Uno de los cambios más significativos cuando te conviertes en madre es aquel que se refiere a tu vida social como adulta. Antes de tener hijos planificabas tu tiempo libre sin problemas, sin estrés, te movías libre entre hoteles, bares, pubs, restaurantes… Nada te limitaba más allá de lo que te apetecía hacer (o, lo de siempre, la maldita economía).

Pero un churumbel lo cambia todo, y muchos de esos planes que antes ocurrían casi sin querer, se convierten en un imposible o en un “quizás otro día que no venga con el niño”. Cuando decidimos tener hijos sabemos lo que se viene junto a ese amor y dulzura que trae consigo un bebé, y entre todo ese saco de sorpresas se halla este diminuto detalle.

El problema se encuentra cuando hay padres, adultos, que todavía no son consecuentes con su recién estrenada faceta como educadores de una criatura. Personas que parecen no saber que un hijo no se educa solo, y que además obvian por completo que no todo el mundo debe hacer frente a lo que ellos no hacen. Porque enseñar no es sencillo, pero nadie dijo que fuera fácil, y el que lo diga es porque no tiene hijos.

Según parece, es toda una realidad que algunos restaurantes ya barajan el limitar la entrada a su establecimiento para que tan solo los adultos puedan acceder. De este modo aseguran, según ellos, un ambiente mucho más tranquilo y apacible. Como madre soy consciente de lo incómodo que puede llegar a ser el llanto de un niño y como adulta valoro muchísimo la calma y la paz, pero… ¿realmente vetar a los niños es la solución?

Todos lo sabemos: los críos saltan, ríen, lloran… porque con pocos años de vida controlar los sentimientos no es tarea fácil. Ahí entramos los padres, que debemos guiarlos en ese camino para que poco a poco comprendan cómo comportarse en según qué espacios públicos. Además, como cada pequeño es diferente, también es nuestra responsabilidad el conocer los límites de nuestros hijos; porque quizás tu retoño no está preparado para cenar sentado y tranquilo en un restaurante, pero el mío sí. O puede que tu hijo jamás levante la voz, y al mío le encante soltar cuatro gritos en cualquier momento.

Generalizamos, como de costumbre, porque probablemente es lo más sencillo y corta de raíz posibles problemas futuros entre la clientela de un local. Pero no lo hacemos cuando los que erramos somos los mayores (que anda qué no somos poco cívicos…), y les ponemos encima esa losa a los niños, que poca culpa tienen de todo esto.

Hace unos meses un bar de Salamanca se animaba a publicitar un cartel donde marcaban las normas de comportamiento de padres y niños dentro de su establecimiento. La noticia hizo saltar más de una alarma, tachando a los propietarios del negocio de todo menos bonitos. Algunas de las peticiones versaban tal que así:

“Está prohibido entrar con juguetes en el local”.

“Si el menor llorase […] los padres deberán sacar al menor hasta que deje de hacerlo”.

“Está prohibido que los menores realicen juegos dentro del local y se desplazarán dentro del mismo andando y sin correr”.

Es evidente que en un negocio privado cada dueño hace de su vida lo que quiere, y de hecho puedo compartir muchas de estas normas porque las considero de primero de civismo, pero tengo sentimientos encontrados cuando alguien se ve en la necesidad de escribir unas pautas en torno a los pequeños y no para los mayores. Porque da la sensación de que los adultos somos seres perfectos socialmente hablando, mientras que los críos estorban y entorpecen nuestro día a día. Que levante la mano el que no haya dado alguna vez con un ser desagradable comiendo en un restaurante, ¿y a que no se nos pasa por la cabeza el encontrar un cartel en la entrada que diga “stop maleducados”?

Todos hemos sido pequeños y, aunque no lo recordemos, nos hemos comportado como supimos en el momento. Hemos hecho trastadas, bromas o hemos metido la pata con alguna gamberrada que se nos ha ido de las manos. Pero al fin y al cabo, en mayor o menor medida, aprendimos a saber estar y a ser personas civilizadas. Ahora siendo ya adultos, no tiremos balones fuera, como padres somos responsables de continuar educando, no vetando, y somos nosotros los que debemos medir el dónde y cuándo, sin necesidad de que ningún local cuelgue un cartel de “prohibido niños”.