De yogurines a cincuentones

 

¿Es posible que me gusten señores que me sacan más de veinte años, y también me gusten chavales a los que yo le saco diez años?

Pues sí, es posible. Siempre me ha gustado que me sacasen 3, 4, 5 años. Por eso de la presunta madurez y experiencia. Digo presunta porque con los años me he dado cuenta de que la madurez no tiene que ver con los años.

Una vez un chavalín me tiró los trastos. Yo pensando “ay pollito, lo que te queda por aprender”. Pues al final nos liamos. Y Madre Del Amor Hermoso. El chaval con 22 años me enseñó un montón de cosas. Yo que pensaba que le iba a enseñar muchas cositas oscuras al niño tierno, y el niño me dio trescientas vueltas. O los chavales ahora van muy avanzados, o yo he perdido el tiempo. Qué vitalidad, cómo se notaba físicamente los años. Qué mente más sucia, qué predisposición. Y cómo me divertí todas las veces que quedamos. Finalmente, no queríamos lo mismo y ahora somos “amigos”. Lo pongo entre comillas porque no tenemos mucho en común ni mucho tema de conversación, pero me quedo con los recuerdos de los polvazos que hemos echado y el aprendizaje de que los yogurines también pueden aportar mucho. 

Y en la otra cara de la moneda… Puede que sea por traumas infantiles, problemas de apego, taritas mentales, sensación de protección, ¡qué se yo!, pero me empezaron a poner cachonda los señores maduritos. 

De la edad de mis tíos mayores. Me siento con ellos en las cenas de navidad y ni de puta coña me hubiese imaginado acabar liándome con personas de su edad. Si, los que tienen literalmente canas en los huevos. Realmente, aunque me llamen la atención, solo me he lanzado a la piscina dos veces con personas de esta edad, pero ha sido todo un aprendizaje. 

En mi cabeza me veía en la cama con un empresario potentorro atada con una corbata en un cabecero de la cama, modo “Christian Grey”, pero no. Es todo mucho más difícil. Ha sido un aprendizaje de paciencia. De darme cuenta de que según vamos haciéndonos mayores, se nos va complicando la vida y la cabeza. He aprendido a darle importancia a otro tipo de cosas. A disfrutar del sexo pausado, disfrutar de contemplarnos en un clima de intimidad. Darme cuenta de que desnudarse no es quedarse en pelotas, es abrirse en canal. Ha sido un regalo, una terapia de superación de miedos y complejos.

Personalmente, la juventud del yogurín me ha aportado locura, desenfreno, alegría, vitalidad, el dejar la mente en blanco y no pensar en nada. Y las experiencias con personas más mayores me han aportado enseñanzas. Siento como si hubiera jugado a viajar en el tiempo. Y me quedo en el presente. Cada época tiene sus cosas y de ellos he aprendido a valorar y disfrutar del ahora.

Altea