Cuando no recibes el trato que mereces

 

Hará unos pocos días, me encontré contando que estaba junto a un chico estupendo, que me trata de maravilla. Claro, yo lo contaba desde la ilusión y el entusiasmo, pues aunque no tengo queja alguna de mi ex, haber encontrado a alguien que me trata tan bien me parecía y me parece motivo para sentirme agradecida con la vida. 

Sin embargo, la reacción de algunas personas fue: 

“Bueno, eres una chica estupenda, es lo que mereces” 

Parece un comentario insignificante, pero esto me llevo a hacer una reflexión que vengo a compartir aquí. 

Para empezar, es importante diferenciar lo que somos del trato que recibimos. Tu valor nada tiene que ver con la forma en que te tratan los demás. Tú vales por el mero hecho de existir. Luego, habrá gente que sabrá verlo o no. Habrá gente que no lo vea en absoluto y otra que te considerará una auténtica diosa en la tierra. 

He diferenciado tres tratos que solemos recibir: el trato que mereces, el trato que saben darte y el trato que eligen darte.

Todo ser humano merece ser tratado con un mínimo de dignidad y respeto. Hay límites que no se deben traspasar. Pero claro, una cosa es la teoría y otra, lo que nuestras cabecitas dicen que se merecen quienes nos rodean. Cuando te vinculas a alguien y vives determinadas experiencias con él o ella, vas a valorar si, a partir de ello, esa persona se merece lo mejor o lo peor. Dependiendo de la distancia emocional que puedas tomar de lo vivido, llegarás a unas conclusiones u otras. 

Ahí entran en juego las otras formas de trato, es decir, tratar a los demás como buenamente sabemos y tratarlos como elegimos tratarlos. Cada cual viene de un punto de partida en esta vida que nos ha tocado vivir. Hemos aprendido a relacionarnos con el mundo de diferente manera, dependiendo de la educación recibida, de los mensajes que nos han llegado, de la estabilidad del entorno… A partir de ese aprendizaje, tratamos a los demás de un modo u otro. Más adelante, cuando la vida nos muestre si hacemos lo correcto o hacemos daño, desaprenderemos y reaprenderemos. O también alguna pensará que siempre tiene razón y no reaprenderá ni a tiros. Eso ya, cada cual…

 

Por último, está el trato por decisión propia. Mira, que para eso está el libre albedrío. Puede que tú te merezcas el cielo y todos los astros, pero si tengo mala leche y te quiero hacer daño, puedo elegir hacértelo. 

Después de toda esta parrafada, lanzo pregunta: ¿Qué papeles desempeñamos en todo este jaleo? El más complicado, al menos desde mi perspectiva, es analizar el trato que damos al otro. Porque amiga, es muy fácil señalar que Fulanito o Menganita nos ha hecho esto o aquello, pero no nos gusta un pelo señalar nuestros propios fallos. Se nos hace un mundo corregir aquello que no hemos aprendido del todo bien o admitir que hemos elegido tratar al otro de una forma que, para nada, se merecía. Más “mea culpa”, caris, que el abuso de orgullo no lleva a nada… 

¿Y respecto al trato que recibimos del otro? Pues mira, tienes varias tareas que cumplir. Empieza por reconocer la “otredad”. El otro es otro, no actúa como lo harías tú, sino como él o ella, fin de la historia. Ten ese puntito de comprensión ante la diversidad, baby. 

¿Eso significa que tengo que poner la otra mejilla cuando me hagan daño porque el otro es otro y lo tengo que respetar? Pues no del todo. Ármate de diálogo, asertividad y límites. Cuando el trato ajeno te duela, para los pies a la otra persona. Manifiesta lo que necesitas respetando al otro. 

¿Y qué hago si el otro no respeta mis límites y se pasa por el Arco del Triunfo mis peticiones? Tierra y mares de por medio, amiga. No te queda otra. Cuando no podemos cambiar las conductas de los demás, nos queda cambiar nosotras respecto a las conductas de los demás. Tu poder empieza y acaba en pedir que no te hagan daño. Cambiar es cosa del resto. 

Bueno… Que tengo un chico estupendo a mi lado. Un chico que me trata como merezco. Pero también que ha elegido tratarme así y que ha aprendido a tratar con cariño y bondad a los demás. Y doy gracias por ello. 

Mia Shekmet