Cuando se mofaron de mis pezones peludos
Anónimo
¡Hola chicas! Quiero contaros una experiencia que me ocurrió en un hospital, y también hablar sobre el vello de mis pezones, porque quizás exista alguna mujer en el mundo que le ocurra algo así. Este “gran acto criminal” que he cometido en mi vida, que debo ocultar con esmero como si de un asesinato se tratase y mi honra estuviese en juego. ¡Soy una mujer con pezones peludos!
Pues bien, os pongo en antecedentes. Tengo vello en los pezones desde la adolescencia. No son tetas peludas, son pelitos largos que me salen en la areola del pezón, que pueden llegar a ser bastante largos. Llama la atención, porque en las piernas apenas tengo vello y en las axilas lo normal tirando a escaso. Nunca me he depilado las cejas y el bigote de pascuas en ramos. No obstante, soy muy morena y a lo mejor tiene algo que ver.
Lo he llevado siempre en silencio y con una profunda vergüenza. En mi adolescencia se lo conté a un par de “mejores amigas” porque no sabía si a ellas les ocurría aquella cosa. Aquello acabó fatal, se extendió ese chismorreo por todo el instituto, el chico que me gustaba pasó de mí e hicieron un grafiti de unas tetas peludas con mi nombre al lado y una flecha acusadora. ¡Que cabronas aquellas niñas!
En fin, durante mis años de vergüenza utilicé muchas técnicas. Los rasuré (¡Mal, muy mal!), llegué a aplicarles cosas y al final opté por quitarlos con una pincita de depilar. El caso es que crecen con bastante rapidez y es difícil tenerlos siempre bajo control. Me río porque actualmente tengo pareja y he aprendido a convivir con mis pezones peludos en un afán de vivir tranquila en este mundo rasurado opresor.
El caso es que el otro día me caí en la calle y acabé en urgencias en el hospital. Me hicieron un electro y me tuve que sacar la batita. En aquel momento me lamenté por no haber cumplido “con mi pena” y ocultar mi asunto. Lo que me pasó después fue sencillamente horrible.
La enfermera que me estaba colocando el electro me miró los pezones y se echó a reír. ¡Se mofó! Salió de la cortinita del box, y se lo cascó al resto de auxiliares que estaban allí. Escuchaba su risa y viajé en el tiempo a mi adolescencia. Después, me puse muy muy colorada, cubriéndome los pechos con la bata, avergonzada por mi propio cuerpo.
Cuando llegó la médica, una mujer majísima por cierto, me dio buenas noticias. ¡Tu corazón está bien! – Por supuesto, me puse muy contenta. En ese momento decidí cambiar la historia. Decidí no volver a avergonzarme de mi cuerpo. Mientras me vestía, eché mano a mi mochila y cogí un pósit. Le dejé una nota a la enfermera en la cama que ponía: “De joven seguramente eras una acosadora, que sepas que lo sigues siendo”.
Chicas, no dejéis que nadie os amargue la vida ni que se mofen de vuestro cuerpo.