Dramamá: Mi hijo me ha preguntado si podemos tener la casa tan ordenada como su amigo

 

Cuando era pequeña e iba a casa de mis amigos me daba envidia que tuvieran un cuarto para ellos solos, porque yo lo compartía con mi hermano pequeño. Me daban envidia los juguetes nuevos, las muñecas que veía en la tele y yo no podía tener. Me daba también un poquito de envidia que los padres pidieran pizzas a domicilio, porque en mi casa el dinero no daba para ese tipo de lujos. Cuando regresaba a mi casa le comentaba a mi madre todo lo que me había llamado la atención y ya. Sin más. Es verdad que sentía envidia con algunas cosas, pero no me mortificaba, yo era una niña feliz.

Pues bien, ahora la madre soy yo y el que se compara con sus amiguitos es mi hijo de ocho años. Lo cual me parece de lo más natural. Quizá no sea el mejor de los rasgos, pero creo que es muy humano esto de compararse y envidiar.

Mi hijo me viene a menudo con que quiere que le compremos una Play, porque su amigo tal la tiene. O con que quiere celebrar su cumple en tal sitio carisísimo, como hizo tal otro. O con que por qué nosotros no vamos en avión de vacaciones como su amigo tal. Le explico los motivos, si los hay. O intento que entienda que nosotros somos nosotros, y los demás son los demás. Y ya. Sin dramas, normalmente.

 

Dramamá: Mi hijo me ha preguntado si podemos tener la casa tan ordenada como su amigo

 

Hasta que, hace unas semanas, fue a jugar a casa de un vecino por primera vez. Y, nada más volver, mientras me ayudaba a poner la mesa para cenar, puso los brazos en jarras y me dijo: ‘Mamá: ¿Qué te parece si a partir de ahora tenemos la casa más ordenada?’. Y luego añadió: ‘Como la de Fulanito, que está todo recogido y en orden’. Tócate las pelotas. Me gustaría destacar aquí que nuestra casa no estará como los putos chorros del oro, pero tampoco vivimos en la mierda.

Quiero decir, la casa está limpia nivel familia de cinco miembros, dos adultos que trabajan fuera a jornada completa, y tres niños de entre seis y once años. Vamos, que no está para pasar revista, pero tampoco para que los servicios sociales nos quiten la custodia. Cierto que, ordenada, lo que se dice ordenada, pues no suele estarlo. Porque mis hijos desordenan a mayor velocidad de la que recogemos mi marido y yo.

Porque, por más que les pedimos, exigimos, y logramos que recojan, el efecto no dura demasiado. Lo que viene siendo lo mismo, si no está ordenada ¡es por su culpa y la de sus hermanos! Es que manda huevos, eh. Pero él, nada, ahí sigue en sus trece. Que ya nos lo ha ‘pedido’ tres o cuatro veces. Se lleva la cazadora al perchero, recoge dos o tres juguetes que vea por ahí, se nos para delante y nos vuelve a decir ‘¿Hacemos lo que os comentaba el otro día? ¿Tenemos la casa como la de Fulanito?

 

Dramamá: Mi hijo me ha preguntado si podemos tener la casa tan ordenada como su amigo

 

¡Qué más quisiera yo! Que ya hasta tengo ganas de ir a ver ese piso para comprobar si de verdad la diferencia es tan cantosa como para que un niño le vaya con eso a sus padres. Nuestra casa sigue en su línea. Aunque con alguna mejora, porque ahora tengo al chaval ojo avizor y dándoles la turra a sus hermanos para que no se lo dejen todo por ahí tirado de cualquier manera. A ver lo que nos dura.

 

Anabel

 

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