No te gustaba tu pelo, reconócelo. Siempre has querido que sea todo lo contrario a su forma o color natural. Encrespado, rizado, liso, ondulado, rubio, moreno… Un tinte por aquí, unas ondas surferas por allá… Mataría por tener el pelo muy liso… Pues a mí me encantaría que fuese rizado… Una guerra constante, una batalla diaria. 

Llega el día de lavarlo, ese día que intentas atrasar lo máximo posible con colas de caballo, trenzas o champús en seco. Tienes que hacerlo, debes lavártelo porque ya tiene vida propia. Cuando te miras al espejo, su aspecto natural lucha por salir, se convierte en un ecosistema que impone su fuerza. Te enfadas y sacas las armas para combatirlo. No puedes permitir que gane la batalla, esa no es una posibilidad. Enchufas tu plancha de pelo y esperas impaciente a que se caliente para atacar. Te miras y te preguntas: ¿Por qué a mí? Matas sus ondulaciones, sus rizos, quieres darle la forma deseada. Quieres que se someta. Ya está caliente, es hora de actuar. Cada ataque es una victoria, pero deja herida. El pelo se debilita, se quema y es feo, hay que reconocerlo. Tu pelo se está volviendo un estropajo de lija para limpiar la hornilla. Lo tocas y no es suave, es como alpaca. 

Durante años has intentado imponer tu voluntad, pero te has lastimado a ti mismo. Ya no tiene tanta vida, está agonizando. Déjalo natural, intentan convencerte. Es un riesgo muy alto, si lo dejas natural, no te sentirás la misma de siempre. Pero, un día decides probar. En tu casa, sin que nadie te vea. Lo lavas y, milagrosamente, no usas las armas, las tienes guardadas en el armario del baño. Lo miras de reojo y te tientas, pero no, debes hacerlo por tu salud capilar. No quieres mirarte. Te vas a dormir con el pelo húmedo, mañana te llevarás la sorpresa.

Al día siguiente, no te acuerdas de la heroicidad que hiciste. Vas al baño, te miras en el espejo y te quedas paralizada. Te miras por la izquierda, por la derecha, por detrás, el flequillo. Te analizas detenidamente, como si estuvieses cogiendo pruebas de la escena de un crimen. Pasan los minutos, no estás espantada. Raramente, te empiezas a sentir cómoda. Ese día te apetece hacer una locura y sales así a la calle. Renovada, diferente. Piropos por aquí, piropos por allá. Un cambio de look, de pensamiento quizás. Estás guapa, jodidamente guapa. Te sientes así.

Y vuelves a nacer, vuelves a ser tú. Porque tu pelo es bonito, y ahora ya lo sabes. Armas guardadas. Retirada. Has vencido la guerra, y divina. 

 

Inma Jurado