Yo no soy emprendedora por naturaleza. Digo esto porque hay gente que se levanta cada mañana con una idea de negocio nueva. En plan, «voy a montar el negocio de mi vida: churros a domicilio para gente con resaca». Yo no. Yo me hice autónoma por obligación. Y, queridas amigas, aquello cambió mi forma de ver el mundo. Ahora aprecio mucho más el trabajo. Y odio mucho más a Hacienda.

El día que me vi empujada al mundo del emprendimiento fue el mismo día que conocí a mi nueva mejor amiga. Mi asesora. La amo y la odio al mismo tiempo. Cada vez que me manda un whatsapp tiemblo y se me llena el estómago de mariposas a partes iguales. En plan «ay, tengo que pagar, pero mira qué pendiente está de mi sangrado económico esta buena mujer». Apareció con un montón de papeles que yo miré como si me hablara en chino. ¿Qué es eso del modelo 347? ¿Y cuánto dices que tengo que pagar al mes? Si todo esto a ti también te suena a chino, por aquí nos dan unas claves para ser autónoma y no morir en el intento.

Después de comprender cuánto tenía que pagar, cuándo tocaba el IVA y que mi economía estaba directamente vinculada a la de Hacienda, vino meterse de lleno en el negocio. En este artículo de hace unos añitos varias mujeres os contaban su experiencia. Hoy os traigo la mía.

Hay algo que no os he contado sobre mí. Odio coger el teléfono. Y también se me da francamente mal venderme. Así que, con mis nulas capacidades sociales y la ineptitud comercial, me encontré con situaciones tipo:

«Hostias, está sonando el teléfono. Ay, dios mío, es un cliente que seguro que me va a decir que lo que he hecho está mal. PUES NO LO COJO. Pero si no lo cojo… No voy a cobrar en la vida».

Sí, claro, al final lo cojo porque, llamadme loca, me gusta tener dinero para comer todos los días. Y, de todos los dramas como autónoma que tengo en el día a día, estos son los peores. La conversación suele fluir así:

-Hola, X.

-Necesito cambios en la web. Concretamente, necesito que hagas todo al revés de como lo has hecho hasta ahora. Siento no habértelo dicho desde el principio, es que no tenía tiempo. No hay problema, ¿no?

-No, hombre. Cómo me va a importar tirar trescientas horas de trabajo a la basura.

Con el tema de vender mis servicios, igual. Un día apareció en mi vida un asesor de autónomos que me explicó que YO tenía que llamar a mis clientes, o a gente que no conocía, para VENDERLES mis servicios. Sudores fríos me dieron, pero que no fuera por no intentarlo.

-Hola, X, te llamo porque tengo un nuevo servicio que…

-¿Has rehecho ya la web entera?

-…

«Tus muertos».

Voy a fingir que me caes bien por el bien de mi cuenta bancaria.

Pero vamos con las cosas buenas, porque…

Ser autónoma mola.

De verdad. Es genial poder elegir tu propia forma de hacer las cosas. Tus horarios, qué días trabajas y qué días te vas a tirar siendo un vegetal. Aunque te va a sonar (mucho) el teléfono.He aprendido a establecer mis propias rutinas y a cumplir a rajatabla horarios y plazos de entrega. Si te gusta lo que haces, puedes encontrarte a ti misma trabajando diez horas sin que te hayas dado cuenta. Y, si sabes decir que no a las cosas que no quieres hacer, cosa que, para variar, a mí tampoco se me da muy bien, vas a hacer cosas muy chulas. Vas a pasártelo genial. Porque, además de mis dramas como autónoma, también he vivido momentos muy divertidos. He experimentado mucho. He hecho cosas que, en un puesto de trabajo normal, nunca hubiera hecho. Y he cobrado un montón en la devolución de la declaración de la renta.

¿Que si recomiendo emprender? Sí. Aunque no es para cualquiera. Mejor si eres capaz de coger el teléfono sin tener terrores nocturnos después.