Decidimos darnos un tiempo… y el final fue de película (parte 2)

 

Lee aquí la parte 1

**Relato romántico**

 

El primer contacto con el chico de la playa dio paso a conversaciones diarias. Las típicas conversaciones superficiales de quienes se conocen desde hace años. Ninguno de los dos hurgaba en la vida del otro y aun así las palabras fluían. Me acompañaba y me hacía sentir bien. Poco a poco, las interacciones se hicieron más intensas y desde la zona segura de un anonimato deliberado comenzó a surgir un sentimiento que quemaba y que costaba controlar. 

Yo solo había visto una silueta en la playa, pero su atención y sus palabras despertaron mi imaginación y empezaron a formarse en mi mente fantasías que me hacían volver al teléfono una y otra vez. A conectar más con él. A recibir más de él. Y sin embargo, ninguno de los dos parecía estar próximo a plantear un encuentro. ¿Y si al vernos se rompía aquella magia? ¿Pero no estábamos allí precisamente para eso? Al final, fue él quien dio el paso. Muerta de nervios, acepté. Nos veríamos ese mismo sábado por la noche, en un restaurante que escogimos al azar.

Llegó el día y yo estaba como un flan. Era mi primera cita después de Marc y no pude evitar pensar en él y en qué estaría haciendo. Una parte de mí sentía que lo estaba traicionando, pero otra sabía que aquella era la única manera de que estuviéramos juntos al 100 % si finalmente decidíamos seguir adelante. Por eso tampoco podía permitir que la ilusión de la novedad me cegara y me hiciera tomar una decisión de la que me arrepintiera toda la vida. No debía olvidar lo que Marc representaba y lo que tanto valoraba de él. Lo feliz que me hacía. Su sonrisa detrás de la chocolatina.

Salí de casa depilada, perfumada y con mi mejor modelito. Ese que me hacía sentir una diosa y me daba la seguridad que ya me estaban robando mis dudas acerca de aquel encuentro. El trayecto en metro me sumergió en un pozo de ansiedad descontrolada ante aquel huracán de incertidumbre. En cada parada, me sorprendía con un pensamiento distinto. Tendría que decirle que le había mentido. Descubriría mi verdadero nombre. Le vería la cara. Lo podría tocar. Emergí a la superficie con un nudo en el estómago que latía. Estaba a tiempo de dar media vuelta, pero un intenso magnetismo me arrastró hasta el destino que había marcado en la aplicación de GPS antes de salir de casa.

Llegué al restaurante antes de hora y me llevaron a la mesa. Tras un último vistazo al maquillaje en la cámara frontal del móvil, me percaté de que la servilleta estaba completamente abierta sobre el plato. Y que tapaba algo. Al levantarla, vi un mensaje escrito a boli: “Ojalá lo entiendas”. Cogí lo que encontré en el plato y salí de allí a toda prisa. Paré un taxi. Me subí llorando. Le indiqué al taxista la dirección, agradecida por la oportunidad que la vida me estaba dando. La oportunidad de redescubrir el amor en el lugar más insospechado. 

No había soltado la chocolatina desde que la cogí en el restaurante. Al entrar en casa, Marc se rio cuando la vio machacada entre mis manos. Y yo me lancé a sus brazos. Porque, quiénes éramos nosotros para dudar, cuando el universo había conspirado para ponernos el futuro en la palma de la mano.