Mi padre nos abandonó cuando yo tenía unos 7 años. Quizá el verbo correcto no sea abandonar. Pero así es como lo sentí yo. Al principio venía a vernos a mi hermano y a mí los fines de semana. Pero las visitas se fueron espaciando cada vez más. Se había echado una novia de veintipocos años sin ataduras así que él decidió que tampoco las tendría. Y lo hizo muy muy bien. 

Al principio pasó la pensión correspondiente, pero poco a poco también dejó de pasarla. Hasta que le embargaron la nómina, claro. Pasaba lo menos posible. Aunque mi madre estuviera trabajando cobrando una miseria y él tuviera un trabajo con el que ingresaba más de 6000€ netos al mes, nos seguía pasando lo mínimo y forzado. Y ya se encargaba él de cobrar todo lo que pasara del salario mínimo a nombre de su nueva novia gracias a infinidad de chanchullos.

Vivía como un rey. Viajaba por todo el mundo, tenía piso, varios coches, motos y todas las tonterías y caprichos que os podáis imaginar. Pero su novia quería más. Ella quería un bebé que no llegaba. Pobres… En lugar de disfrutar de los hijos que ya tenía, solo se centraba en buscar un bebé con su nueva novia. Y no me parece mal que estuviera tan volcado con ella. Qué narices, claro que me parece mal.

A nosotros nos desahuciaban cada año y medio porque mi madre no pagaba el alquiler, jamás me llevaron al dentista (aunque tuviera una muela tan podrida que sufría infecciones constantemente) ni al oculista. ¿Cómo me va a parecer bien que le pagara la ortodoncia a su novia mientras yo me moría de dolor?

En fin. Pese a todo, yo quería a mi padre. Porque, bueno, era mi padre. Lo tenía que querer, ¿no?

Recuerdo perfectamente el día que me hizo súper feliz por primera vez en mi vida. Yo tenía 15 años. Ese día a mi padre le había dado por ahí y nos había recogido a mi hermano y a mí para que fuéramos con él a pasar el día a uno de sus nuevos locales. Sí, ahora era empresario en la sombra, seguía teniendo todo a nombre de su novia para poder seguir constando legalmente como mileurista (o menos). Habíamos pasado un día genial los tres solos y ya volvíamos a nuestra ciudad.

Se había hecho bastante tarde y mi hermano iba en el asiento trasero durmiendo. Yo iba delante. Mi padre y yo íbamos escuchando música. Yo lo veía muy callado y muy concentrado en la carretera, pero con la mirada perdida, como si estuviera pensando algo muy importante, entonces empezó a hablar.

  • Oye, cariño, llevo mucho tiempo queriendo decirte… tú sabes que eres mi hija favorita, ¿verdad?

Me quedé totalmente bloqueada. ¡¡Guauuuu!! Mi padre me quería, o sea, a ver, no me lo había dicho tal cual (nunca, de hecho) pero si era su favorita… Estuve a punto de echarme a llorar, pero me pude contener.

  • Llevo un tiempo pensando y creo que podrías venirte a vivir con nosotros, ¿qué te parece? Nos gustaría mucho.
  • ¿Y mi hermano? 
  • Bueno, en principio solo tú…

Nos quedamos en silencio quizá el resto del camino. No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Quería que me fuera a vivir a su casa y dejara a mi hermano con mi madre? Pero, ¿me quería separar de mi hermano? ¿A qué venía todo esto? Fui incapaz de preguntarle nada a él.

Me dolía profundamente cómo había pasado de mi hermano todos estos años. Por ejemplo, yo le había tenido que llamar casi todos los años para recordarle que era su cumpleaños y pedirle que lo llamara para felicitarlo. Pero tampoco podía creer que yo fuera su favorita. Realmente no sabía nada sobre mí. No sabía quién era yo. No conocía a mis amigas, no sabía el nombre de ninguno de mis profesores, apenas a qué curso iba o cómo iba en el instituto. ¿Qué estaba pasando?

Mi padre dejó pasar las semanas y un par de meses hasta que nos llamó de nuevo. Nos quería llevar de vacaciones. Tenía una sorpresa. No hizo ninguna referencia a la conversación que habíamos tenido. Mi hermano y yo preparamos las maletas ilusionados, ¡nos íbamos a ver varias ciudades en las que no habíamos estado nunca! Cuando nos recogió mi padre nos soltó la bomba nada más subirnos al coche. Su novia estaba embarazada, de siete meses nada menos. Fuimos a su casa y la vimos allí, con esa barrigota que albergaba la vida de un nuevo hermano. Fue emocionante pero muy raro. Con él, todo siempre era raro.

Fuimos de viaje y estuvo muy bien, hacía mucho calor y su novia se fatigaba mucho así que tenía que pasar la mayor parte del tiempo en el hotel y nosotros pudimos disfrutar de nuestro padre a solas, cosa que no solía pasar nunca. Cuando volvimos, mi hermano decidió irse unos días más con ellos al pueblo, pero yo volví a casa con mi madre. Me extrañó, pero no le di mucha importancia, era verano y él sí tenía amigos allí.

Cuando terminó el tiempo acordado, mi hermano llamó a mi madre y le dijo que no iba a volver a casa. Que se iba a vivir con mi padre. Apenas tenía 12 años, pero no hubo forma de hacerle cambiar de opinión. Aquello me destrozó. Pudimos ver a mi hermano un día, semanas después, no lo habían traído para recoger su ropa antes y llegó apestando a sudor como si no hubieran lavado la ropa en todas las semanas que llevaba con ellos.

Además, nos dijo a mi madre y a mí que nos odiaba a las dos, que éramos malas personas y siempre lo habíamos sido con él. Nos gritó y nos insultó. Solo dejó de llorar y de decirnos cosas horribles cuando lo llevamos a casa de mi padre de nuevo. Mi relación con mi hermano, al que había tenido que cuidar mientras mi madre trabajaba en varios trabajos a la vez, se rompió para siempre.

Poco después llegó la notificación. No os puedo decir cómo fue exactamente porque yo era muy joven para enterarme bien del proceso. En resumen, mi padre había pedido dejar de pasar mi pensión. Como él se había quedado con mi hermano, pedía, en todo caso, que mi madre le pasara una pensión a él.

Hubo un juicio horrible en el que nos llevaron a declarar tanto a mi hermano como a mí. Jamás olvidaré cuando entré en aquella sala y me hicieron sentir como si hubiera hecho algo malo. Me preguntaron cosas horribles. Finalmente, la jueza le dio la razón a mi padre y las pensiones se anularon. Ya tenía lo que quería.

Nunca volvió a decirme que yo era su favorita.

La de siempre