Me llamo Ginesta y tengo 34 años. Soy de esas personas que siempre he tenido claro que quería ser madre, es más, siempre decía que el primer bebé lo tendría antes de los 25, que me daba igual como pero yo quería ser madre antes de rebasar ese límite que me había autoimpuesto. Pero pronto me di cuenta que la vida es imposible planearla y, al final, debes fluir con ella ya que, cuando por fin llegó el momento unos años después, me topé con una infertilidad de origen desconocido que entre unas cosas y otras nos tuvo entretenidos dos años. Dos años de pruebas, intentos, test y decepciones hasta que de repente, me quedé embarazada. Justo me acababan de decir que tenía para años cuando mi pequeña peladilla apareció dentro de mí. ¡Que ilusión! Por fin algo nos salía bien, después de tantas decepciones ese pequeño corazón y su ritmo frenético trajeron alegría a nuestra casa. Sin embargo, cuando nos hicieron la ecografía de las 20 semanas advirtieron algo, había una cosita que no estaba bien… 

Soy incapaz de recordar la conversación que tuvimos unos días después con la especialista en medicina fetal. Nada estaba bien, el embarazo había sido perfecto, yo me encontraba bien, cuatro semanas atrás la bebé estaba bien y ahora nos estaban poniendo dos opciones sobre la mesa: operar de urgencia para reparar la lesión y esperar que sobreviviera al resto del embarazo y al parto, quedando con secuelas el tiempo que viviese o interrumpir el embarazo. Yo solo oía mi propia sangre bombeando a toda prisa en mis oídos. No estaba bien, nada estaba bien. Teníamos un fin de semana para decidirlo, el tiempo se nos echaba encima.

Me pasé el finde entero buscando información, sobre su malformación, la esperanza de vida, la calidad de vida, sobre interrupciones de embarazo de segundo trimestre y nada, no había nada. Estaba hundida. Al martes siguiente, al límite de tiempo, ingresamos para una interrupción legal del embarazo. Fueron 25 horas horribles desde que entré al hospital hasta que salí por la puerta. Despedir a mi hija todavía en mi vientre es lo más duro que he tenido que hacer en mi vida, pero lo peor no fue eso, lo peor fue volver a casa con el vientre y los brazos vacíos, ver sus cosas preparadas, el carrito que con tanta ilusión habíamos comprado, la bañera, la ropita que nos habían regalado. Joder. Tener que recordar su carita porque no me atreví a hacerle fotos.

Los siguientes meses fueron lentos. Hay días que ni siquiera recuerdo. 

Pero entonces conocí a un grupo de madres. Hicimos piña, hablábamos a diario. A los 6 meses perdí otro embarazo y pensé que mi historia con la maternidad quedaría ahí pero, otra vez, la vida me enseñó a fluir regalándome un bebé arcoíris. Entonces decidimos con las chicas abrir un grupo en Facebook para encontrarnos con más madres que hubieran tenido que tomar la decisión de interrumpir sus embarazos, y no dejamos de conocer gente: la tribu creció hasta que nos planteamos crear algo oficial, que diera visibilidad a nuestro duelo y así surgió, en plena pandemia, la primera asociación de duelo por interrupción de embarazo de España: A Contracor. Desde entonces trabajamos para que el duelo gestacional sea reconocido, autorizado y para que a las interrupciones se les de cabida en él, ya que aún hoy en pleno S.XXI se sigue señalando a las mujeres que toman esta decisión sin ni siquiera plantearse que pueda haber un motivo médico, de salud o social detrás. 

Este año personalmente he querido seguir en la línea de la visibilización y he auto publicado un libro titulado “Los pies de su padre: diario de una ILE” que narra los 3 años siguientes a la interrupción en forma de diario íntimo, directo y sobre todo sincero sobre lo que ocurre después de salir del hospital con la pena de compañera. No ha sido fácil enfrentarme al duelo yo sola, hasta que conseguí a mi tribu pasaron meses en los que me sentí tremendamente sola y abrumada, rara, un monstruo. Pero el tiempo, el trabajo personal y el esfuerzo hacen que al final te des cuenta que no estás en un pozo, sino en un túnel y que solo debes seguir esforzándote para llegar al final. 

Nada es igual cuando te despides de una hija, o un hijo, tan deseado, buscado y amado de una forma tan prematura. Nunca es buen momento para despedirse de ellos, pero cuando ocurre así necesitas mucha cordura para poder soportarlo y no sentirte, que te sientes, la peor madre del mundo. Y miras su pequeño cuerpo envuelto en un trozo de sábana y piensas que todos los miedos que tenías antes de saber que todo iría mal eran una chorrada. Que ojalá hubieras tenido la oportunidad de ver crecer a tu pequeña sana, de cagarla en algo porque eso significaría que estaría viva. Imaginas toda su vida en un momento, desde su primer llanto al llegar al mundo hasta las primeras colonias, su primera rodaja de limón y el primer día de nieve y todo eso se desmorona en tu cabeza porque por más que la miras, por más que la abrazas ella no se mueve. Pierdes más que una hija. Pierdes el futuro que habías planeado, la ilusión, las ganas de comer, de vivir. Y el aire se convierte en cenizas.

 

A todas las madres que habéis perdido un hijo, por interrupción o de forma espontánea, durante el embarazo, al nacer o cuando sea, quiero deciros que no estáis solas, que somos muchas aunque a veces nos ahoguemos intentando gritar a un mundo que no entiende que echemos de menos a alguien al que no hemos conocido. Y que pase lo que pase el amor por nuestros hijos seguirá vivo, ese amor, ese vínculo tan poderoso capaz de traspasar todas las fronteras, incluso las de la muerte.

 

Para contactar conmigo podéis hacerlo en el perfil de instagram @lospiesdesupadre en el que también encontraréis el link para adquirir el libro, de venta en Amazon.


Para contactar con la asociación, se puede hacer a través del correo [email protected] o el perfil de IG @acontracor.

 

 Ginesta Urbano.