o al menos era lo que yo sentía por aquel entonces.

Sin embargo, más de una vez noté miradas por la calle cuando íbamos juntos. Al principio, no entendía muy bien qué pasaba, luego ya me empecé a dar cuenta y la autoestima se me fue mermando. Lo que pasaba era que la gente nos miraba y veía a una gorda con un tío de físico escultural… sin saber que lo que me gustaba de él no era precisamente eso.

No tardaron en llegar otros problemas de puertas para afuera que acabaron resquebrajando mi autoestima y mi confianza en la relación y en él. El equipo donde entrenaba estaba lleno de personas con físicos similares al suyo y que sólo se mezclaban entre ellos, en plan endogamia total. Cuando empecé a acudir a las competiciones, no me saludaban, me hacían el vacío, y yo me arrinconaba y ponía cara mustia.

Después, cometía el error de contarme los comentarios que se hacían a mis espaldas, como «tú en casa ya entrenas levantando a tu novia» o «tu novia orca». Sé que él no me lo contaba para hacerme sufrir, sino quizá para desahogarse, pero para mí eran puñaladas.

Después, fueron los comentarios de sus padres, a los que nunca les gusté por diversos motivos —aunque no me conocieran—, siendo uno de ellos el tamaño de mi silueta. Es increíble cómo puede llegar a despreciarte la gente por tu físico, pero sobre todo por relacionarte con alguien que tiene un físico distinto al tuyo, porque eso, amigas… eso está prohibido. Los gordos con los gordos.

Sus amigas empezaron a tirarle los tejos en el gimnasio y fuera de él… no sé, me sentía en un mundo al que no pertenecía, y creía que él no hacía lo suficiente para proteger mi integridad mental.

No fueron éstos los motivos por los que terminamos en su día, pero sí llegaron a afectarme profundamente y tuvieron que ver en el desgaste de la relación. No ha vuelto a tener novias gordas y yo no he vuelto a tener novios atletas.

La sociedad todavía no está preparada para aceptar la diversidad. Miran, juzgan y, si no tienes una autoestima muy consolidada, pueden hacer mucho daño. ¿Qué más da si ella es más alta que él, o más gorda, o más guapa? Cuando entendamos eso, todo será más fácil y más… más. Incluso muchos podrán salir del armario en el que se han encerrado y admitir que les gusta alguien distinto a ellos.

Vive la liberté!

 

Helena con H