“¿Pero qué dices? ¡No te puedes quejar! ¡Si tienes una talla 36! ¡36!” Así es. Tal y cómo ha oído hasta el vecino del quinto, uso una talla 36. He de estar honrada. Estoy en  la meta que la sociedad ha impuesto a las mujeres. Por la calle me hacen la ola y mi vida es mucho más fácil. Qué gran honor, qué felicidad… Pues no. Esto no es así. La fama de la talla que llevo es una gran estupidez.

Pero, ¿cómo? ¿Ponerte unos pantalones de la talla 36 no te hace sentir diferente? ¿Más realizada? ¿Una mujer pletórica? No. Me pongo los pantalones como todo el mundo, por las piernas. No tiene nada mágico ni especial. Eso sí, tener esta talla hace que el mundo se refiera a tu cuerpo o con admiración o con reproche. Sí, sí. Tal cual.

Para el mundo, yo,  una consumidora de la idolatrada talla, no tengo por qué quejarme. Mi cuerpo cumple los estándares que unos señores han decidido para las tiendas de ropa, así que, automáticamente mi autoestima tiene que ser altísimo.

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La gente puede opinar acerca de mis caderas o de mi culo en público porque, teniendo una talla pequeña, no es inapropiado hablar entre todos de mi cuerpo. Da igual que yo me sienta incómoda o que sea tímida. He de estar feliz porque soy lo que muchas buscan.

Y, por supuesto, he de sonreír cuando la gente me muestra su envidia o me da la “enhorabuena”.  Sí, sí, la enhorabuena. ¿Tienes una carrera y un máster? ¿Has conseguido terminar eso en lo que tanto tiempo llevabas trabajando? ¿Has escrito una obra de teatro? ¿Has ganado un viaje a la Luna? No, no. La enhorabuena es por comprar ropa con un determinado número en la etiqueta. ¡Por supuesto!

Pero a ver, habitantes del primer mundo: la talla, los numericos que ponen en la etiqueta de la ropa,  únicamente se inventó para clasificar y ordenar la ropa en la tienda. Nada más. No son runas mágicas, no te dan súper poderes. En vez de con números, me encantaría que fuese por colores o por nombres de Pokemon. Así nos dejaríamos de tanta estupidez y nos ahorraríamos la obsesión y la manipulación a la que nos someten, únicamente, para poder entrar en una determinada talla.

Ahora tengo esa talla, pasado mañana puede que tenga la 38 y dentro de unos meses a lo mejor llevo la 42. O no. ¿Y qué más da? ¿No veis que una mujer con la talla 46 puede ir con más seguridad que yo? ¿Que la de la 50 es guapa a rabiar? Pero me diréis: la sociedad, todo el mundo, quiere esa talla pequeña. ¡Pues a la mierda todo!

¿No somos nosotros los que formamos esa sociedad? Pues cambiémoslo, por favor. Os lo digo desde esa meta que muchas buscan, unos pantalones no me hacen ni mejor ni peor, también tengo mis complejos y no todo es más fácil y maravilloso. No todos los días me siento guapa y  el autoestima no siempre está arriba. Sobre todo se lo digo a esas niñas que cortan la etiqueta para que no se vea su talla, a esas mujeres que creen que perder un par de tallas hará todo más fácil. No es la talla la que te va a hacer sentir mejor, eres tú. De verdad.

Entre todos, deberíamos empezar a poner tallas a la inteligencia, al sentido del humor, a la cultura y a la bondad. Esas son las verdaderas metas, las verdaderas etiquetas que tendríamos que buscar. Y que sean plus size, por favor.

La próxima vez que alguien “alabe” la estrechez de mis caderas o de mi culo le diré: “Sí, soy Mireia. Y uso una Pikachu”.