Convertí a mi hija en asesina.

Quienes tenemos la dicha de ser padres, sabemos que es un camino lleno de baches, sean esos errores de los que somos conscientes al momento, como cuando gritamos en medio de un regaño tras perder el temperamento, y también está el otro tipo de equivocación, aquella que ni siquiera vemos hasta que aparece un llamado de alerta. Mi gran llamado de atención fue el día que mi niña de 3 años me pide matar a nuestro perro. 

No es eufemismo, ni exageración, literal me dijo “mamá, ¿podemos matar a Roma?”.

Cabe destacar que es un cachorro de no más de tres kilos. Al principio obviamente me descoloqué,  y pensando que era un incidente aislado, me conformé con explicarle que él era nuestra mascota, lo queríamos, y no estaría bien matarlo. Pensé que eso sería todo,  pero el problema solo estaba por escalar: días después, sucede lo mismo, pero insisto a MAYOR escala. 

“Mami, mi abuela es tan molesta, necesitamos matarla” 

Si has visto la película de Chucky, donde el muñeco en realidad es un delincuente reencarnado, entenderás porque eso fue lo primero que pasó por mi mente. Cuando salí del shock, repetí el proceso: le expliqué que matar a su abuela simplemente no era aceptable, y por supuesto, comencé a buscar un psicopedagogo mientras me imaginaba que entraba al cuarto de sus abuelos con un cuchillo en la mano  mientras ellos dormían. Cuando volvió a planteármelo, ya que su abuela la había mandado a recoger sus juguetes (“¿por qué no podemos matarla?) la preocupación era más grande pero el impacto había disminuido por lo que pude preguntarle:

“¿Por qué, cielo? ¿Qué te hace pensar que está bien matar a tu abuela? ¿O a nuestro perro?

Su respuesta, aún más preocupante.

“Porque me molestan y tú matas a quienes te molestan”.

Gracias a cielo y a todos los santos estábamos solas y no hubo público para eso. Hice retrospección, tenía mi buena cuota de acciones cuestionables pero al momento el asesinato no era uno de ellos, así que insistí y le pregunté cuando había hecho yo semejante cosa. 

Resulta que su servidora tiene una obsesión profunda y hasta ese momento inofensiva con las moscas, al punto de que mi marido me regaló un matamoscas con un gran lazo y me dijo “sabía que esto te haría feliz”. Dejando de lado lo triste y poco romántico del regalo, era verdad, fue la cosa más útil que me han dado en la vida porque no  soporto tener si quiera una mosca a mi alrededor, y antes de hacer cualquier cosa (cocinar, comer, o solo ver televisión) necesito asegurarme de  que mi casa sea un ambiente libre de moscas. Y cuando mi hija lo mencionó, “tú matas a las moscas porque te molestan”, hizo clic. 

No fue mi momento de  más orgullo como mamá tener con mi pequeña la conversación que el padre de Ted Bundy obviamente no tuvo con él. Y explicarle que matar simplemente no era algo aceptable, que mamá solo mataba moscas y nada más, porque eran insectos, pero que cualquier otra cosa, como nuestro perro o mi mamá, estaba fuera de los límites. Por lo visto eso de que los niños son unas esponjas es demasiado acertado.  

Firma: Danellys Almarza