Todavía recuerdo su olor a bebé recién nacido y ya se me escapa de los brazos a una velocidad de vértigo. Sé que no estoy descubriendo precisamente la pólvora pero llega un punto que toda madre necesita gritarlo a los cuatro vientos: ¡Qué rápido crecen nuestros pequeños!

Lo cierto es que han pasado ya algo más de cuatro años desde aquel primer llanto que tanta tranquilad me produjo y que al igual que ella se ha convertido en toda una niña con sus rebeldías y su personalidad explosiva yo también he cambiado a su lado. He dejado de ser esa mamá chocha que babea ante cualquier pequeño paso a mutar en una madre atenta pero que también sabe dejarle a ella su independencia. Ambas con nuestros errores y nuestras ‘cagadas’ pero siempre con todo el amor que se puede procesar entre madre e hija.

Pero si hoy estoy aquí no es para hablaros de lo mucho que ha crecido mi hija, sino un poco para hacer balance de aquellas pequeñas grandes cosas que nos han pasado en todos estos años. Porque si algo me ha enseñado la maternidad es a reírme un poco más de mí misma, y a tomarme ciertas cosas con más humor y menos malas pulgas. Al final los niños nos enseñan un millón de lecciones nuevas, y una de ellas es que la vida con sonrisas es mucho mejor.

De cuando el sueño y la oscuridad pudieron más

Llevábamos muchas noches de no dormir más de dos horas seguidas y es evidente que al final todos tenemos un límite. Aquella madrugada en cuestión mi hija dormía junto a mí en su cuna cuando empezó a llorar, acababa de tomar el biberón hacía apenas media hora así que sin encender la luz para no molestar a mi marido me dispuse a ponerle de nuevo su chupete mientras la acunaba. Localicé el chupete a tientas y cuando intentaba colocárselo no era capaz, la niña cada vez lloraba más, yo susurraba con los ojos pegados por las legañas, allí no había manera, ¿dónde narices se había metido la boca de mi hija? Harta ya decidí darle a luz y terminar con aquella tontería, entonces me di cuenta de que llevaba unos minutos intentado ponerle el chupete a mi hija en la nariz y no en la boca.

De cuando la mierda nos invadió

Y no me refiero a un pañal explosivo o a una caca que te sorprende en medio de un baño relajante. Hablo de la MIERDA en mayúsculas. De hecho os lo conté en su día con pelos y señales, porque ha sido el momento más surrealista de todo lo que llevo de maternidad, y por qué no decirlo, también el más escatológico.

De cuando ella decidió comerse una barra de cacao

Es algo que todos hemos hecho, aunque fue la primera vez que pillé a alguien devorando una barra de cacao como la que se come una barrita de queso o similar. A su favor diré que aquella en concreto era con olor a vainilla y que más de una vez le hubiera yo pegado un bocado, pero no, fue ella la que se la merendó enterita para después volver a dejarla en mi bolso.

De cuando volví a usar pañales

A ver, esto es un clásico por el que toda madre (o casi todas) pasa en algún momento de su existencia. Que te baje la regla por sorpresa o que tu mente esté tan enfrascada en otras cosas que ni cuenta te des de que la menstruación está por llegar. Pues pasa lo que pasa, que un buen día te ves con todo el plantel montado en tu ropa interior y ante el apuro… pañal que te crió. Incómodo es un rato, aunque también os digo que absorben cosa fina.

De cuando me grabó mientras dormía la siesta

Quiero pensar que lo de ella es puro amor por su madre, y un poco por el séptimo arte también. Es increíble su capacidad para coger cualquier teléfono móvil y llegar a la cámara, si es que la tía hasta edita las fotografías y les pone emoticonos. Real que le he preguntado cómo ha llegado hasta ahí porque yo no tenía ni idea (4 años tiene la señora). El otro día revisaba mi galería, en la que sé que me voy a encontrar cientos de fotos y vídeos de ella o de cualquier parte aleatoria de la casa, cuando dí con un corto de unos 20 segundos en los que se me ve durmiendo apoltronada en el sofá y roncando lo más grande. ¿Que parezco una morsa sedada? Sí. ¿Que no he sido capaz de borrar el vídeo por la gracia que me hace? Pues también.

De cuando le preguntó a mi clienta si necesitaba dinero para unos pantalones

Fue algo literal que todavía no supero como madre y como dueña de un negocio. Ahora vivo con el miedo a que mi hija se lance dispuesta a dejar a cualquiera que entre en nuestra tienda petrificado por sus preguntas. En este caso el objetivo fue una chica de no más de 17 años que vestía unos rotísimos pantalones vaqueros. Mi hija en seguida se acercó a ella sonriente para preguntarle su nombre y, como suele hacer, invitarla a jugar un rato con sus juegos. La chica parecía más bien arisca así que en seguida le dije a la pequeña que dejase a la chica a su aire. Captó el concepto pero justo antes de girarse y volver a lo suyo miró a la chica de nuevo y sin pensárselo dos veces le preguntó ‘¿oye? ¿por qué llevas la ropa tan rota? ¿quieres un poco dinero para otros pantalones?’. Quise morirme allí mismo, de verdad.

De cuando le puso el termómetro a mi ordenador

Durante la cuarentena pasé por una fase de ponernos a todos el termómetro un par de veces al día (cosas de una). A ella se le quedó ese concepto grabado y de vez en cuando viene a nosotros ‘termótero‘ en mano para ver si estamos o no malitos. Pues bien, no hace mucho comentaba con mi marido que el ordenador se recalentaba seguido y que cualquier día nos daba un disgusto. Ella tenía la antena puesta (como es habitual) y en seguida preguntó qué pasaba, yo le dije que el ordenador estaba algo mal. Claro que lo que no me esperaba era que esa misma tarde mi portátil apareciera con el ‘termótero‘ insertado en una de las clavijas del sonido. Ella, futura pediatra o ingeniera informática, según se mire.

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