Cuando tu novio prefiere a las drogas y no a ti

 

Acompáñenme en esta triste historia. Una historia que termina aceptando la evidencia: cuando las drogas se meten en tu relación, la destruyen. Puede que, si tu pareja se rehabilita, surja algo de nuevo. Pero no será lo de antes. Todo lo que tocan las drogas, acaba muriendo.

En nuestro caso, las drogas siempre habían estado ahí. Conocí a mi ex en una fiesta de carnavales, en medio de la excitación de la música y el alcohol. Tras quedar unas cuantas veces a la luz del día, me enamoré. Es una persona buena y, sobre todo, desprende una energía que hace que no puedas dejar de mirarle. Es como una de esas joyas antiguas que relucen tras la vitrina de algún museo. Y un rollete de carnavales acabó convirtiéndose en una relación de casi seis años.

Al parecer, la noche en que nos conocimos él iba hasta arriba de cocaína. Aún me machaco con esto. ¿Cómo pude no darme cuenta? ¿Cómo fui tan ingenua? La realidad es que, no habiendo probado una droga dura en mi vida, ni sintiendo el más mínimo interés por ellas, desconozco las señales que emiten, el comportamiento que provocan.

Fue muy poco a poco como llegué a esa aceptación de la evidencia que os contaba. Empezó con el alcohol. Mi ex bebía muchísimo. El ritmo era de cuatro o cinco pintas a la hora. Esto los fines de semana, pero entre semana tampoco se privaba. Empezó a faltar al trabajo por la resaca, a pasar tres días seguidos de fiesta para después quedarse en la cama otros tres, sin cogerme el teléfono, sin dar señales de vida, recuperándose para la siguiente intoxicación.

Después llegó la primera vez que le vi polvo blanco en la nariz. Era tan inocente, que le dije en broma “Ey, te has dejado un rastro de coca”, pensando que sería otra cosa. ¿QUÉ OTRA COSA IBA A SER? Tiempo después, acabó confesándolo. Le dije que por eso no pasaba, y me prometió que lo dejaría. Yo me engañaba y seguía confiando, hasta que al tiempo volvía a verle el maldito polvo blanco. Esto pasó varias veces. Los meses, los años, iban pasando y yo confiaba y confiaba, llevándome decepción tras decepción.

Empezó a comportarse muy raro, a estar muy irascible. Era como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Cualquier comentario podía prender la mecha de una reacción inaceptable. De la cocaína pasó a cosas peores. Y yo seguía ahí, haciendo un papel de cuidadora y santa que no me correspondía. Olvidándome de mis necesidades para cubrir las de un adicto.

Hoy, tras la intervención de su familia, está intentando recuperarse. Y yo también. Perdonándome por haberme olvidado de mí, aceptando la realidad y aprendiendo a cuidarme y a no cargar con los problemas de otros. Trazando mis límites y dándome cuenta de que no soy Superwoman, sino una chica que ha dado todo y ha acabado rompiéndose.

Ojalá este artículo os sirva a algunas para hacer caso a las alarmas que vuestra mente os lanza. Para saber decir “basta” a tiempo. Para no haceros responsables de ‘arreglar’ a nadie ni de lamer sus heridas. Ojalá.

 

Berta G.