Dramamá: Mis hijos no se soportan y a mí se me parte el corazón
Siempre tuve claro que, si tenía la posibilidad, tendría al menos dos hijos. Quizá tres. Cuatro ya se me hacía demasiado. Pero no uno solo.
Si antes de embarcarme en esta aventura de la maternidad me hubieran dado a escoger entre tener cuatro hijos o uno, habría escogido cuatro.
Quizá tenga algo que ver el hecho de que yo soy hija única, no digo que no.
No estoy de acuerdo con eso que se suele decir sobre los hijos únicos. Lo de que somos egoístas, caprichosos y solitarios. No se trata de eso. Es solo que me hubiese gustado crecer con al menos un hermano o hermana.
Creo que es una experiencia para la que no existen sustitutos.

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Por eso me propuse quedarme embarazada de nuevo cuando mi primer hijo tenía apenas un añito. Quería tener otro cuanto antes, para que pudiesen crecer juntos.
A mí me parecía el mejor regalo que les podía hacer: la compañía y el amor de un hermano.
Y el ansiado segundo hijo llegó, pero lo cierto es que no tan rápido como había planeado.
Era otro niño, y, aunque se iban a llevar casi cuatro años, seguro que al ser del mismo sexo jugarían juntos igual. Me los imaginaba siendo los mejores amigos.
Sin embargo, la vida real no se pareció nada a lo que soñaba. Desde el minuto uno.
Mi hijo mayor pasó absolutamente del pequeño. Le daba igual que estuviera o que no.
Yo quería creer que con el tiempo mejoraría, que cuando fuese un poquito mayor y pudiese jugar y comunicarse con él, las cosas serían diferentes.
Dramamá: Mis hijos no se soportan y a mí se me parte el corazón
Me equivocaba.
Su relación nunca ha llegado a ser buena. Han pasado casi veinte años y siguen sin llevarse bien. De hecho, en estas dos décadas los momentos de camaradería y complicidad entre ellos pueden contarse con los dedos de las manos.
No sé si será por la diferencia de edad, por los celos que marcaron sus primeros años de convivencia o por las diferencias irreconciliables de sus respectivas personalidades. No tengo ni idea de cuál es el motivo por el que se llevan tan mal.
Ahora que han madurado ya no se nota tanto, pero ha habido temporadas en las que eran incapaces de estar en la misma habitación.
No comparten gustos, aficiones ni amistades. Nunca han tenido interés en hacer nada juntos. Jamás les he visto charlar de buen rollo, preguntarse por sus vidas al margen de lo que ocurre en casa.
Solo discutir se les da mejor que ignorarse.

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Sencillamente, mis hijos no se soportan, y a mí se me parte el corazón.
Porque no entiendo cómo es posible, qué es lo que hemos hecho mal. No entiendo por qué no ven lo maravillosos que son ambos por separado, así como los maravillosos que podrían ser juntos.
Su padre y yo lo hemos intentado todo, pero dejamos de hacerlo porque, con cada intento, daba la sensación de que la brecha que los separa se hacía más y más grande.
Así que me limito a sufrir en silencio cada vez que veo cómo las dos personas que más quiero en este mundo no están ni la mitad de la mitad de unidas de lo que se supone que deberían estar.
Y me pregunto si están condenados a no entenderse o si todavía puedo mantener la esperanza de que lleguen a tratarse con cariño y a ser importantes el uno en la vida del otro.
Anónimo
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